Los cubanos los utilizan para pescar, fermentar vino, arreglar pinchazos (ponches de neumáticos) o atar el cabello. Es por estas curiosas aplicaciones y muchas otras más que los condones de látex se han convertido en una valiosa herramienta de tipo multipropósito, en una isla donde el comunismo ha hecho que el desabastecimiento de insumos básicos obligue a sus residentes a ingeniárselas con lo que tienen a su disposición.
Peor aún, en los casos que se pone mercadería a la venta, se trata de productos importados comercializados con un marcado sobreprecio impuesto por el estado que los deja fuera del alcance de la mayoría de la población. Todo lo que llega al mercado negro tampoco suele estar al alcance del cubano de a pie, con ingresos mensuales promedio en torno a los USD 30.
A pesar de lo desfavorable del contexto general, los condones, tanto aquellos producidos localmente como los que son importados de Asia, son de relativo fácil acceso, en parte gracias al foco puesto por la nación caribeña en la salud sexual. Los subsidios del gobierno hacen que estos sean económicos. Una caja de tres condones cuesta solo un peso cubano, el equivalente a alrededor de unos 4 centavos de dólar.
Resistentes y elásticos, se prestan para distintos usos industriales y recreativos más allá del fin anticonceptivo y de protección contra las enfermedades de transmisión sexual con el que fueron concebidos. “No podemos permitir que las clientas se vayan disgustadas porque no pudimos hacer algo debido a la falta de herramientas, por lo que decidimos buscar alternativas” dijo Sandra Hernández, una peluquera de La Habana que los utiliza para sujetar el cabello.
En conciertos y fiestas infantiles, los condones son inflados para formar enormes globos de tono blanquecino que, a falta de las variantes coloridas y decoradas con los personajes de dibujos animados más populares en EEUU, sirven con su cometido de entretener a los más pequeños.
A lo largo de la costa, flotadores improvisados con varios condones inflados y atados juntos permiten alejarse de la orilla y llevar a las carnadas mar adentro, con el objetivo de pescar algo para comer o vender en el mercado local.
La técnica es un resultado de los estrictos controles estatales que impiden que los pescadores, confinados a tierra firme, se suban a un bote y acaben emigrando de forma ilegal. “El propósito es atrapar peces más grandes” dijo Ángel Luis Nuñez, uno de los pescadores habituales del Malecón habanero.
Probablemente, el uso más llamativo es el que les da Orestes Estévez. En una bodega improvisada en su hogar de La Habana, a falta de corchos, cubre las botellas de jugo de vino con condones.
El caucho se infla y el condón queda literalmente erecto a medida que se liberan los gases de la fermentación. Cuando estos colapsan, es el momento en el que Estévez sabe que el proceso ha finalizado y que es tiempo de vender el vino en el garaje de su casa. “Aumenta de forma considerable el porcentaje de alcohol además de mejorar el proceso de fermentación y su clarificación” explicó Estévez, en referencia al curioso uso vitivinícola de los condones.