En las dos décadas de su existencia, nunca antes el régimen había sido tan vapuleado como en la Asamblea General de la ONU, que se reúne en New York. El gobierno de Nicolás Maduro ha recibido una verdadera felpa de los gobiernos democráticos de las Américas. Su soledad es patética y no será atenuada por la decisión, de última hora, de intervenir en la Asamblea. Maduro quedó para darles pena a los mandatarios de los países del continente (Trump incluso se mofó del coraje de ‘sus’ Fuerzas Armadas) y provocarles sentimientos de compasión con las víctimas que llevan veinte años padeciendo los rigores de unos gobernantes que combinan en perfecta sincronía la ineptitud con la corrupción.
El esperado discurso de Donald Trump estuvo orientado en buena medida a denunciar la incompetencia del socialismo del siglo XXI y a pedir ayuda a las naciones del planeta para restablecer la democracia en Venezuela. Los presidentes de Argentina, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú intervinieron en la misma dirección. Lenin Moreno sugirió que el gobierno de Maduro es tan inepto que está sobrando. Aunque la invasión militar organizada por una alianza en la cual Estados Unidos y Colombia serían los protagonistas principales, no parece factible por ahora, tampoco quedó descartada. La estrategia de ambas naciones parece ser mantenerla como amenaza creíble y factor de disuasión ante cualquier intento por parte de Maduro de agredir a Colombia.
Fuera del marco de la Conferencia, Mike Pence, vicepresidente norteamericano, fue más explícito aún: ante una supuesta movilización de tropas venezolanas hacia la frontera neogranadina, el funcionario fue enfático al señalar que cualquier incursión en el territorio colombiano sería rechazada también por los estadounidenses con una contundencia que dejaría hecho polvo cósmico al ejército venezolano. Maduro debe de haber entendido el mensaje.
La opción en la que parecieran estar pensando los gringos, y también los colombianos, es que los militares venezolanos resuelvan la crisis nacional mediante un golpe de Estado. Según el gobernante norteamericano, esos mediocres oficiales no sirven para enfrentar a los aguerridos marines, pero sí se encuentran en condiciones de restablecer el hilo constitucional roto por el mandatario venezolano, e iniciar el proceso de transición hacia la recuperación de la democracia y de la nación en su conjunto. Trump, entre líneas, sugirió que bastaría con un pronunciamiento en una rueda de prensa o un memorando dirigido por el Alto Mando al Presidente de la República, para que el gobierno se desplome. Así de fácil ve la resolución del conflicto. Trump sabe que el único soporte real del régimen se encuentra en el estamento militar. Todo lo demás (TSJ, constituyente, CNE…) forman parte del decorado. Maduro también lo sabe, de allí su pánico y su entrega incondicional a los encachuchados.
Lo ocurrido en la arena de la ONU fue solo parte de la tunda recibida por el gobierno. Hay que agregar el acuerdo de cinco países suramericanos más Canadá para llevar a Maduro a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, las sanciones de la administración norteamericana contra algunas de las personas más cercanas al Presidente, incluida la primera combatiente, y la decisión de 93 naciones de votar a favor de incluir en la agenda de la Asamblea General, la discusión sobre activar el “Principio de Responsabilidad de Proteger“ contra los abusos del gobierno de Venezuela.
Las baterías acorralan cada vez más al jefe de Estado y a su círculo más íntimo. Con la nueva legalidad internacional no es posible cometer continuos desmanes y pensar que los excesos quedarán impunes. Maduro debería asumir la nueva realidad.
Desde el punto de vista de la oposición, ¿cuáles consecuencias acarrea el aislamiento y el desprestigio del gobierno? Lamentablemente, muy pocas. La oposición, por su desmembramiento, no puede capitalizar la soledad y el descrédito internacional de Nicolás Maduro y su gente. La oposición no representa ningún peligro real para el régimen. No existe como interlocutor válido ante la comunidad internacional. No actúa como una fuerza capaz de darle conducción endógena a las medidas de repudio y rechazo a escala mundial contra el gobierno.
Para que la debilidad internacional del régimen se convierta en una fortaleza interna de los factores democráticos, estos tendrían que reagruparse en torno de una plataforma organizativa y programática que permita la reconexión con los sectores populares. La oposición tendría que proyectarse como un factor creíble de cambio democrático y como una fuerza capaz de provocar y conducir la recuperación nacional. Esa posibilidad no se vislumbra, aunque el acto del Frente Nacional Amplio en el Aula Magna abre de nuevo una esperanza.
Sobrellevamos una enorme crisis económica y social, contamos con el respaldo internacional. Falta construir esa columna interna que es la dirección política del cambio. Este es el reto que debemos asumir para comenzar a recuperar a Venezuela.
@trinomarquezc