Aquel que llegó al poder, y los llevó a todos al poder, prometió, en consecuencia, casi que la justicia divina para todos. Un país sin violencia. En el que se respetarían los derechos humanos. Donde ya no cabrían la tortura, ni la represión, ni la persecución. Porque, dijo él y repitieron ellos, se acercaba el tiempo nuevo de la democracia verdadera; no aquella del pasado, secuestrada, apuntaron, por los partidos, por los caudillos, por los líderes que habían traicionado al pueblo. Eso dijo y ellos lo repitieron. Lo vocearon en mítines. Lo vociferaron en cadenas nacionales. Lo gritaron por megáfonos. Lo escribieron en panfletos que repartieron por los campos y las ciudades.
Por: Juan Carlos Zapata | Konzapata.com
Y dijeron que ese tiempo nuevo traería al hombre nuevo. Al policía nuevo. Al ministro nuevo. Al fiscal nuevo. Al mandatario nuevo. Que no ofenderían. Que no insultarían. Que no matarían. Pues escrito está, recordaron, que no matarás, no robarás, no mentirás, no odiarás, no levantarás la mano contra tu prójimo, no lo empujarás, no lo atropellarás, no lo expulsarás, no lo ahogarás, no lo lanzarás al vacío.
Y él se declaró seguidor de un profeta de la paz, y ellos de otros santos varones, pero ellos y él trajeron a los violentos del otro lado de la frontera, a los que practicaban el arte de la vacuna, del secuestro, la extorsión y la muerte.
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