Fernando Albán, joven concejal, quizás más recordado por su altruismo y su solidaridad cristiana que por su militancia política, se suma a esas muertes que obligan a la dictadura a prestidigitar con torpe inventiva. Los funcionarios, en el compromiso de explicar la muerte violenta de un ciudadano bajo custodia de un organismo de seguridad del Estado, hacen el ridículo en sus contradicciones, notablemente, el Fiscal General, cuyas declaraciones burlan principios elementales del Derecho y de la ciencia forense. Hay un salto al vacío pero no es el voluntario atribuido a Fernando, es el salto a la impunidad, a ese vacío de justicia que ha cebado a este régimen en muerte y prisión de la disidencia. Sin rendición de cuenta alguna, hasta el presente.
Lorent Saleh, desterrado, al apenas pisar tierra madrileña exclamó con voz entrecortada: “¡Hoy después de cuatro años pude ver el amanecer!”. Una emocionada revelación de haber vivido reducido a esa sombra inalterable, que sirve de habitat a quienes son secuestrados por la dictadura en recintos como esa mazmorra explícitamente bautizada La Tumba. Al despotismo no le basta violar el derecho a la libertad de opositores como Lorent; su protocolo de odio prescribe también negar el cielo, el sol, el aire respirable.
Imaginamos que Oscar Wilde, si en lugar de purgar pena en rigurosa prision de la era Victoriana, hubiese caído en manos del Sebin, nunca habría podido escribir en su hermosa Balada de la Cárcel de Reading aquello de “…ese toldo azul que los presos llaman cielo y cada nube que pasa con sus velas de plata…”
La vileza de un régimen sombrío no puede ofrecer más que sombras, dentro o fuera de las cárceles. ¿Cuándo encontraremos, como clamaba el poeta alicantino Miguel Hernández desde su prisión, ese ”rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida…”?