Luis Alberto Buttó: La política del terror 

Luis Alberto Buttó: La política del terror 

Entre tantos otros factores en igual medida definitorios, sólo es dable hablar de democracia cuando el funcionamiento de los órganos del Estado se concibe y materializa a partir de la asunción del principio ético inamovible cuya máxima indicación señala que, por encima de cualesquiera circunstancias particulares y/o coyunturales que puedan presentarse en el derrotero social, todas las acciones del Estado, incluyendo las represivas, deben estar regidas por el respeto y la valoración incuestionable de la condición humana y la sacrosanta preservación de la vida.

Por esta razón, para que un Estado pueda con absoluta propiedad ser catalogado de democrático, la coerción que en determinado momento pueda y/o tenga que ejercer sobre el ciudadano inexcusablemente ha de estar circunscrita al ordenamiento legal existente, puntualizando de antemano que ninguna disposición legal que ponga en entredicho el amparo de los Derechos Humanos es admisible. Es decir, la moderación en el uso de la fuerza es la norma y, a su vez, la norma modera el uso de la fuerza. De hecho, la materialización concreta del cuadro descrito evidencia que los personeros en los cuales se encarna el Estado entienden que gobiernan precisamente a ciudadanos, no a cosas, no a animales.

En contraposición a la democracia, los regímenes autoritarios o totalitarios son, de suyo, brutales, bárbaros, despiadados, inhumanos. La violencia contra el individuo, esté o no en libertad, es el signo característico de su comportamiento. Entienden, asumen y ponen en práctica la ferocidad, la crueldad y la atrocidad como mecanismos tendientes a infundir temor en la población para con ello agenciarse la permanencia en el poder, dada la anulación que así esperan obtener del ánimo, las convicciones y los esfuerzos de quien decida oponérseles. Por consiguiente, el ensañamiento y la agresión devienen en herramientas por excelencia para garantizar la subordinación de la sociedad entera.

Así las cosas, cuando en un régimen autoritario o totalitario un ciudadano en específico es víctima de atropellos cometidos por entes gubernamentales, todos los demás integrantes de la sociedad son igualmente arrastrados a la situación de víctimas. Aquí el asunto es cuestión de tiempo: primero fue aquél; luego serán los otros. No se encuentra escudo protector en el hecho de hacerse el desentendido, en guardar silencio temeroso y no vocear la tropelía o en bajar mansamente la mirada frente a la imagen arrogante del poder. La sociedad entera está atrapada tras las rejas de la sumisión que se desprende del eficaz control social construido a partir del terror causado. Para los sistemas políticos represivos, que en sí mismos niegan la modernidad, los elementos esenciales de la naturaleza humana como lo son la vida, la integridad y la libertad, no tienen importancia alguna: no hay espacio seguro que garantice su conservación. En estos regímenes signados por la iniquidad lo único realmente primordial es mantener, a como dé lugar, el orden establecido. Si ello implica hacer daño deliberadamente, así lo harán. Su evangelio se resume en el vocablo opresión. La impiedad es el bastardo mandamiento a respetar.

Los momentos históricos van y vienen. Para el desalmado, tarde o temprano la justicia llegará.

@luisbutto3

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