Hasta hace unos años el chavismo podía acusar a cualquier venezolano de “pitiyanqui” o pro imperialista con la certeza de que tendría asegurada la combustión en fuego eterno. Es más, la satanización que hizo el chavismo de todo lo que tenía que ver con Estados Unidos obligó a la falsa oposición, para no perder popularidad, a distanciarse de un país que siempre ha sido un aliado natural de Venezuela.
Pero los tiempos han cambiado. Hoy, cualquier venezolano pide abiertamente en la calle una intervención militar internacional en Venezuela —y si es encabezada por los EEUU mejor— como única salida posible a la pesadilla chavista. Las acusaciones del régimen contra quienes proponen en forma expresa o insinuada la intervención militar internacional, lejos de provocar el rechazo popular, inspiran apoyo y simpatía. Hasta el punto que elementos de la falsa oposición ya se animan a invocarla, aunque por oportunismo y demagogia le cambien el nombre de militar por el de humanitaria.
No es fácil para los venezolanos, ni para nadie, pedir auxilio internacional para solucionar problemas domésticos. Debería hacerse a través de la soberanía y la capacidad que, en teoría, tiene un pueblo para resolver sus contradicciones con sus propias energías internas. Ciertamente, sería ideal que, al igual que otros países, los venezolanos contaramos con instituciones republicanas capaces de arbitrar y resolver los conflictos políticos. O que tuviésemos el apoyo de una fuerza armada nacional al servicio de la República de Venezuela, y no servil de una pandilla política, como la que existe actualmente.
Otros países han resuelto conflictos similares —mas no iguales— apelando a sus mecanismos internos, bien sean estos jurídicos o de facto. No es el caso nuestro, donde el régimen secuestró todos los poderes públicos desde 1999, y redujo la fuerza armada a ser su sostén para imponerse contra de la voluntad de la sociedad venezolana.
Es muy fácil decir, desde la displicente comodidad de los diplomáticos, que los problemas de Venezuela deben ser resueltos exclusivamente por los venezolanos. Pero la realidad es que hoy en Venezuela no hay formas institucionales de combatir a un régimen que, desde hace tiempo, decidió que sólo saldrá del poder por la fuerza. Con el apoyo de militares, el régimen chavista que dirige Nicolás Maduro ha creado una pseudo legalidad, de donde obtiene argumentos leguleyos para justificarse frente a una comunidad de países que comienza a sentirse amenazada por este neo estado fallido.
La grave situación interna se caracteriza por el colapso institucional y la incapacidad del gobierno para asumir sus responsabilidades mínimas frente a los ciudadanos. A esto hay que agregar el papel del estado chavista como un estado fallido y forajido frente al derecho internacional, que no solo incumple sus obligaciones, sino que además tiene el afán de seguir en el poder; y, para lograrlo, está dispuesto a abrazar las alianzas más insólitas con agencias criminales dedicadas al terrorismo y al lavado de dólares.
Es esto último y el aumento de venezolanos desplazados de su territorio lo que ha hecho que el problema de Venezuela no sea exclusivamente de los venezolanos, sino también de sus vecinos y de todo el continente. No lo decimos en modo celebratorio. De cualquier forma sigue siendo una tragedia para Venezuela, pero una tragedia necesaria. Por muy pro imperialista y “pitiyanqui” que pueda parecer, pedir esa intervención militar internacional es lo único que nos queda a los venezolanos para tratar de salvar la integridad de la República de Venezuela del holocausto chavista. @humbertotweets