Diversos mecanismos, que no viene al caso discutir en esta oportunidad, configuran la opinión pública. Al final de cuentas, en repetición de lo que frecuentemente ha sido, ésta termina delimitada con base en los parámetros trazados por quienes, por las razones que sea, tienen la capacidad para moldear el cuadro en cuyo marco se constriñe lo discutido por la gente. Para estar en sintonía con lo dispuesto sobre el tapete como tema de debate, algunos, en ese afán egocéntrico que los conduce a ansiar con desespero que los demás los reconozcan como una especie de influencer, incluso despiertan cada día poniéndose a la caza de cuanto # circula en la galaxia del trino para sobre ella montarse y vaciar lo que se les ocurra, en espera de las notificaciones que le anuncian su posicionamiento en la tendencia.
Otros, por su parte, antes de emitir opinión, evalúan con sumo cuidado todo cuanto van a decir, no vaya a ser que, por no estar lo suficientemente atentos, cometan el desliz de transgredir las fronteras de hierro establecidas por lo «políticamente correcto». Así las cosas, porque hacerlo implicaría para muchos ponerse en la mira de ojos con mal brillo y perder, por ejemplo, aplausos y seguidores, hay temas que nunca se ventilan adecuadamente, por más que ciertamente merezcan ser abordados sin tapujos, fanatismos o apasionamientos, dado el impacto que generan en el contexto social. Verbigracia, el deporte como herramienta por excelencia para poner en práctica la antiquísima treta del pan y circo utilizada por el poder para aminorar la inconformidad social.
Sin hablar de compra de alimentos, medicinas, dotación de hospitales, etc., como éticamente corresponde, tómese un caso en particular y formúlese la siguiente interrogante: ¿cuánto podría hacer, en términos de cabal cumplimiento de sus funciones de docencia, investigación y extensión, cualquiera de las universidades autónomas venezolanas (por antonomasia, los grandes centros productores del saber nacional, valga la pertinente aclaratoria), si desde el gobierno central se le asignaran bolívares a cambio oficial equivalentes a 12 millones de dólares americanos? Antes de que haya tiempo suficiente para estructurar algún tipo de respuesta al respecto, ciertas voces podrían saltar al ruedo y, a su vez, repreguntar: ¿de dónde sacar esa cantidad, en medio de las dificultades económicas del Estado? Aunque parezca, la contestación no es irreverente: esos recursos pudieran ser, a manera de comparación, los mismos 12 millones de dólares que oficialmente se le asignaron a la temporada de beisbol 2018-2019.
Sin duda alguna, con ese dinero, y gracias al conjunto de talentos que ella atesora, dicha universidad desarrollaría exitosos mecanismos para superar la condición de agencia de cancelación de nóminas de hambre en que la deliberada asfixia oficial la ha convertido en los últimos años y, por consiguiente, mostraría como productos indiscutidamente honrosos, variadas y eficaces soluciones a muchos de los ingentes problemas que aquejan a la población del país. Pero esto no ocurre, y no va a ocurrir, porque en sintonía con lo que los cenáculos de poder del otrora imperio romano malévolamente descubrieron hace siglos, la prioridad es distraer, adormecer, para que la dominación fluya sin mayores contratiempos a los ya encontrados. El saber no es prioritario, como no lo es la salud, la alimentación, el reconocimiento de prestaciones y pare usted de contar. Lo prioritario es que haya un show deportivo por todo lo alto que mantenga a la gente atada al televisor para que así se olvide, por momentos, de la espantosa tragedia que la envuelve. ¿Lo más doloroso y/o vergonzoso del asunto? El hecho de que la sociedad no detecte la clarísima contradicción existente en este tipo de acciones y, en consecuencia, no las debata a tiempo y con propiedad, como sería su obligación moral hacerlo. La indolencia tiene múltiples rostros.
Por cierto, es sólo circo. No hay pan.
@luisbutto3