Hace justo cincuenta años, Teodoro Petkoff escribió en la clandestinidad un libro que pronto se convirtió en el santo y seña de mi generación.
Aquel dirigente comunista que, todavía en sus treinta, había sido capaz, primero, de empuñar las armas para, más tarde, hacer una valiente crítica de ellas, produjo en pocos meses una considerable masa de persuasiva elaboración teórica acerca de la crisis del movimiento comunista mundial que por aquellos años se manifestaba de mil modos.
Considérese que el Che Guevara había muerto en Bolivia apenas en octubre del año anterior, solo pocos meses después de que la Oficina de las Américas castrista alentase un fracasado desembarco guerrillero de combatientes venezolanos y cubanos en playas del oriente de Venezuela.
Fue una época en la que, con vertiginosa rapidez, se sucedían en el planeta acontecimientos políticos y culturales solo en apariencia disyuntos, casi todos ellos señalados por una especie de “rebeldía inespecífica” contra todo lo establecido, incluyendo en esto último el dogma marxista-leninista.
Suele atribuirse, con razón, un valor especial al llamado “mayo francés” en la gestación del clima planetario de ideas sociales y políticas de aquel tiempo, pero tal como yo recuerdo el final de mi bachillerato, para muchos jóvenes venezolanos captados por la política de izquierdas, en mi caso por la Juventud Comunista, 1968 resultó memorable, no tanto por la ofensiva del Tet vietnamita o las pedreas y la contracultura parisinos, como por los trágicos sucesos de Taltelolco y la invasión soviética a la antigua Checoslovaquia que, en agosto de aquel año cero de nuestros descontentos, puso fin a la llamada “primavera de Praga”.
Se hallaban aún residualmente activos en Venezuela núcleos guerrilleros rurales y “comandos tácticos” urbanos de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), la organización guerrillera del Partido Comunista venezolano a la que Petkoff había contribuido a fundar en 1962, cuando apareció en Caracas Checoslovaquia: el socialismo como problema.
Escrito en la clandestinidad que siguió a una de sus más espectaculares fugas, y publicado en 1969, aquel libro le ganó a Teodoro Petkoff ser anatemizado en 1970 durante el XXIV congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética por el mismísimo Leonid Brezhnev como “amenaza” para el comunismo mundial, junto al francés Roger Garaudy y el checo de expresión alemana, Ernst Fischer, ambos eminentes filósofos marxistas.
Con ello, muy tempranamente, Petkoff se hizo de un sitio en el mapa mundial de la denuncia de todo lo que Joseph Brodsky famosamente llamó “civilización soviética”.
Leyendo el libro de Teodoro –como familiarmente lo llaman los venezolanos—, mi generación halló al mentor emulable que dirigió nuestra atención, no hacia el mayo francés, sino hacia la primavera de Praga, conduciendo nuestra beligerancia hacia lo que, a la larga, sería una disposición de izquierda liberal que no nos ha abandonado y que es para mí, sin duda alguna, su mejor legado.
@ibsenmartinez