Cerca de 4.000 centroamericanos de la caravana migrante, en su mayoría hondureños, recuperan fuerzas este lunes en un albergue de Ciudad de México, donde tratarán de obtener permisos para transitar libremente por el país en su ruta hacia Estados Unidos.
La mayoría de estos migrantes, que huyen de la violencia y la pobreza, empezaron su éxodo en caravana el 13 de octubre desde la hondureña San Pedro Sula, a unos 1.600 km de la capital mexicana, y en el camino se han ido juntando con otros de El Salvador, Guatemala y Nicaragua.
Para recibirlos, la alcaldía capitalina convirtió un estadio deportivo en un albergue improvisado, donde espera recibir a unos 5.000 migrantes hasta el miércoles. La enorme caravana se fue dispersando y una parte de sus integrantes aún está en camino en los estados de Puebla y Veracruz.
Según Protección Civil de Ciudad de México, que coordina el albergue, hasta la tarde de este lunes habían llegado cerca de 4.000 migrantes.
El éxodo ha desatado enfurecidas declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump, quien ha amenazado con movilizar hasta 15.000 efectivos a la frontera con México para contener lo que llamó una “emergencia nacional”, convirtiendo esta crisis en bandera de campaña para las elecciones de medio mandato del martes.
Otras dos caravanas se desplazan por los sureños estados de Oaxaca y Chiapas.
En cada una de estas caravanas viajan entre 1.500 y 2.000 migrantes, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH, defensoría).
“Compañeros han quedado atrás. Nosotros le vamos a echar ganas, nos ayudamos unos a otros, incluso a las señoras que traen a sus bebés”, dice Eber Josue, un migrante de 25 años.
Ante lo complicado que ha sido el trayecto, pues gran parte lo han tenido que hacer caminando, este hondureño, al igual que muchos otros migrantes, piensa hacer una escalada prolongada en la capital de México antes de intentar llegar hasta la frontera norte.
“La idea es quedarse aquí trabajando pero sí vamos a poder seguir, vamos a poder seguir a Estados Unidos”, agrega.
“El presidente de Estados Unidos le amenaza mucho a uno. Nosotros nos reímos porque no somos criminales, somos gente de trabajo”, dice sobre los amagos de Trump.
Uno de los objetivos de los migrantes es solicitar a autoridades migratorias permisos para transitar libremente por territorio mexicano.
Sobre el rumbo de la caravana hacia Estados Unidos, Edgar Corzom, visitador de la CNDH, estimó que desde Ciudad de México podría dispersarse.
“La experiencia que hemos tenido es que se puede entrar por varios lados (a Estados Unidos), en otras caravanas ha habido una dispersión natural”, dijo en rueda de prensa.
– Frío y solidaridad –
En contraste con el calor asfixiante que soportaron en el primer tramo de su ruta, Ciudad de México recibe a los migrantes con el viento helado característico del otoño boreal a más de 2.200 metros sobre el nivel del mar.
“No pude dormir del frío y de estar tosiendo”, dice a la AFP Karla Membreño, una hondureña de 23 años visiblemente agripada y quien viaja con su esposo y su cuñada.
Los problemas respiratorios por el cambio de clima afectan a muchos. Han recibido atención médica en el albergue e incluso se han aplicado vacunas contra la influenza.
Algunos migrantes buscan entre pilas de ropa donada algo abrigador, otros tratan de comprar guantes para aliviar sus manos entumecidas.
Al igual que en otras regiones de México por donde han pasado las caravanas, algunos vecinos les ofrecen alimentos y café.
“Venimos en apoyo de los migrantes, sabemos que están sufriendo en el camino, les ofrecemos café”, dice Pablo Cárdenas, un vecino de 69 años.
Pese a que la capital enfrenta un masivo corte de agua que se prolongará dos días más de lo esperado, el albergue es abastecido con tanques portátiles instalados en el recinto.
Hasta el sábado, unos 3.230 centroamericanos habían solicitado la condición de refugiados en México, según datos de la secretaría de Gobernación (Interior). Los demás persisten en su afán de llegar a Estados Unidos.
“Dice Dios en la Biblia que los grandes serán humillados. Trump será muy grande pero Dios lo va a humillar”, dice Edgar Iván, un migrante hondureño de 36 años.