Súbito no sólo tiene el sentido de repentino sino también de violento. De hecho, la muerte súbita se asocia generalmente a resultado fatal por evento cardíaco. Directo al corazón. En Venezuela la tensión política se mueve en múltiples direcciones, algunas: un grupo a un extremo que intenta la muerte súbita del régimen, con algún apoyo internacional, otro grupo que se ha dedicado hace mucho a controlar el paro cardíaco, dando respiración muy artificial, con artífices internacionales de alguna talla y baja tesitura en la opinión generalizada: el Papa, Rodríguez Zapatero y algunos gobiernos guiados, como el chileno, por una prudencia cuasi religiosa y el apego a lineamientos emanados por políticos oficiantes en el exilio que se dejan llevar por sus líneas caraqueñas. De otro lado, tal vez en medio, está el aguante del régimen a todas las “embestidas” internas y externas: al diálogo que mantiene la situación con algún viso de “estabilidad”, tanto como a los decidores del “hasta aquí llegaste, te tengo medido”; de ese modo se opone, firme, en mi creencia, sistemático a la presión interna y externa.
Así las cosas, en vísperas de unas simuladas elecciones, la tensión acrece permanentemente, y el hambre, y los bajísimos sueldos y la carencia de cuanta necesidad ciudadana haya de bienes, de servicios, de paz, de institucionalidad, de libertad. La pujanza de los distintos actores políticos, halando la cuerda del poder a cada lado, se ha constituido en el sostén del régimen agónico, único, sin embargo, con capacidad fáctica para proceder hasta ahora, no se sabe hasta cuándo. Seguramente hasta cuando se imponga, con poder un fáctico mayor otra de las fuerzas en pugna que por los momentos no pasan de ser distribuidores de discurso político, sin mayor asidero, al mayor y detal. Voceadores de consignas vacuas. El juego se tranca a diario; así pues el único beneficiado ha resultado consuetudinariamente ser el régimen.
Si se ofrece que pronto se saldrá de esto, debe haber un sustento real que de validez a las palabras, porque si no se ahuecan más en el oído, en el sentimiento y en el choque diario con la chocante realidad. Igualmente, si se ofrece, con la venta ambulante de la “no violencia”, la idea de que es hasta el 10 de enero la cosa, debería tenerse la firme garantía de que la cosa llega hasta el 10 de enero y no más, que no habrá 11 ni 12. La gente desea, necesita certezas, líderes capaces de mostrarlas y ser consecuentes con sus palabras, porque, si no, carecen se sentido, se vacían absolutamente de algún sentido. Con apoyo interno y/o externo, lo que se diga debe compadecerse con la realidad tangible, sino el atolladero se hará más ancho y más profundo. Nicolás Maduro y sus múltiples adláteres, carecen casi por completo de popularidad, como se sabe; pero no de credibilidad, exactamente, pues cuando dicen que va a instalar una constituyente, con toda la ilegalidad e inconstitucionalidad, van y lo hacen y la pone a funcionar y generan una obediencia sino ciega al menos práctica, tangible, vivible, sufrible, para el funcionamiento de su Estado, ese que expropiaron y se apropiaron. Y, cuidado, porque, si después del 10 deciden quedarse y no ceder, como pareciera, quienes perderán credibilidad serán nuevamente los factores democráticos (verdaderos o patulecos) que contribuirán con su impotencia, manifiesta en múltiples ocasiones, después de ganar por paliza la Asamblea Nacional, a acrecentar la frustración, la incertidumbre y el desasosiego.
Mi llamado hoy es a la correspondencia, directa y absoluta entre el verbo y la acción, como en el teatro, para que sean creíbles los accionares políticos, discursivos y pueda generase cause a la libertad. De no ser así, continuemos las protestas, los reclamos, los planes hacia el futuro democrático, hasta cercarlos y sacarlos, pero no el desvarío de ofertas sin cumplimiento. Porque más lesión a la credibilidad puede llevarnos a un derrotero de incapacidad para la conquista y el manejo del poder. Es sólo un pequeño consejo deslastrado de maldad. Sin posibilidad fáctica real, construida, no creo para nada en la muerte súbita del régimen, sólo, como por inercia, mucho menos en la agonía protegida por santos óleos.
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