Erika Farías, de apellido portugués (Faría) castellanizado en el Siglo 15 con la adición de la “S”, sembró una millonaria obra “de arte” en la entrada de la ciudad de Santiago de León de Caracas, donde antes estaba colocado el símbolo de la ciudad.
De siete metros y 1.200 kilos se lee en su pedestal: “mujer, indígena, madre, curandera, cacica de la etnia Quiriquire, impulsora de la resistencia contra la colonización española del siglo XXI. Su legado sacude la historia patriarcal de Occidente, avivando el espíritu de rebeldía de todas nuestras generaciones“.
Se trata de Apacuana, cacica, piache, y consejera en la guerra contra los españoles que de paso comandaba su resistencia en los Valles del Tuy, Guarenas y Tácata, lejísimo del casco histórico de la muy maltratada capital de Venezuela.
Lejos de ser una tamaña ridiculez, el mamotreto de generoso busto (los entendidos le calculan unos 300 cc o más de solución salina), “Apacuana” prende las alarmas entre los caraqueños; no solo por el constante esfuerzo en pisotear la memoria histórica de la nación, sino por haberse instaurado ahí en las sombras como siempre trabajan los bolivarianos. O bien sea por saber cuánto le costó al país la obra o dónde carrizo está la estatua del “León de Caracas”.
Hace poco más de tres años el psiquiatra de los gemelos fantásticos, Jorge Rodríguez, intentó en vano echar por tierra los símbolos de la ciudad de Caracas, acción indígena que no prosperó. Hoy día llega Erika y lo hace con toda la impunidad del mundo.
El gobierno bolivariano del Municipio Libertador sigue siendo una gran burla, en una ciudad Capital repleta de basura y huecos, se pierde tiempo y dinero en mamarrachadas. El gobierno bolivariano nacional es un tremendo hipócrita, cuatro días después “confirman” el asesinato de un cacique de la comunidad pemón de Canaima a manos de miembros del Dgcim y a la par pone una estatua en la ciudad capital.
Históricamente el gobierno bolivariano quedará como la mayor desgracia que ha pasado Venezuela.