En el municipio Libertador todavía quedan siete albergues en los que hay 775 familias. Están abiertos desde 2010, por orden presidencial para dar cobijo a los damnificados por las torrenciales lluvias, publica Crónica Uno.
Por Mabel Sarmiento @mabelsarmiento
¿Cuánto tiempo tienes viviendo en el refugio?, se le preguntó a una señora que entraba al edificio La Nacional, ubicado en la avenida Baralt, antigua sede administrativa de la Alcaldía de Caracas.
Sus ojos se agrandaron y con mucha fuerza cerró el portón. Mientras se daba la vuelta solo dijo: “Perdí la cuenta, unos ocho años. Para qué me preguntas”, dijo.
A Rosiris cuando le nombran la palabra refugio su rostro se transforma en angustia, dolor, impotencia. Dice que siente una sensación que ya no sabe definir. Pero la que más se ajusta a su situación es la tristeza.
Llegó a ese albergue luego que su casa por presentar grietas fue declarada inestable. “El presidente Chávez dijo que todos teníamos que desalojar. Me entregaron una carta y agarré los pocos peroles que tenía. Me llevaron a un hotel por El Paraíso y luego me reubicaron aquí. Tengo tres hijos que han crecido en los pasillos y que tienen que cargar agua desde la planta baja hasta el piso cinco. No es nada agradable. Y cada vez que vienen unas elecciones siempre llega alguien a entrevistarnos”.
Cuando Rosiris llegó a la mitad del pasillo solo se veía su figura delgada. Sin detalles ni colores de su andar. A esa altura del camino no había bombillos, todo era penumbra. Se escuchaba el eco de un chorro que caía sobre un tobo o perol y el bullicio de unos chamos en son de juego.
Ese es el mismo chorro que usan sus hijos para abastecerse cuando llega agua.
Depósitos de familias pobres
En el municipio Libertador todavía quedan siete albergues en los que hay 775 familias. Están abiertos desde 2010 por orden presidencial, para dar cobijo a los damnificados por las torrenciales lluvias, que azotaron a la Gran Caracas entre octubre y diciembre de ese año, y que dejaron más de 100 mil familias damnificadas en todo el país, de esas 38 mil en la Gran Caracas.
El Gobierno nacional echó mano de oficinas gubernamentales, ministerios, expropió galpones y hoteles, para refugiar a los afectados.
San Bernardino, Las Acacias, El Paraíso, Catia, la Candelaria, La Yaguara, el casco central. Ninguna zona del municipio Libertador quedó por fuera durante la emergencia.
Se habilitaron pisos enteros en los ministerios de Ambiente, Salud, de las Comunas. Hasta en los colegios, como sucedió en Carapita, acomodaron salones como albergues. 494 se usaron en todo el país. Los salones se ocuparon incluso comenzando el 2011, situación que retrasó el inicio del año escolar.
El gobierno asignó a los entes públicos como padrinos de esas instalaciones. A la Alcaldía de Caracas le correspondió velar por siete: Edificio Banvenez, El Chorro, La Ciudadela de Catia, galpones grandes y pequeños de La Yaguara, edificio La Nacional, El Rústico y la antigua fábrica Van Raalte.
Entre 2010 y 2012 estos centros fueron alojadas más de 18 mil familias, de las cuales, según una fuente municipal, quedan sin solución habitacional 775.
Los olvidados de La Nacional
Media hora esperamos para entrar a la torre La Nacional, ubicada en el cruce de El Silencio con la avenida Baralt, diagonal a la esquina La Pedrera.
Hasta el 2010 ahí funcionaban las oficinas de Atención al Público de la Alcaldía de Caracas.
Nos colamos luego que un muchacho, por descuido, dejó entreabierta la reja. Tomamos rumbo por el mismo pasillo que agarró Rosiris.
La alcanzamos en el piso dos hablando con una vecina. En este nuevo encuentro la mujer estaba más calmada y le sugirió a su amiga que me contara el tiempo que tenía esperando reubicación.
“Aquí a uno le dicen que si habla no le dan solución, pero qué más vamos perder. Llevo siete años aquí. Ya uno no puede tener miedo. Pasa para que veas las condiciones en las que estamos”, dijo la señora de apellido Oliveros.
Una oficina habilitada como apartamento de un solo ambiente donde viven ocho personas ha sido su refugio.
Las paredes tienen filtraciones, no llega el agua con regularidad y las invasiones de sancudos y moscas son el pan nuestro de cada día.
La falta de alumbrado en los pasillos y en las escaleras son parte de la cotidianidad. Son áreas comunes de las cuales muy pocos se encargan.
En algunos recodos quedan vestigios del culto que se le rindió al desaparecido presidente Hugo Chávez. Pero ya es parte de la historia, pues la gente tiene resentimiento. “Se murió y nos quedamos aquí, creo que ha pasado mucho tiempo. Aguantamos demasiado”, comentó apurada una de las mujeres, quien pensó que la coordinadora del refugio Gladys Moreno podía secundarlas en sus testimonios.
Pero no fue así, Gladys Moreno -ese fue el nombre que dio cuando nos identificamos- en se momento estaba lista para salir del refugio.
Con tacones, peinada y perfumada. En su agenda no hubo espacio para hablar de la situación actual de más de 150 familias que aún quedan en el edificio La Nacional.
“No estás autorizada para estar aquí, quién te dejó pasar”, dijo.
Acto seguido, haciendo uso de la diplomacia, me acompañó hasta la reja, sin soltar prenda del futuro que les espera a estos damnificados eternos.
Durante el poco tiempo que estuvimos entre la reja y los dos primeros pisos, observamos que abunda la población infantil.
Rosiris calculó cerca de 300 niños, a lo que sumo varias adolescentes embarazadas, muchos casos de dengue y sarampión. “Casualmente hace dos días -antes de tu visita- vino alguien del ministerio de la Vivienda a ofrecer 50 apartamento, varios de ellos para los que llaman casos de salud”.
Vale resaltar que la entrevista se hizo a principios del mes de noviembre.
La dignificación: Letra muerta
Chávez para ese momento agarraba a diestra y siniestra edificios, escuelas, iglesias, hoteles y galpones y prometía dignificar a los refugiados. 640 se tomaron en todo el país.
Para ello se propuso darle cuerpo a la Ley Especial de Refugios Dignos, aprobada a través de la Ley Habilitante.
Los funcionarios del gobierno, como Elías Jaua, pedían “comprensión y paciencia y también la valoración de que ningún Gobierno había asumido lo que asumió el presidente Chávez de resguardar, cobijar, a las familias damnificadas”.
Se anunció la construcción 286.180 viviendas, adicionales a otras 95.912 que comenzó a construir en abril de ese mismo año, en el marco de la denominada Gran Misión Vivienda, recién creada por Chávez.
La meta de ese proyecto apuntaba acabar con el déficit acumulado de -al menos 2 millones de casas-, para 2017.
Una promesa incumplida que cada vez se hace más cruel para las más de 200 familias albergadas en la torre El Chorro, ubicada en la avenida Universidad, a una cuadra de la sede principal de la Alcaldía de Caracas.
Este edificio de oficinas fue construido a mediados de los años setenta. Ahí estuvieron las empresas del Grupo Boulton, incluida la extinta aerolínea Avensa, hasta 2002, cuando fue adquirido por Seguros La Seguridad. Posteriormente se vendió en 2007 y permanecía desocupado hasta finales de 2010, que fue tomado por el Gobierno.
Con la Ley de refugios dignos en este albergue se hizo la primera prueba de las Petrocasas. Se pretendía controlar el hacinamiento que había por piso (entre 150 y 200 personas) con la instalación de cubículos y baños con regaderas independientes.
La orden era hacer 40 cubículos por piso, mientras asignaban casas a los afectados.
A la vuelta de ocho años la situación es crítica.
Ocho años de refugio, la misma cantidad que tiene el vertedero de basura.
No se acabó con el hacinamiento, se impuso la insalubridad, las epidemias no dan tregua a la población -principalmente la infantil-, hay basura, ratas, moscas y zancudos en todos los espacios y en la parte trasera de la torre hay una mini Bonanza: un relleno sanitario en el que se acumula la basura de ocho años.
Es un foco infeccioso del que está al tanto Protección Civil Libertador, pues esta dependencia tiene sede en la planta baja de la torre, al igual que la gente de Negra Hipólita a la que incluso le cae a diario baños de orine y de cualquier otra porquería que es lanzada desde las ventadas del edificio.
Alrededor de la torre impera la buhonería informal, la prostitución, la venta de estupefaciente y los robos, de acuerdo a una declaración ofrecida por un funcionario de la Policía de Caracas.
La última protesta que hicieron los “sin techo” fue en abril de este año. Cerraron la avenida Universidad exigiendo la visita del ministro de la Vivienda.
Al albergue solo llegamos al primer piso. A través de uno de los refugiados entramos en contacto telefónico con la coordinadora. Ella al principio mostró disposición. Luego, prefirió no dar declaraciones.
Entre los perjudicados hay el mismo comentario de los habitantes de La Nacional: “Aquí nos amenazan con quitarnos beneficios si hablamos. Pero que más nos van a quitar. Aquí uno pierde todo”, dijo una señora que tiene una hija discapacitada que sufre, además, de convulsiones.
En la torre hay personas con cáncer, adultos mayores hipertensos y problemas con el suministro de agua.
Este refugio era uno de los pilotos para comenzar a construir las Petrocasas.
Las epidemias son una constante en la torre El Chorro.
Una fábrica de refugiados
La Ley de refugios dignos en su artículo 2 explica que “los refugios servirán como espacios dignos para la vida y la convivencia en comunidad, y como sitios de protección de derechos, cumplimiento de deberes y ejercicios plenos de ciudadanía por parte de todas las familias y personas refugiadas”.
Y más adelante en el Capítulo II, artículo 8, los clasifica conforme al tipo de edificación y a los servicios de que dispone: tipo A que era los divididos pequeños apartamentos unifamiliares con al menos dos habitaciones y un baño; tipo B igual dividido en habitaciones unifamiliares pero con servicios comunes (un baño para cada 20 personas); tipo C que eras las carpas unifamiliares; tipo D, los espacios provistos de uno o varios espacios comunes para dormitorios de familias y tipo E, que eran las escuelas, galpones, plazas iglesias, instalaciones deportivas y culturales.
Durante la emergencia incluso se ocuparon espacios del antiguo edificio de la maternidad Concepción Palacios.
La fábrica Van Raalte, ubicada en La Yaguara, entró en la clasificación de refugio tipo B.
Un sótano lleno de basura de y aguas tienen en el Van Raalte.
Ahí reubicaron a familias de varias zonas Catia, Antímano, El Valle y 23 de Enero, Gramoven y La Panamericana.
Las metieron en cubículos independientes, pero debían compartir el baño.
Pasado los años, las familias fueron haciendo espacios para las cocinas, para los tanques de agua, para los comedores, pues solo vientos soplaban una larga estadía.
Refugiados piden quitar este criadero de mosquitos.
Y Odalis Mesa incluso, por cuestiones de salud, tuvo que negociar con sus “vecinos” una poceta para uso exclusivo.
No la tiene en el cuarto. Igual está en el baño común, pero le colocó a la puerta un candado. Así mantiene “la higiene”.
En este edificio hay tres pisos ocupados. El promedio de estadía ahí es de siete años y aunque los pasillos se ven limpios, los baños son un caldo de cultivo para las bacterias.
Las tomas ilegales de agua, las cloacas tapadas y clausuradas dan fe de la falta de cooperación entre los que ya son inquilinos permanentes, que esperan que las autoridades vayan y les arreglen los daños.
Cada vez que llegan unas elecciones es que les ofrecer sacarlos del albergue.
Lo que ellos expresan es “aquí nos dejaron como si se tratara de un depósito de familias”.
Ahora por los años de uso y la falta de mantenimiento la estructura se tambalea. De hecho, durante estos últimos meses han desocupado cerca de tres cubículos que están carcomidos por las filtraciones en techos y paredes.
Odalis Mesa, contó que los pedazos de concreto caían en las camas de las personas y que, por tanto, las trasladaron a otros cuartos cuyas familias fueron reubicadas.
Mostró como las bases de la estructura están afectadas por las fugas de agua. Todo el sótano está inhabilitado con un pozo que alcanza más de medio metro de altura de agua.
La pestilencia se siente en los alrededores azotados por los zancudos y todo tipo de mosquitos.
“Estamos muy preocupados por esa situación, queremos que la alcaldía venga y nos ayuda a achicar esa laguna, puede haber un cortocircuito en todo el edificio, pues a veces las aguas llegan al límite de los breakers. Mi esposo se mete usando unas botas y los baja, pero eso es un peligro inmenso”.
En ese espacio hay todo tipo de cachivaches y los policías que hacen ronda en el albergue, justo el día que fuimos a realizar las entrevistas, encontraron piezas de motos picadas, lo que evidencia que también es una guarida de malhechores.
El edificio, donde hay cerca de 70 familias, también tiene filtraciones por fuera. Y lo más común son las afecciones respiratorias, las alergias en la piel. La sarna ataca a los más pequeños. De hecho, en el tercer piso encontramos a un bebé que tenía el borde del ojo carcomido.
Hay casos como el de Raquel Romero, que tiene hipertrofia muscular y tuvo que salir del refugio Manfredi ubicado en la avenida Lecuna, porque ahí hay mucha violencia.
Sus manos dobladas evidencian dificultad para sostener los tobos de agua y sus piernas hinchadas son una muestra de la necesidad de estar en un sitio sano, con servicios públicos acordes, cerca de un centro médico y donde se pueda proveer de una alimentación balanceada.
Una cosa que es común denominador en los refugios es el incremento de los embarazos y, por ende, de la población infantil, niños que crecen sin vacunas, sin vitaminas ni nutrientes.
Damnificados de por vida
Los datos que maneja la Alcaldía de Caracas, dan cuenta de 775 familias damnificadas. En esa lista no entran las 250 familias (436 niños de 0 a 11 años) que tienen más de 10 años en el galpón Mundo Nuevo, una estructura que fue invadida y que está cayendo a pedazos.
Era una fábrica que se incendió. Quedó un esqueleto maltrecho que solo mostraba columnas y el techo de un primer piso.
Una invasión sobre escombros
A ese lugar llegaron familias que no podían pagar alquiler. Fueron unas de las primeras invasiones que se originaron en pleno apogeo del mandato de Hugo Chávez. La gente se metió ahí pensando que les darían vivienda por estar con el proceso.
En condiciones infrahumana levantaron carpas y dividieron cuartos con sábanas. Luego sustituyeron con cartón y bloques.
Ninguna de las casas tiene techo. Los que quisieron mayor privacidad colocaron plástico y zinc, pero de una forma muy frágil.
La placa que protege el barrio (porque al final eso fue lo que se desarrolló) está fracturada. Con el temblor de agosto pasado se le hizo una nueva grita y hay un ala que está deslizándose sobre varias viviendas.
Yulimar Hidalgo, representante de la UBCH no quiere otra cosa sino salir de ese galpón, donde las epidemias llevan el control.
En la planta las aguas negras corren libremente, no hay bombillos entre pasillos o callejones y las escaleras de cemento, el único acceso, se están despedazando.
Los habitantes de esta invasión, igual se llaman refugiados, por el tiempo que tienen esperando respuesta, porque los han censado, porque las autoridades los han visitado y ofrecido villas y castillos.
Ellos, al igual que los de la torre El Chorro, del edificio La Nacional, Manfredi, Van Raalte, esperan por las promesas incumplidas. Que, de nuevo durante la pasada campaña electoral, emergieron de las cenizas.
Fotos: Luis Morillo