A sus 32 años, Carlota Casiraghi emprende la imprevisible ruta de una «nueva vida», tras seis aventuras sentimentales tan apasionadas como efímeras y dos hijos de dos padres distintos, que nunca llegaron a «integrarse» en el palacio principesco de Mónaco, publica ABC.
Por J.P Quiñonero
Corresponsal en París
Carlota Casiraghi y Dimitri Rassam todavía fueron fotografiados, en París, paseando a su hijo, Balthazar, de dos meses de edad, pocos días antes de Navidad, cuando se aplazó indefinidamente un proyecto de matrimonio tantas veces confirmado como desmentido, entre rumores de «falta de entendimiento», fotografías publicitarias, idas y venidas entre París y la Costa Azul, testimonios fotográficos robados de un desencanto propicio a las ojeras y el desaliño físico menos atractivo.
En las fotos de la pareja, días antes de Navidad, Carlota da la imagen de una madre soltera esperando el autobús que no llega y debe llevarla a un suburbio apenas acomodado. Dimitri, por su parte, tiene el porte de un vendedor de coches de segunda mano en un garaje de provincias. Él lleva al pequeño Balthazar en una canastilla de las que se compran en serie en los hipermercados; ella sigue cabizbaja, huyendo no se sabe si de un fotógrafo o del padre de su hijo.
Compromiso no oficial
Quizá fueron las imágenes del «adiós» o «hasta la vista». Días más tarde, dos semanas después del aplazamiento indefinido de la boda, se daba por supuesto que Carlota había roto su compromiso. Compromiso que nunca fue tal, oficialmente. Ni el Príncipe Alberto ni la Princesa Carolina habían confirmado nunca ningún compromiso oficial, que siempre requiere unas «formas» y protocolo de cierto nivel, dejando decir lo que nadie había confirmado y se dejaba voluntariamente en el aire.Imposible el acuerdo o reencuentro, durante una última cena navideña, Carlota Casiraghi vuelve a tomar la ruta de la soltería, tras sus fallidas aventuras con el conde Hubertus Herring von Frankensdorf (2002 – 2004), el financiero belga Félix Winckler (2004 a 2007), el hombre de negocios anglo iraní Alexander Dellal (2007-2012), el humorista franco marroquí Gad Elamaleh (2011 – 2013), el guionista y director de cine italiano Lamberto Sanfelice (2015 – 2016), y, finalmente, Dimitri Rassam, productor de cine, su pareja desde 2017…
Carlota Casiraghi publicó hace meses un libro titulado «Archipiélago de las pasiones», escrito al alimón con Robert Maggiori, en el que se afirma: «El amor es la cuestión central de nuestras vidas».
Intentando razonar tan graves cuestiones, Carlota declara: «Se trata de una paradoja. En nuestra era de comunicación permanente, el verdadero encuentro amoroso es mucho más difícil. Eso implica abandonarse al otro, por completo. Es como tirarse al océano en busca de una orilla que no siempre encuentras. Esa búsqueda nos obliga a dejar un espacio para el riesgo, la pasión, la incertidumbre, que tiene muchos riesgos y oportunidades por venir…».
En esa encrucijada vuelve a encontrarse Carlota Casiraghi. Los padres de sus hijos le confían la guarda y educación, que ella delega con frecuencia en su madre, la Princesa Carolina, que ya se había casado dos veces a los treinta años y era madre de tres hijos, tras un número impreciso de aventuras de alcance aleatorio.
Como cada año, por estas fechas, Carlota comienza ahora los trabajos de organización de los próximos Encuentros filosóficos de Mónaco, una reunión entre docta y amistosa, en la que participan profesores, ensayistas y estudiosos. Una tropa libresca entre la que Carolina nunca ha conseguido encontrar un compañero duradero. Hasta ahora, los señores de su vida han sido aristócratas, hombres de negocios no siempre cinematográficos, muy alejados de las pasiones filosóficas de Carlota, que no dudó en declarar, en su día, que la filosofía había «transformado» su vida. Sin alcanzar nunca la sabiduría y paz amorosa que su madre tardó mucho tiempo en descubrir, con los años, camino de la senectud.