Vamos a estar claros: la capital es Jerusalén, por Alfredo Maldonado

Vamos a estar claros: la capital es Jerusalén, por Alfredo Maldonado

Vista de Jerusalem | Foto archivo

 

Tel Aviv es un invento que en su momento fue necesario por las circunstancias de esa muy peculiar –y demasiadas veces interesada y equivocada- historia que escriben las potencias siempre imperialistas. Pero aunque los ingleses le hubiesen quitado a los árabes lo que ellos antes le habían quitado a los descendientes de los romanos, y estos a su vez antes a los judíos, eso no significa que Jerusalén haya dejado de tener para Israel el mismo significado histórico y cultural de miles de años como nación.

¿Por qué la Meca es la capital espiritual de los musulmanes, por qué van a caminar en círculo alrededor de una piedra negra de la cual les hablan pero no ven? ¿Por qué esa tradición es fundamental para ellos y Jerusalén no lo puede serlo para los judíos? Roma es la capital de los católicos sólo porque así lo decidió Pedro, quien a su vez había sido elegido jefe –según los Evangelios- sin más consultas que consigo mismo –o con el Padre Eterno, dependiendo de en qué crea usted-, pero en cualquier caso no consultó a los otros once ni mucho menos a decenas de seguidores permanentes.





Pedro decidió que Roma fuese la sede principal del cristianismo porque ésa era la capital del imperio del mundo; Jesús le ordenó predicar, no específicamente que fuera a Roma. Sólo circunstancias políticas siglos después, cuando aquél imperio ya no daba para más, y el cristianismo había crecido al punto de que el general Constantino se inventó un milagro y una revelación del propio Dios para convertirlo en su bandera política, cuando el Imperio se desgajó y creó una capital adicional –casualmente llamada Constantinopla-, que terminó tiempo después siendo a su vez sede de un cristianismo disidente que mantuvo sus principios –con algunas adaptaciones de forma- religiosos pero no la obediencia a Roma. Aquellos cristianos vincularon la capitalidad política con la religiosa, y de alguna manera en eso seguimos.

Mucha agua ha pasado por los ríos hasta que, tras decenas de siglos de persecuciones pero persistentes con el escudo de la perseverancia, todo eso que fue Judea cayó en manos europeas, inglesas para más detalles. Ya los judíos con su religión y cultura por encima de nacionalidades, habían sumado poder y voluntad para presionar suficientemente a los principales centros de fuerza cristianoccidental, que lograron que los militares y representantes británicos se regresaran a Londres y dejaran el lio armado en un territorio sin nada que ganar para Londres, su imperio ya en caída libre.

A lo largo de la historia, durante la cual donde estuviesen jamás dejaron de mirar hacia Jerusalén, los judíos habían fortalecido su cultura, su historia y su voluntad no sólo de sentir a Palestina como su patria y su territorio, sino de regresar a ella y reconstruir su país. Desde el estallido –por cierto, con banderas y pretextos religiosos- de los musulmanes hacia todo el mundo conocido posible, controlaron y gobernaron Palestina desde la Edad Media hasta que los ingleses, con su imperialismo político y militar pero no cultural y religioso, impusieron un cambio de gobierno –varios cambios, en realidad, para más detalles lean el libro, o al menos vean la edulcorada película, de Lawrence de Arabia.

Los judíos no tenían, desde tiempos de los emperadores romanos Vespasiano y Tito, patria territorial, pero sí patria universal porque en cualquier lugar que estuvieran, trabajaran y estudiaran –e incluso gobernaran, que algunos hasta esos niveles llegaron- seguían constituyendo una misma nación con las mismas historia, tradición, cultura y religión, que al final son lo que cuenta. Y el mismo sueño y propósito: regresar a Palestina y tener a Jerusalén como centro fundamental.

Pero no se limite usted a lo formal histórico, no se ponga a argumentar que por cosas de la ambición también el papado católico debió pasarse una larga temporada –bastante agitada y cuestionable, por cierto- en Avignon, Francia, fuera de la sede romana decidida por el primer Papa, Pedro. Y que el país clave del cristianismo ortodoxo no está en Turquía ni viejos alrededores de Constantinopla sino en Rusia con todo y comunismo o putinismo. Son sólo ejemplos, para no hablar de si hay o no un Vaticano musulmán aparte de La Meca, cuyos únicos méritos fueron haber sido el sitio de nacimiento de Mahoma y una piedra negra por el tropezón de un ángel del Creador. Si al caso vamos, Jerusalén debería ser sede cristiana, porque allí fue asesinado nuestro fundador Jesús –nacido en Belén, detalle romano- y las familias materna y paterna de Jesús, él mismo, sus apóstoles y seguidores y difusores originales, y el cristianismo como doctrina, son judíos, el cristianismo nació en tierra judía, ¿o no?

La larga dominación árabe había hecho de Jerusalén un gran centro de poder regional, pero fue una cuestión de control militar y político, no religioso como sí lo fué para los cristianos que con más torpeza y codicia que religiosidad, trataron de adueñarse del país a lo largo de diez cruzadas con más sangre, crueldad e injusticias que éxitos. Y asunto profundo para los judíos, porque ésa era su patria y Jerusalén la sede de sus reyes y su religión.

En la Biblia ni en los Evangelios ni en el Corán existe Tel Aviv, ni nadie peleó nunca guerras por ella. Es una ciudad más o menos nueva, nacida oficialmente en la primera década del siglo XX. Incluso hoy puede ser un centro económico y financiero para los israelitas. Pero sólo una sede ocasional porque los ingleses estimaban más a los musulmanes, varios de cuyas naciones “la pérfida Albión” seguía controlando cuando la furia judía finalmente los sacó de Palestina y se fueron dejando sangre, injusticia y equivocaciones. Al terminar la II Guerra Mundial, los británicos se encontraron formando parte –con merecimiento, sin duda- de los vencedores, y con que la bestialidad nazi no había podido acabar con los judíos, aunque había hecho todo lo posible, y los ingleses también temieron un estallido confrontacional si dejaban como capital de un sector a una ciudad históricamente importante para tres.

Y con no sin cierto antisemitismo anglosajón, abrieron las puertas de Judea –ahora Palestina- a los judíos del mundo como compensación al bárbaro sacrilegio nazi, y también, no se puede negar, como una solución más civilizada y británica al “problema judío”: todos a Palestina sin tener que expulsarlos como los católicos reyes españoles, ni expoliarlos y maltratarlos como los ortodoxos nórdicos, ni asesinarlos como los verdugos del socialismo nazi.

No les abrieron las puertas a Tel Aviv sino a Palestina, y la ciudad allí era Jerusalén, no Tel Aviv. Que sea centro religioso coincidente para tres grupos religiosos es consecuencia de su historia, la cual además deja claro que la capital de los judíos es Jerusalén.