Maduro y Cabello vociferan amenazas y anuncian la batalla final y tierra arrasada, pero ya no asustan. Están solos, carentes de razones y vacíos de pueblo. Quizás más pendientes de sus negocios. El arco minero, las cajas de comida CLAP, la asignación de divisas, el contrabando de la gasolina, el comercio del coltán, el oro, el petróleo, y hasta la entrega de pasaportes. Todo, absolutamente todo, es un “negocio” y detrás de cada uno hay un jefe del régimen beneficiado. La verdadera esencia de esta revolución la pusieron al descubierto Carlos Tablante y Marcos Tarre con sus impecables trabajos sobre los mecanismos de la corrupción: El Estado Delincuente y El Gran Saqueo. El Estado convertido en un aparato para el enriquecimiento de la cúpula en el poder. Este impúdico festín contrasta con el hambre y miseria de millones que ya no salen a defenderles. Asqueados, han optado por abandonarles. El poco pueblo que les queda no da para llenar una calle caraqueña. La revolución se ha convertido en un burdo montaje, recurre a viejos videos para aparentar tener una fuerza que ya no tienen. El pueblo digno, se ha cansado de aguantarles.
Maduro y Cabello insisten en llegar hasta el final, pero ¿cuál final y con quienes? Apuestan su permanencia al cansancio de la oposición y al apoyo irrestricto de las FAN. Esta vez no pareciera que alguno de estos factores puedan darse. La crisis socioeconómica, aunada al férreo y decidido apoyo internacional alimentan la esperanza ciudadana que cada vez vingcula la superación de la crisis a la salida de Maduro. En cuanto al apoyo militar, es bien sabido que hay un creciente descontento en los cuarteles evidenciado en los más de 200 oficiales presos en los dos últimos años y en las deserciones continuas. Solo una férrea vigilancia interna impuesta por el G2 evita, por ahora, un desconocimiento masivo de Nicolás Maduro. Es previsible que en la medida que avance el plan liderado por Guaidó y la oposición, conjuntamente con la comunidad internacional, las FAN hablarán a través de otras voces. Es cuestión de tiempo. Si acaso les quedarán los mercenarios reunidos en los colectivos armados.
Si estuviésemos ante unos políticos con responsabilidad histórica, de esos cuya racionalidad les hace medir las consecuencias de sus decisiones, de los que entienden de correlación de fuerzas, de los que respetan las leyes, de los que asumen con responsabilidad sus errores y ven el horizonte con trascendencia, podríamos esperar una conducta diferente. Pero estamos ante los cabecillas de un Estado delincuente, es decir, ante unos malhechores, en el justo significado que la palabra supone. Un delincuente actúa conforme a una lógica diferente, prefiere la confrontación que el acuerdo razonable, percibe al adversario como un enemigo al cual hay que aniquilar, recurre a la “puñalada trapera”, no respeta acuerdos ni ley alguna y su táctica es el engaño. Para ellos, la democracia carece de significado.
Si los jefes del PSUV olfatearan más allá de la coyuntura adversa que enfrentan, si entendieran la política como un proceso de altas y bajas, podrían admitir la realidad y decantarse por una retirada digna dando paso a la avalancha popular que se les viene.
La sobrevivencia del PSUV está vinculada hoy a cómo y cuando decidan darle paso a la transición. Si persisten en aferrarse al poder se irán degradando cada día más y haciendo dificultosa su recuperación a mediano plazo.
La disyuntiva es clara, pueden concertar una salida en el marco de la constitución, lo que ha llamado Arias Cárdenas “negociar la paz con dignidad”, o terminar capturados como delincuentes por la parte de las FAN que está al margen de las corruptelas. ¿Renunciarán a su esencia?