A partir del 23 de enero las prioridades de Nicolás Maduro y su régimen cambiaron. Pasaron de construir una plataforma de estabilidad por encima de la ilegitimidad a considerar el caos como vía para aferrarse al poder.
En la realidad actual, todo apunta a la irreversibilidad de los cambios en el panorama venezolano. Pero lo que hace interesante este proceso es que aplica igualmente para los bandos en conflicto. Con decenas de países reconociendo a Juan Guaidó como presidente encargado, se anula cualquier posibilidad de volver atrás con Maduro. Simultáneamente, para los sectores más radicales de la revolución también se ha cruzado la línea roja de no retorno, y se disponen ahora a avanzar en una nueva fase en el modelo de lucha bolivariana.
Según la doctrina revolucionaria, la presión internacional y las amenazas internas ponen en riesgo el proyecto, por lo que el abordaje estratégico cubano chavista exige evaluar la situación como un escenario de guerra. A esta hipótesis de conflicto se le conoce como la periodización de la guerra, según la cual, el país ha entrado en la primera fase de confrontación, marcada por el inicio de hostilidades a partir de la introducción forzosa de la ayuda humanitaria a Venezuela. Se le considera una invasión limitada proveniente de Colombia acompañada de una campaña de desgaste sistemático, sanciones, bloqueo económico y de operaciones psicológicas contra las estructuras del poder que sostienen al régimen de Maduro.
Para el modelo de periodización de la guerra, tan citado por los adeptos a la revolución bolivariana, el país se encuentra en un conflicto asimétrico en el que opera una mezcla indefinida de acciones bélicas impulsadas desde Estados Unidos orientadas a derrocar a Maduro y erradicar las bases del proyecto bolivariano. Es decir, una especie de guerrilla ciber espacial internacional altamente concentrada en la toma de los medios de comunicación y las redes sociales, que, al cambiar las matrices de opinión, se materializará con la entrada de tropas regulares e irregulares desde las fronteras de los países vecinos y avanzarán hasta los centros del poder.
Ante esta amenaza, considerada inminente, en las salas situacionales del régimen, se activará el modelo que fusiona a civiles, militares y grupos irregulares armados locales y foráneos, con el fin de expulsar del territorio a las fuerzas invasoras y reconquistar los espacios perdidos. A este formato también se le conoce como guerra popular prolongada hasta la victoria.
Como es de suponer, el logro de los objetivos de la guerra popular depende en primer término, que exista pueblo que pelee para defender la revolución, luego que las fuerzas militares nacionales estén en disposición moral y operacional para sostener un esquema de guerra asimétrica y, como elemento adicional, que los grupos irregulares, que por años se han alimentado del sistema, estén prestos a entrar en combate.
Pero, si bien este conflicto ya se pelea a través de sanciones y redes sociales, las posibilidades de pasar al terreno físico de la acción no se prefiguran con claridad. Aun queda un camino declarativo por recorrer que involucra una nueva fase de operaciones psicológicas, donde, los argumentos disuasivos pasarían a las amenazas directas y las insinuaciones sobre el arribo de tropas de combate a las fronteras serían completamente explícitas.
Vista la frágil situación operativa del régimen para iniciar una guerra popular, en el entendido que es el pueblo en armas quien asume la lucha, y por mucho que se habla de 1.6 millones de milicianos, nadie en realidad los ha visto. Además, este formato de conflicto involucra el acantonamiento de tropas regulares en la frontera, que dada la realidad del ejército ni siquiera puede mantener al personal dentro de los cuarteles por la marcada escasez de pertrechos, mucho menos podría sostenerlos en una campaña prolongada. En relación con grupos armados que operan en el país la situación es aún más difícil de proyectar, pues responden a las distintas facciones políticas del régimen y están muy vinculados a los espacios territoriales que ocupan, por lo que moverlos a los sitios de potencial conflicto puede resultar complicado para ellos ya que perderían control en sus espacios.
Bajo toda esta lógica de las dificultades, y descartado el modelo de la guerra popular a Maduro aun le estaría quedando un escenario de acción probable. Se trata de generar caos y luego operar en él. El caos es la estrategia por descarte del buen revolucionario. En medio de la confusión y la anarquía prácticamente todo es posible, pues, al liberar energías que no están bajo el dominio de una parcialidad, los acontecimientos no responden a estrategias, de allí que, quien se desenvuelva situacionalmente, en función de las contingencias tendrá ventajas sobre quien tenga que pasar por varias capas de decisión o tenga dificultad consiguiendo información.
No sería la primera vez que la revolución chavista le “echa gasolina al fuego” para crear una explosión que reste oxígeno a las fuerzas opositoras y así terminar asfixiándolas en su propio conflicto. En todo caso, jugar al caos es también la estrategia de los perdedores radicales, quienes, al haber entregado todo ya nada les importa, son capaces de sacrificar lo de otros por no perder su recurso final; la posición que ocupan. Es la maximización de la destrucción como escenario utópico de salvación, pues suponen que en el exterminio también caerán sus enemigos.
En el corto plazo, el plan basado en utilizar la ayuda humanitaria como ariete para romper la cohesión del enjambre militar debe seguir su curso, sin perder el objetivo, que no es otro que construir presión incremental hacia un ultimátum que se perciba como un antes y un después. En tal sentido, Los Estados Unidos y la coalición del Grupo de Lima han mostrado un compromiso nunca visto y totalmente orientado a devolver a Venezuela hacia la senda de la democracia.
Por lo pronto, la activación del caos tampoco podría esperar demasiado, en caso de que sea considerada como salida desesperada y azarosa. Quizás al momento de invocar la subversión descubran que tales energías ya no responden al amo que las creó.
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