Miguel Pizarro: Tenemos que demostrar que no somos solo un discurso

Miguel Pizarro: Tenemos que demostrar que no somos solo un discurso

El diputado de la Asamblea Nacional venezolana Miguel Pizarro. Andrea Hernández

 

Miguel Pizarro (Caracas, 1988) es diputado en la Asamblea Nacional, en la que preside la Comisión de Seguimiento de la Ayuda Humanitaria. Dirigente de Primero Justicia, el partido del excandidato presidencial Henrique Capriles, es una de las voces progresistas de referencia en la oposición y defiende la necesidad de ir más allá de la dicotomía entre imperialismo y liberación de los pueblos. Pizarro, con una tradición familiar de izquierda, es uno de los referentes de la llamada Generación 2007, que ese año impulsó un movimiento estudiantil de protesta contra el proyecto de reforma de la Constitución promovido por el expresidente Hugo Chávez. De ese movimiento forma parte también Juan Guaidó, que este lunes regresó a Venezuela. Horas antes de su vuelta, Pizarro recibió a EL PAÍS en su oficina, en permanente agitación pese a ser días festivos en Venezuela. Así lo reseña elpais.com

Por Javier Lafuente/Francesco Manetto





Pregunta. ¿Qué autocrítica hace sobre el intento de ingreso de la ayuda humanitaria?

Respuesta. El 23 de febrero hubo tres factores clave para que la ayuda no entrase. El primero es el uso de grupos irregulares y paramilitares por parte del régimen. Por eso la decisión política del repliegue. No decidimos implementar el plan B y el plan C porque era absolutamente irresponsable. Lo segundo tiene que ver con el límite que el propio régimen cruzó. Nunca había llegado al punto de incendiar un camión de alimentos y medicinas o de masacrar a una población indígena como es el caso del pueblo pemón. Lo tercero, la autocrítica, tiene mucho que ver con mejorar la presencia de la dirigencia política para poder contener la indignación y la frustración. El poco espacio narrativo que le queda al régimen en la opinión pública tiene que ver con quienes desde la frustración y la indignación reaccionan violentamente contra los piquetes de orden público.

P. ¿Se subestimó el chavismo?

R. No tiene que ver con subestimar, sino con reconocer los límites humanos. El nivel de insensatez de quemar un camión con medicinas y alimentos no tiene que ver con subestimarlo. El uso de la violencia a ese nivel te obligaba a tomar a decisiones responsables. Nosotros podríamos estar diciendo hoy que la ayuda entró, 300 muertos después.

P. Ustedes buscaban una ruptura entre los militares, pero el chavismo demostró tener el control del apartado del Estado.

R. Creo que hay grietas, aunque aún no se pueden caracterizar de quiebres. Hemos dado avances que antes eran impensables. Si en diciembre le hubieran dicho a cualquier ciudadano que un evento de ayuda humanitaria en la frontera hubiera propiciado que más de 600 miembros de las Fuerzas Armadas cruzaran y se pusieran del lado de la Constitución, todo el mundo les hubiese llamado locos. Todavía falta, pero hoy hay certidumbre absoluta de que es un muro que se puede romper, que tiene grietas y filtraciones. Lo que corresponde es seguir forzando dilemas. Viene un gran reto ahora, demostrar que no somos solo un discurso. Hay una mayoría que quiere solucionar esto por la vía política, pacífica y hay una minoría que quiere llevar a este país a la confrontación entre hermanos.

P. ¿Cuánto daño ha hecho la idea de una intervención militar en la estrategia de Guaidó?

R. Creo que hemos sido absolutamente francos en nuestra ruta: cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres. Esa estrategia es clara. Yo entiendo a quienes en el desespero ven que la única posibilidad es una solución armada, pero antes de la solución armada hay mecanismos previos que tenemos que presionar y buscar. Quien hoy tiene la pelota en su terreno sobre el desenlace es quien hoy usurpa el poder, que es quien niega la transición y quien está abriendo la compuerta a esos demonios y a esos fantasmas. Quien tiene la responsabilidad de que no se llegue a esos episodios lamentables son quienes no quieren quitarse del poder y con una narrativa propia de Vietnam hacen ver que hay una gran milicia dispuesta a inmolarse.

P. ¿Los sectores extremistas de la oposición tienen más peso del que deberían?

R. Hay un sector muy extremo que dice que la única solución es la militar y otro sector igual de extremo que dice que la única solución es un cese de las hostilidades y que nos sentemos ya mismo a buscar un diálogo que busque confianza. Yo creo que el truco está en entender que esos son dos extremos y la mayoría está en el centro. Hay que mantener toda la presión posible y ser abierto y flexible para la construcción de una solución política. No es solo garrote o solo zanahoria. No creo que haya nadie que prefiera una salida abrupta con efectos colaterales dañinos a una transición.

P. ¿Se le ha dado demasiado peso al protagonismo de Estados Unidos?

R. Hemos construido la coalición internacional más grande de los últimos 30 o 40 años. Hemos logrado el apoyo de alguien de la democracia cristiana, como Angela Merkel; socialistas, como Pedro Sánchez y una derecha mucho más liberal como Trump o Jair Bolsonaro. Es una alianza muy variopinta. Seguramente hay algunos que tienen una retórica mucho más ofensiva, pero no implica que nuestra alianza esté basada en quien tiene más preponderancia en la opinión pública. Esta gira de Juan Guaidó por países sudamericanos era para nuclearlos alrededor de la presión diplomática, política y económica. La narrativa de la Guerra Fría te permite escudarte en Trump versus Putin, pero qué tipo de revolución de izquierdas asesina a indígenas, qué tipo de revolución proletaria mata a campesinos y atenta contra un convoy humanitario y una población vulnerable.

P. ¿Por qué cree que hay sectores de izquierda, a escala global, que se resisten a apoyar a Guaidó?

R. Estamos luchando todavía contra la vieja narrativa de la polarización venezolana. Hay mucha izquierda en el mundo que todavía sigue viendo la película de la revolución que fundó Chávez contra un movimiento reaccionario del empresariado venezolano que lo enfrentó. Para movimientos como Podemos en España, que fueron parte de la construcción de asesoría económica y de un proceso ideológico alrededor de la revolución de Chávez, reconocer tiempo después que eso ha derivado en todo esto pasaría por hacer una autocrítica y una revisión sobre sus propios postulados con la que tal vez no se sienten cómodos. Lo más sencillo es refugiarte en la narrativa de la Guerra Fría: Rusia contra Estados Unidos, el imperialismo norteamericano frente a la emancipación de los pueblos.

P. ¿Siente entonces que tienen que explicar mejor su plan a la izquierda mundial?

R. Cuando existía la RDA nadie fue capaz de hablar del muro; mientras existió la Unión Soviética nadie habló en los gulags dentro de la izquierda y después todos lo condenaron. Con Venezuela no se puede dar la solidaridad post mortem de la izquierda. No es de izquierdas, no es revolucionario, no es socialista quien tiene que utilizar grupos paramilitares para impedir el paso de ayuda humanitaria. No es de izquierda quién ha hecho multimillonario al 1% del país gracias a la corrupción. Lo que se juega en Venezuela la izquierda es la posibilidad de reinventarse. No hablar hoy de Venezuela los hace cómplices de algo que en 10 o 15 años será la bandera de todo el mundo sobre lo que no puede ocurrir nunca más. Cuando aquí no esté más Maduro, cuando se desclasifiquen los archivos de inteligencias, cuando se tenga claridad de cómo se manejó el petróleo y de distribuyó la riqueza, no va a haber político de izquierda que defienda lo que ha sido un fracaso estrepitoso. También hay un deber de quienes somos alternativa. No somos la restauración, no queremos el cambio político para pasar de un sistema de salud público a uno privado, queremos un sistema público de verdad. No queremos cambiar la élite corrupta del madurismo por una élite empresarial transnacional que venga de la mano de dos o tres países. Nosotros no estamos buscando el cambio para poner a Venezuela en finales de los ochenta o principios de los noventa. Yo tengo 31 años, Juan [Guaidó], 35, Stalin [González], 38… La mayoría de los que encabezamos este movimiento no somos los herederos de la Cuarta República, pero sí las víctimas de la Quinta. Entendemos que Chávez llegó al poder producto de un proceso político que hizo muy fácil votar por él. Pero hemos llegado, en 2019, a un momento en que o inventamos un nuevo polo de poder que haya aprendido de estos últimos 40 años o dentro de 20 tendremos otro Chávez peleando por Miraflores con alguno de nosotros.

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