George Orwell
Los humanos tenemos un miedo irracional a la oscuridad. La ausencia de luz puede ser terrorífica porque nos obliga a tener que adivinar, no nos permite ver que tenemos a nuestro alrededor, además que la misma, es el ambiente propicio para que se oculten muy cerca de nosotros aquellas cosas por las cuales albergamos nuestros miedos más íntimos.
Pero no solo hay sombra u oscuridad cuando hay falta del estímulo fotoeléctrico, hay oscuridad cuando el pensamiento es víctima de persecución, cuando hay hambre, desolación, miseria y muerte. Cuando muchos son oprimidos por pocos, cuando esos pocos manejan con crueldad la vida de muchos. Hay oscuridad cuando el manejo del poder es absoluto.
Poco podían imaginar los alemanes que aquel 27 de febrero de 1933 el incendio del Reischtag ( (Parlamento Alemán) sería el principio de la época más oscura de su historia: El establecimiento del Tercer Reich y mucho menos que aquel sargento Austriaco de curioso bigotillo y de nombre Adolf Hitler seria el artífice principal del episodio más sangriento que conoce la humanidad.
Hitler, quien se había juramentado como canciller cuatro semanas antes del incidente, instó al presidente Hindemburg a firmar un decreto de emergencia que suprimía las libertades civiles con el fin de “contrarrestar la confrontación despiadada del Partido Comunista de Alemania”. Luego de aprobado dicho decreto, el gobierno perpetró arrestos masivos en toda Alemania de comunistas, social cristianos, demócratas, laboristas y de todo aquel que fuese sospechoso de no comulgar con el ideal supremo del partido Nazi, incluyendo a los diputados del parlamento, a pesar de que estos contaban con inmunidad parlamentaria. Con los opositores detenidos y sus curules vacíos, el partido Nazi amplió su mayoría y permitió a Hitler consolidar su poder y sumir a toda Europa en la segunda gran guerra con efectos devastadores para todos los países que sufrieron el hambre de poder y la locura desmedida del carnicero alemán.
Centrándonos en el mismo periodo histórico, ese que Ken Follet acertadamente llamó “El Invierno Del Mundo” y en el mismo contexto de acontecimientos tenemos al no menos nefasto José Stalin. Otro cruel dictador pero de izquierda. Debido a los profundos cambios económicos, sociales y políticos impuestos por Stalin a la Rusia Bolchevique, millones de personas fueron enviadas por el a campos de trabajo del Gulag como castigo y otras tantas fueron deportadas y exiliadas a zonas tan alejadas e inhóspitas como Siberia, lo que contribuyó a la interrupción de la producción agrícola y tuvo como consecuencia la gran hambruna soviética del 32 al 33. En el año 37 desató lo que se conoció como la “gran purga” un periodo de represión masiva en el que cientos de miles de soviéticos fueron ejecutados y muchísimos líderes del ejército rojo fueron condenados, acusados de estar incursos en supuestos y fantasiosos complots para derrocarlo. Este fue sin duda el gran carnicero rojo.
“El que no se preocupa por conocer la historia, está irremisiblemente condenado a repetirla”, eso dice un adagio popular. Esto solo demuestra que cualquier forma de gobierno que condena la libertad de pensamiento, imponiendo un ideario único y que se vale de la mentira, el engaño, la propaganda, el populismo, la represión, la intimidación, el terror y el culto a la personalidad; es solo una autentica desgracia para sus gobernados.
No hay totalitarismos buenos, sean de izquierda o de derecha, ambos siguen la misma receta. Son regímenes que se afianzan y se aferran al poder usando como único instrumento el sufrimiento de la gente, sumiendo en la sombra a sus pueblos.
Y si ademas ese absolutismo es hibrido y viste una casaca roja sobre una camisa parda trae consigo lo peor de cada casa, entonces que Dios nos agarre confesados.
José Manuel Rodríguez
Asesor / Consultor Político josemrbconsultor@gmail.comtwitter: @ingjosemanuel