Junior asegura que perdió a su hija recién nacida; Ruth decidió emigrar para huir de la muerte; a Juan ya le quedan pocos deseos de vivir. Los apagones que afectan a Venezuela han sumido en la angustia a enfermos crónicos y pacientes hospitalizados.
La más reciente falla se produjo el lunes y persistía este martes en amplias regiones -casi 20 días después del peor apagón en la historia del país-, golpeando la prestación de los servicios de salud.
En el hospital materno infantil de la barriada de Petare, en Caracas, Junior Véliz denunciaba este martes la muerte de su bebé por culpa del corte.
“Estaba en cuidados intensivos y falleció porque no tenía la calefacción a la hora que se fue la energía, falleció de un paro respiratorio a consecuencia de que la luz se fue y (…) el hospital no tiene planta” eléctrica, aseguró Véliz a la AFP, que no pudo confirmar esta versión con las autoridades del centro.
La tragedia de Véliz llevó al desespero a Leidys Berrío, que exigía que le entregaran a su nieto nacido hace 15 días en el mismo lugar. “Bajo mi responsabilidad, que me lo den, yo me lo llevo”, sostuvo.
El nuevo apagón terminó por convencer a Ruth Castro de que quedarse en Venezuela equivaldría a seguir transitando una delgada línea entre la vida y la muerte.
“Por los apagones activé mi plan B, que es irme para Colombia. Tendré que dejar a mis dos hijos, es un plan de supervivencia”, dijo a la AFP esta profesora de biología de 47 años, mientras intentaba dializarse en Caracas.
Partirá la próxima semana para seguir su tratamiento con ayuda de un hermano radicado en Singapur, pues apenas gana el equivalente a unos cinco dólares mensuales.
“Mi propio hijo (de 13 años) me pidió que por favor me fuera para que pudiera estar bien. Es muy triste irse así”, añadió a las puertas de un centro privado de hemodiálisis financiado por el seguro social, que permanecía sin luz.
Se sumará así a los 3,4 millones de venezolanos que viven en el exterior, según la ONU, de los cuales 2,7 millones emigraron desde 2015 debido a la peor crisis socieconómica en la historia reciente del otrora rico país petrolero.
“Terrorismo psicológico”
Las máquinas que purifican la sangre de los pacientes con insuficiencia renal tres veces por semana funcionan con electricidad, pero donde se tratan Ruth y otra veintena de pacientes no hay planta.
Según la ONG Codevida, al menos 17 enfermos renales murieron durante el apagón que paralizó a Venezuela entre el 7 y el 14 de marzo, al no poder realizarse las terapias o por complicaciones de salud asociadas.
El régimen de Nicolás Maduro, que atribuye los cortes a ataques de Estados Unidos y la oposición para derrocarlo, negó entonces que hubiera habido fallecidos. Jesús Cherema, carpintero de 62 años, también llegó este martes en silla de ruedas con la esperanza de dializarse.
Diabético, hipertenso y ciego, esperó cuatro horas antes de que un funcionario del seguro social informara a los pacientes que serían trasladados en autobús a dos hospitales para ser atendidos gratuitamente. “No queremos que se asusten, todos se van a dializar”, prometió el responsable.
Apoyado sobre los brazos de la silla de su padre, Jesús Cherema jr. intenta darle fuerzas, mientras otra acompañante le alcanza un pan, toda una suerte pues el comercio cerró por el apagón.
“Cada vez que se va la luz es un drama. Es terrorismo psicológico. Nos acostamos y no sabemos si vamos a amanecer vivos”, declaró el hijo a la AFP, al culpar a la oposición de la emergencia y a Estados Unidos por el “bloqueo económico”.
Ruth, en cambio, responsabiliza a Maduro por el “abandono y la corrupción” en el sector eléctrico. “¡Que se vaya!, es lo que todos queremos”, dice.
“Resignado”
De los 10.200 pacientes renales que hay en Venezuela, unos 3.000 dependen de las diálisis para seguir vivos, según organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, Juan Acosta, exconductor de camión de 58 años, se está cansando de batallar, confiesa a la AFP a la espera del bus que ofreció el seguro social.
“En esta lucha ando solito. A veces me provoca no venir más. A veces piensa uno que es mejor morirse que seguir pasando trabajos. Las medicinas no se encuentran, todo está mal”, se lamenta el hombre, que llegó con el estómago hinchado y un catéter en el cuello tras cinco días sin terapia.
Los medicamentos para males crónicos escasean, pues su principal importador es el gobierno (sin acceso a financiamiento por sanciones de Estados Unidos), y los que hay disponibles son impagable para muchos por la hiperinflación.
Hay días en que Juan, dependiente de las diálisis desde hace 14 años, no tiene dinero ni para el pasaje de autobús. Depende de bonos y alimentos subsidiados que vende el gobierno en zonas pobres.
“Da miedo que se siga yendo la luz y no me pueda dializar, pero estoy resignado, hijo”, afirma el hombre, mientras reclama la cobija que lo abrigará durante el tratamiento. | Por Alexander Martínez / AFP