Humberto García Larralde: Radiografía de la autocracia fascio-comunista

Humberto García Larralde: Radiografía de la autocracia fascio-comunista

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Las radiografías permiten observar los huesos que sostienen a los vertebrados, no visibles normalmente. En el mismo orden, las fuerzas democráticas requieren de una radiografía de la dictadura fascio-comunista de Nicolás Maduro para entender qué elementos la sostienen. Básicamente son tres:

1)      La destrucción del Estado de derecho. La eliminación del imperio de la ley anula todo contrapeso al uso de la fuerza para imponer la voluntad de quienes detentan el poder. Desaparecen, por tanto, los derechos individuales y el libre albedrío. La abolición de normas que sustentan la autonomía de distintos poderes permite concentrarlos y centralizarlos en manos de una sola persona, el caudillo que comanda la supremacía del Estado. El control de los militares y el ejercicio del terrorismo de Estado, avalado por un poder judicial abyecto y corrompido, es crucial para avasallar a quienes esgrimen derechos inalienables para protestar las injusticias. Se disipa toda noción de ciudadanía para transformar a las personas en masa informe dependiente de quienes controlan el Estado.





2)      La supresión del intercambio mercantil autónomo entre individuos para proveerse de bienes y servicios. Las transacciones de mercado son intervenidas por favoritismos personales, grupales o político-partidistas. La lealtad sustituye a la eficiencia en el desempeño para ocupar cargos, reemplazando el talento. Desaparece la meritocracia, dando paso a prácticas de adulación y complicidades con los desafueros de los poderosos. El acceso a bienes y servicios toma la forma de un juego suma-cero en el cual los que resultan favorecidos implica que otros pierdan. De ahí la ventaja de afiliarse a estructuras de poder ganadoras. Promueve la conformación de mafias, amparadas en la desaparición del imperio de la ley comentada arriba, que se atrincheran para depredar la riqueza social, ejerciendo muchas veces la violencia para ello.

Estos dos elementos se traducen en un régimen de expoliación de la riqueza social por parte de poderosos intereses atrincherados en la estructura del Estado, amparados en su monopolio de los medios de violencia. El imperio de la ley es sustituido por un Estado patrimonial que disuelve todo impedimento al aprovechamiento de los dineros públicos. La complicidad militar en estas acciones contra el interés nacional conforma una oligarquía militar-civil que se afana en conservar el poder.

3)      Una ideología legitimadora del régimen de expoliación y la violación de los derechos humanos que “absuelve” sus crímenes. La proyección de una representación simplista y maniquea de realidad por parte de un líder carismático, contraponiendo un pueblo puro y noble a una élite que contraría sus intereses, es instrumental en la construcción de apoyos a la demolición institucional. El populismo fascio-comunista estaría favoreciendo la democracia y el bien común [1], blindando su acción contra toda increpación externa. Construye una falsa realidad que reemplaza al mundo tal como es, una burbuja que sirve de refugio a su dictadura. Un orden sectario otorga a sus seguidores un sentido de pertenencia a una causa superior, trascendente, de cuyos secretos y misterios sólo es posible acceder a través de las verdades reveladas en sus postulados ideológicos. Por último, la ideología constituye un poderosísimo elemento de dominio del líder o de los líderes sobre sus huestes, pues consagra la certeza y visión privilegiada de sus decisiones.

Si la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial puso de manifiesto sus horrores, la noción comunista siguió siendo atractiva para muchos, pues ofrecía un fundamento pretendidamente “científico”, a partir de los escritos de Carlos Marx, para construir una utopía. Todavía hoy, desbancada esta ilusión por las inconsistencias de esa teoría y el terrible costo infligido a poblaciones bajo dominio comunista, subsiste en sectas minoritarias, impermeables a toda refutación o crítica externa, es decir, como artículo de fe.

La prédica inicial de Chávez fue de naturaleza fascista, con giros patrioteros, militaristas y racistas, pero bajo la égida de Fidel Castro entendió que era más provechoso cobijar sus aspiraciones de poder con una retórica comunista. De ahí el término “fascio-comunista” que titula estas líneas. Esta imbricación “justificó” el desmantelamiento de la institucionalidad democrática por “burguesa” y el acoso al sector privado. Asimismo, invitó a la gerontocracia cubana, garante inflexible del credo “revolucionario”, a controlar el país. Transformó al gobierno chavista en vicario de un despotismo cruel, entregándose voluntariamente al dominio de sumos sacerdotes antillanos que pasaron a comandar la depredación.

Tal prédica pudo contar con amplia simpatía mientras la bonanza petrolera tapaba sus consecuencias con generosos programas de reparto. Pero el desastre se desnudó bajo el gobierno de Maduro, produciéndose el rechazo mayoritario del pueblo. Hoy en la burbuja comunista se refugian delincuentes que han colonizado el Estado, absolviendo sus atropellos contra los venezolanos y amparando la injerencia de esbirros cubanos en su represión. Constituye un obstáculo formidable a la salida de las mafias que han secuestrado al país, pues ofrece excusas para negar el fracaso e inviabilidad de su gestión, a la vez que pone en manos extrañas, cubanas, la conducción de su estrategia política.

De acuerdo con lo examinado, la oligarquía expoliadora no va a acceder a negociar su salida. La presencia desafiante de una misión militar rusa cumple con transmitir su disposición a pelear antes que ceder. Los intereses creados en torno a la depredación del país son demasiado poderosos y el blindaje ideológico conque se ha revestido la aísla de tener que entenderse con la realidad, por más adversa que se le haya puesto. La perversidad de estas gríngolas ideológicas es tal, que quienes pululan en el pozo séptico en que se ha convertido la “revolución” todavía repitan estar “defendiendo al pueblo” contra una “ultraderecha” diabólica, aliada con el imperialismo (¡!). Iris Varela arma presos, Freddy Bernal alborota a sus colectivos malandros y el ministro Reverol manda a sus brigadas de exterminio –FAES—a asesinar en los barrios populares, para preservar semejante depravación. La alienación ideológica es tal que un hombre otrora considerado inteligente como Jorge Rodríguez es capaz de declarar con su cara bien lavada, sin sentido alguno del ridículo, las estupideces más insólitas para explicar los apagones provocadas por la desidia oficial. La obnubilación de los “revolucionarios” hace de ellos los seres más crueles y inhumanos, capaces de invocar con el mayor cinismo un futuro luminoso para la humanidad.

La dictadura de Maduro es inviable. Después de tanta destrucción y aislada internacionalmente como está, sorprende que siga aferrándose al poder en vez de aceptar el puente de plata ofrecido a algunos de sus personeros para que se vayan. Decepcionante y vergonzosa ha sido también la escasa respuesta de los militares ante la oferta hecha por el presidente (E) Juán Guaidó. Refleja el grado de descomposición y de complicidad en que ha caído la Fuerza Armada y es la medida de las tareas de recuperación que habrán de instrumentarse en democracia. En la medida en que se encoja su botín, se exacerbarán los conflictos entre las mafias por los despojos. Los triunfadores argumentarán haber derrotado una conspiración imperialista, pero no soltarán presa. Cada día adicional que estos desalmados estén en el poder es una tragedia para los venezolanos. Ahora más que nunca debe mantenerse la presión, sin excluir la opción eventual de una intervención militar. Y para ello, no debe seguirse alimentando la ilusión entre aliados internacionales de que una salida negociada es factible.

Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com


[1] Como expresara el historiador Francois Furet con relación a Hitler, éste “supo, por instinto, el más grande secreto de la política: que la peor de las tiranías necesita el consentimiento de los tiranizados y, de ser posible, su entusiasmo”.