El escritor Juan Carlos Chirinos se ha ganado a sí mismo la apuesta de crear cinco mujeres verosímiles que le ayudan a mostrar en su nueva novela, “Los cielos de curumo”, una Venezuela diferente que “no es la que es” sino la que necesita “para convertirla en ciudad literaria”.
Con la intención de mostrar Caracas “como ya hicieran Borges o Cortázar con Buenos Aires”, “Los cielos de curumo” ensambla descripciones crudas y malolientes con otras absolutamente poéticas.
Ahí está la lluvia, la música de los garitos nocturnos, la selva del Ávila y sus aves carroñeras, y las conversaciones de cinco amigas, cinco mujeres de vértigo que le han llevado al escritor 19 años de su vida.
“Yo quería hablar de lo que siempre hablo, el mal en las ciudades y quería hablar de Caracas, y del amor. Y me impuse el reto de escribir con voz de mujer, pero no con la intención de escribir como si fuera una mujer, porque no lo soy, sino de crear cinco mujeres que fueran verosímiles, siguiendo el ejemplo de Jean Genet en ‘Las criadas'”, explica en una entrevista con Efe.
Porque Chirinos empezó esta novela en 2000 y en estos casi veinte años ha corregido, ajustado, limpiado y perfeccionado un texto que, en principio, iba a ser una novela “sobre el amor contemporáneo”.
Y ahí se habría quedado, pero “después de lo ocurrido en Venezuela en estos años” se vio “obligado” a darle una vertiente política.
Así comienza “Los cielos de curumo” (Editorial La Huerta Grande) con el viaje de Osiris, una brasileña que funciona como hilo conductor de la parte política junto a uno de sus amantes, que “es el típico militar chavista”.
También hay un canciller, un presidente corrupto y “arrastrados y violentos esbirros cubanos”, entre otras pistas, “pequeñas venganzas”, dice Chirinos, que “el buen lector o el más conocedor de la realidad venezolana pillará y el que no, no se sentirá excluido”.
“Tomé a Celestia, como protagonista porque es la más venezolana, es una negra escultural que enamora a todo el mundo; hombres, mujeres, animales, y ella no lo sabe; ella es una fuerza telúrica, y con ella, su amiga Bárbara, que es más frívola, y actúa como su ancla”.
Luego está Paula, una “sacerdotisa”, una “chamana” -la que más cosas tiene en común con el escritor- que tiene la capacidad de leer el futuro, y Iannis, más superficial, “epidérmica”, también muy venezolana.
Nacido en Valera, ciudad de los Andes venezolanos en 1967, este doctor en Letras por la Universidad de Salamanca cita la novela de John Dos Passos “Manhatan Transfer” para explicar la poco usual voz narrativa -ominisciente en segunda persona- que utiliza en “Los cielos de curumo”.
“Es un juego que explica la voz que cuenta la historia; es -señala con un guiño- como si el narrador viera las cosas desde arriba”.
A pesar de la metamorfosis y del proceso de reducción, “lo que nunca cambió fue la forma de embudo, o cónica, en la que desemboca la historia, la fiesta en la que convergen todos los personajes”, la misma que dio origen a la historia: un encuentro real del escritor con sus amigos en Caracas, en el mismo apartamento en la esquina de Colimodio que cede a uno de los protagonistas, Totto.
Chirinos ha plagado la novela de términos coloquiales venezolanos que enriquecen el relato; como la propia palabra ‘curumo’, explica, “una voz del Caribe que se usa mucho más allá que buitre o zamuro”.
“Y en Caracas hay muchos buitres porque es muy frondosa, está el Ávila -añade- y allí hay muchos animales que se mueren y nadie los recoge. Uno sabe que hay un cadáver porque los zamuros los sobrevuelan en círculo”. Y el comentario también es otra pista.
EFE