En ciertos momentos históricos, ante determinadas coyunturas, la conducta de los pueblos evidencia grados incomprensibles de contradicción, incongruencia e inconsistencia, traducidos en la más absoluta disrupción de comportamientos. Saltos de garrocha que van desde la luz esclarecedora a la oscuridad aterrorizante, desde la esperanza que empuja a la movilización al desaliento que conduce a la abulia. Cambios de postura sin solución de continuidad que los avale, los cuales, además de abismales, resultan incluso suicidas, dadas las consecuencias negativas generadas sobre el propio pueblo que incurre en tan absurdo proceder. Ejemplo significativo de ello se encuentra en las acciones de aquella multitud que en actitud fervorosa alfombró de palmas las calles por donde pasó el borrico montado por quien reconocieron como rabí, para apenas unas cuantas horas después valorarlo más despreciable que el zelote asesino y gritar a todo gañote clamando por su suplicio.
Por supuesto, en esos irracionales cambios de conducta influye de manera sobresaliente lo hecho por quienes tienen la capacidad real de moldear la opinión de los pueblos en vista del papel que desempeñan en sociedad. Ellos lo saben y más consciente que inconscientemente juegan, con desvergonzado placer, rol similar al de la serpiente que en susurros manipuló para que los primeros desprevenidos fuesen expulsados del paraíso original, de manera similar a como ella misma perdió la Gracia. Entre esta camada de malévolos destacan, sin duda alguna, los miembros del sanedrín dispuestos para confundir con doctas aseveraciones, verborrea rimbombante desplegada para esconder las verdaderas intenciones de estos paladines del engaño. Mayormente se les reconoce porque en sus elucubraciones apelan a la moral que nunca ha sido su distintivo y por desgarrarse las vestiduras ante supuestas herejías cometidas por quienes apuntalan con ahínco el único cambio posible.
Así las cosas, hacen y deshacen sin la vergüenza que indudablemente no adquirieron con el transitar por el mundo de los libros que muestran como patente de corso. Hasta ayer nomás su pensamiento servía para justificar al mal; hoy pretenden ser paladines de la pureza. Son farsantes de siete suelas cuyo recóndito objetivo es sentir la adoración de los manipulados que tontamente los erigen en sacerdotes del culto ramplón que roza la estulticia. Actores del tinglado tecnológico, su onanismo se centra en contar las replicas dadas a sus monsergas construidas con el oportunismo de ocasión. A sabiendas de que en el mundo de los ciegos el tuerto es rey, se aprovechan del mal ojo que les queda para sumar seguidores en la componenda de la desorientación. No vacilan ante el daño que le causan al país. Para ellos, eso es minucia. Su patria está delimitada por los linderos enanos del ego atormentado.
En esa malévola gestión de sembrar cizaña también deben contarse los judas de siempre. Traidores agazapados que cuentan denarios que no necesariamente son de plata. Sentados en la mesa de los apóstoles sólo esperan el momento de entregar al hijo del hombre con el beso de la infamia, a sabiendas de, o sin darse cuenta, del sufrimiento que generarán con la felonía cometida. No son verdaderos discípulos de la buena nueva pues irremediablemente despliegan complicidad con las fuerzas retrógradas que encadenan el mañana. Ojalá llegarán a entender que en la historia, tarde o temprano, las responsabilidades se decantan. En consecuencia, al final de la jornada, experimentarán la amargura de no toparse con el premio que su ambición les prometía. Invariablemente, habrá quien los señale, quien no olvide el guión que representaron y por ende se los reclame. En contraste, otros serán recordados por el milagro de contribuir a la resurrección que su pueblo se merecía. El tiempo es mágico: siempre descubre las verdades.
Abrazo de paz a quien entiende la belleza encerrada en la simpleza de las palmas.
@luisbutto3