Venezuela es la nueva “manzana de la discordia” del escenario global: dos de las grandes potencias del mundo se pelean por su destino, publica BBC Mundo.
Pero desde la pasada semana, el juego de pulsos y fuerzas de Estados Unidos y Rusia por derrocar o mantener a flote el gobierno de Nicolás Maduro ha ido a peor.
Tras el fallido “levantamiento” promovido por el líder opositor Juan Guaidó, ambas naciones reforzaron su retórica y se acusaron duramente de interferir en la crisis interna del país sudamericano.
Washington responsabilizó a Moscú de frustrar la salida de Maduro, mientras el Kremlin fustigó a Washington por promover una “guerra de información” contra Caracas.
Pero las tensiones dieron un giro inesperado este viernes, después de una larga llamada entre Donald Trump y Vladimir Putin en la que el inquilino de la Casa Blanca contradijo las versiones que, hasta ahora, habían mantenido altos miembros de su propio gobierno -y él mismo- sobre la influencia rusa en Venezuela.
“Putin no quiere en absoluto implicarse en Venezuela, más allá de que le gustaría ver que ocurre algo positivo para el país”, dijo Trump, pese a que en marzo afirmó que los rusos “tenían que salir” del país latinoamericano.
El jueves, el jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, también conversó sobre la crisis venezolana con su homólogo ruso, Serguei Lavrov.
Y es que, pese a las declaraciones del viernes de Trump, Venezuela ha sido en los últimos tiempos un punto de fricción frecuente para ambos países que generó incluso acaloradas discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU.
“Han llegado al punto que, por momentos, parece que la situación en Venezuela ya no se trata de la rivalidad entre Maduro y Guaidó, sino de Rusia y Estados Unidos”, asegura a BBC Mundo James Dobbins, analista en Diplomacia y Seguridad de la RAND Corporation, un think thank que asesora a las fuerzas armadas de EE.UU.
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