La manu militari -con o sin acompañamiento civil-, tanto para deponer gobiernos democráticos como regímenes tiránicos, suele cubrirse de un manto de misterio sobre los conjurados militares, sus líderes civiles, motivaciones y planes. Con los días el albur comienza a correrse y la verdad va brotando según se filtran las informaciones, aparecen los datos suficientes, nunca completos, que permiten ir haciendo un balance de lo sucedido y de sus consecuencias.
La acción militar del 30 de abril tuvo la particularidad de que desde un primer momento se conoció el liderazgo civil implicado y en pocas horas quiénes eran los jefes militares comprometidos. Su misión general era -y es, según lo han reiterado- iniciar la fase final de la “Operación Libertad” para poner cese definitivo a la usurpación del poder. Su objetivo final era harto conocido: recuperar la democracia en Venezuela con un Gobierno de Transición y unas elecciones libres, aún en una reprochable mezcla donde aparecieran varios impresentables e indeseables sujetos. Pues así son las negociaciones políticas en momentos cruciales de la vida política de las naciones. El transcurso de los días ha reafirmado y enriquecido en detalles la mayoría de las primeras informaciones. No es el caso de estas notas relacionarlas, eso es materia de periodistas e investigadores, sino interpretar su naturaleza y la significación global del acontecimiento a modo de breve informe para entender sus principales implicaciones y hacia dónde se inclina la balanza, por ahora.
El martes 30 de abril con la primera luz del día un grupo de militares expresaron su apoyo, con el acompañamiento público, a Juan Gerardo Guaidó Márquez como Presidente encargado de la República conforme a los artículos 238, 333 y 350 de la Constitución Nacional, mientras él invitaba al resto de los miembros de la Fuerza Armada Nacional a imitar la conducta de sus compañeros y al pueblo en general a que lo acompañara. En cuanto a lo que atañe a la acción visible de los militares que respaldaban a Guaidó, ese apoyo, solo eso, fue lo ocurrido a los ojos de todos. Ni más ni menos. Así también habría sucedido el 23 de febrero pasado en la fragua por introducir la Ayuda Humanitaria a Venezuela.
A la vista no hubo ataque a ninguna instalación militar ni golpe de Estado, ni intento de darlo. El único golpe posible es contra quien ejerce constitucionalmente el poder. A saber, el mismísimo Juan Guaidó. No contra quien lo usurpa. “No hay golpes contra usurpadores” pensaron esos militares. Además, en el supuesto negado de un “pusch”, a quién se le puede ocurrir darlo con escasos 30 efectivos militares, 4 tanquetas de la Guardia Nacional y unos cuantos funcionarios de la policía política desde el distribuidor Altamira de la autopista Francisco Fajardo a unos 10 kilómetros de Miraflores, sede del poder ejecutivo en Venezuela. A nadie.
Trabajo sucio
La cautela que rodea la opinión política sobre este tipo de sucesos, hasta tanto no se despejan bien sus primeros efectos y la discusión política cobra cuerpo en un discurso coherente, ha sido aprovechada por quienes desde el apaciguamiento y el colaboracionismo dispararon desde la cintura apenas concluyendo los hechos, abonando el terreno para la represión del Pranato usurpador al calificar de “golpe de Estado” lo sucedido y de “fracaso criminal” sus resultados, e intentar su descalificación repitiendo hasta la saciedad que el 30 de abril fue un nuevo “sí o sí”, un “traspié” o una jugada de Leopoldo para “echar por un barranco” a Guaidó con el insano propósito de fracturar la dirección política de las fuerzas democráticas que han dirigido este proceso de liberación en los últimos meses.
Por eso de inmediato buscaron un “culpable”: Leopoldo López. A quien le achacaron la responsabilidad de haberle puesto su “marca salidista” a los hechos, y contra quién no se ahorraron las ofensas. Lo han llamado “ególatra”, “improvisado”, “irresponsable”, “iluminado”, “voluntarista” entre las adjetivaciones más benévolas que se le han espetado. Fernando Mires en uno de sus batiburrillos sociológicos, con los cuales presume de dictar cátedra de cómo hacer política, derrama su bilis desde algún cómodo rincón en Alemania y lo hace ejemplo de la “prepotencia vernácula de los ‘amos del valle’ tan bien representadas en figuras con pretensiones épicas como son Leopoldo López y María Corina Machado”.
Es clara la naturaleza aviesa de esas acusaciones, en ninguna de ellas se advierten sanas intenciones de contribuir con el cambio político. Muchos de los ejecutores de esos disparos son gentes experimentadas en política, algunos incluso viejos conspiradores que saben muy bien que ningún civil, llámese Leopoldo López o quien sea determina cuándo y cómo se debe producir una insurgencia militar. Pues no son dueños de las armas, ni son militares jefes de una tropa, simplemente acompañan una decisión eminentemente de carácter militar. Ellos lo saben, pero abusan de la confusión y siguen repitiendo goebelianamente sus falacias para reinar con sus criterios malsanos y tratar de imponer corrientes de opinión adversas al cambio democrático.
Quienes así piensan en nada se diferencian del régimen que pretende presentar lo ocurrido como un golpe de Estado para justificar su escalada represiva y ocultar su descalabro.
Falso pacifismo
Lo ocurrido el 30 de abril no fue más que un ejemplo de que las bayonetas donde Maduro dice asentar su poder no están de acuerdo con que él siga en Miraflores. Porque el descontento militar es el mismo descontento de resto de país. Los militares pasan hambre como la inmensa mayoría de los venezolanos, la inflación les vuelve polvo cósmico sus salarios. Sufren la falta de luz, agua y gas. Son víctimas del hampa (la reciente emboscada sufrida en Aragua en la que murieron varios de ellos, un General incluido, es muestra fehaciente). Padecen la falta de medicinas y de atención primaria de salud. O simplemente migran pese a las graves amenazas que se ciernen sobre sus cabezas y las de sus familiares. Y al igual que todos están llamados a jugar un papel trascendental en la reconstrucción del país.
La verdad es que la crítica destructiva de apaciguadores y colaboracionistas, centrada en la acusación contra Leopoldo López como presunto responsable en el fomento de un supuesto “golpe de Estado” y de estimular la intervención militar extranjera, es una forma de darle por mampuesto a Juan Guaidó tratando de presentarlo como un pelele de López. Porque ir directamente contra el liderazgo de Guaidó no les conviene. No resisten un dirigente joven con éxito, con reconocimiento, con claridad, con coraje. Son incapaces de admitir que Guaidó le metió el acelerador con acierto a la lucha por la Libertad y la Democracia.
Se esconden detrás de un supuesto pacifismo. Agitan el nacionalismo ante una probable intervención extranjera. Pero son incapaces de levantar la voz contra la invasión cubana y rusa. Voltean para otro lado cuando se las mencionan. La ignoran olímpicamente. Lloriquean cuando les descubren su afinidad con el régimen.
Ocultos detrás de una mampara discursiva pacifista, atrevidamente se presentan como defensores del pensamiento de Gandhi. Y obvian que “incluso después de haber abjurado totalmente de la violencia -escribió George Orwell- fue suficientemente honesto para ver que en la guerra es generalmente necesario tomar partido”, desconocen que el líder hindú “no adoptó (…) la línea estéril y deshonesta de fingir que en todas las guerras ambos bandos son lo mismo y no hay ninguna diferencia en quién gane”, como se oye en turbios espacios.
La debacle es de Maduro
Fue el expresidente Luis Herrera Campins, demócrata a carta cabal, con su proverbial mordacidad llanera, el autor de la frase “los militares son leales hasta que dejan de serlo”, una expresión lapidaria muy a tono con lo sucedido a Maduro el pasado 30 de abril. Es Maduro quien cae en una debacle ese día y no Guaidó como asoma algún gacetillero.
Entre muchas otras cosas, la acción castrense revelaría cuan profunda es la grieta militar que carcome al régimen usurpador, al poner al descubierto que hasta el ministro de la Defensa de la usurpación estaba más comprometido con los hechos que la gallina del chiste del sancocho, según el testimonio de Pompeo, Leopoldo y los voceros militares asilados en la residencia del embajador de Brasil que han seguido en el coro del funcionario norteamericano.
Con razón Guaidó aseguró que Maduro habría sometido al polígrafo a todo el alto mando militar. Pero no hay bálsamo para sus temores. El drama del Usurpador es tan profundo que ni siquiera tuvo el valor de anunciar el pírrico aumento salarial del 1 de mayo y mando a un “office boy” a hacerlo olvidando su majadería del “Presidente obrero”.
No es difícil imaginarse el pensamiento de Maduro al saber cuáles eran los miembros de la cúpula militar comprometidos con la acción del 30 de abril. Su tardanza en reaccionar y sus desesperados actos militares subsiguientes muestran a un “ánima sola con el Diablo atrás”. Debió sentirse como Hitler en los meses finales de la 2da guerra mundial, cuando ya la suerte de la fatalidad estaba echada para los nazis, al enterarse de la defección de Heinrich Himmler, personaje que Hugh Trevor-Roper, historiador y mítica figura de la inteligencia británica de entonces, calificó de “estupido, resuelto, insensible y místico” a quien Hitler había confiado desde 1934 el control de su guardia pretoriana, luego de que el viejo y desacreditado filósofo Oswald Spengler le aconsejara lacónicamente “desconfiar” de la misma. Con la pequeña diferencia de que el dictador alemán ordenó encarcelar al felón que poco después terminaría suicidándose.
Si el usurpador habría tenido al menos un mínimo de cultura, justo en el momento en el cual a Padrino López se le “chispoteó” la mañana del 2 mayo aquello de “trataron de comprarme”, descubriendo que en efecto estuvo en la jugada con los agentes del odiado Imperio, según lo han denunciado, Maduro en vez de haberle dirigido aquella incauta mirada que descubría un HDP entre dientes, le hubiera dicho la conocida frase de Julio César a Bruto al momento de su traición y asesinato: “Tu quoque, Brute, fila mi”, para darle un poco de dignidad y dramatismo a la debacle en la cual terminó de hundirlo el 30 de abril. Pero como diría el filósofo aquel “no se le pueden pedir peras al horno”.