Cualquier signo de decaimiento en el ánimo colectivo en la lucha contra la tiranía mueve muy pronto a las miserias humanas. Es tomado rápidamente por los corifeos del apaciguamiento, el colaboracionismo y el radicalismo delirante como una prueba “contundente”, “irrefutable”, de que Guaidó y la Asamblea Nacional “han puesto la torta” con su ruta propuesta. El afán destructivo no cesa. Persiste con saña.
Durante los días de alta movilización la jauría merodea con puro picoteo como las gallinas, no agota muchos esfuerzos en atacar, saben que rebotarán contra la tendencia mayoritaria y optan por moverse en las sombras, atentos a una falla, al acecho de una ocasión.
Una vez se produce lo que el viejo lenguaje denominaba “reflujo de masas” por el agotamiento de las marchas y concentraciones y el cansancio de la gente, producto de la dinámica propia de todos los acontecimientos, el hecho es tomado como un ejemplo de “incapacidad”, “pérdida de liderazgo”, “fracaso” y “derrota” en la política para emprender los ataques. Se ignoran los flujos y reflujos de la lucha para calificar éstos últimos de modo negativo.
De inmediato se desatan en exigir un “cambio” en la política. Los apaciguadores llegan a plantear hasta lo absurdo de una inversión del orden de la ruta original (elecciones limpias, gobierno de transición, cese de la usurpación). Y los delirantes insisten en que el camino no es acudir al TIAR sino el 187.11 como si la esencia de una intervención extranjera cambiaría con uno o el otro. Toda patraña o excusa es buena siempre y cuando les permita intentar demostrar que son ellos y no Guaidó ni la AN quien tiene la razón.
Tampocoo faltan los argumentos estúpidos como el de Fernando Mires: “cada país tiene el gobierno que su oposición merece”. A quien solo hay que recordarle las palabras de Mario Vargas Llosa ante la pregunta ¿Qué consejos le daría a la oposición venezolana?
“Estoy admirado -dijo Vargas Llosa- con la oposición venezolana. Es de un coraje extraordinario. Sus líderes están presos, les fraguan procesos, los expulsan de donde ganaron una diputación, los meten a la carcel, los matan si es necesario. Y allí están, peleando con gran valentía. No hay que darles consejos, hay que rendirles un homenaje, porque ellos saben muy bien lo que están haciendo: defender ese pequeño espacio de libertad que queda.”