Los últimos capítulos de Juego de tronos han estado acompañados de polémica, pues gran parte de la audiencia considera que la evolución de los personajes ha sido menos lógica que en temporadas anteriores.
Por Infobae
Entre todos los personajes, el desarrollo más criticado ha sido el de Daenerys Targaryen, por lo que es inevitable preguntarse si su transformación ha estado bien tratada. El análisis desde la narrativa audiovisual tiene algunas respuestas sobre ello.
Los indicios no son justificaciones narrativas
Aunque gran parte de la audiencia ha criticado el desarrollo de los acontecimientos en el episodio “Las campanas” (8×05), otros espectadores han defendido que existían muchos indicios que señalaban la decisión de Daenerys de reducir Desembarco a cenizas.
Francesco Casetti y Federico di Chio definen los indicios como aquellas huellas que “nos conducen hacia algo que permanece en parte implícito: los presupuestos de una acción, el lado oculto de un carácter, el significado de una atmósfera, etc.”.
Los indicios sugieren debilidades, pero también las fortalezas de los personajes, pues se utilizan para expresar sus motivaciones y contradicciones y ver cómo vencen (o no) sus miedos. Se utilizan en la construcción de personajes para darles profundidad y para que el espectador sea testigo de su lucha interior. También se emplean a menudo para despistar a la audiencia.
¿Existían indicios de que Daenerys poseía un carácter temperamental? Sí, existían indicios de que poseía un talante incendiario. Pero también existían pistas que indicaban que era una gobernanta compasiva con las clases bajas.
Los mismos indicios de ambigüedad se han empleado durante la serie para definir a otros personajes que ahora son completamente heroicos: durante varias temporadas se ha presentado a Sansa como “la mejor aprendiz de Cersei”, por su talento para la manipulación, por su capacidad para mover los hilos y salir victoriosa e incluso por sus peinados. También Arya ha sido un personaje fundamentalmente guiado por la venganza, que ha mostrado en ocasiones una extrema frialdad y rasgos de personalidad perturbadores (lejos queda ahora su pasado como cocinera de empanadillas humanas).
Y ahí está la clave, no todos los indicios tienen que cumplirse en una ficción, pues simplemente sirven para conducir la trama creando expectación, pero no sirven por sí solos como justificación narrativa de un “arco de transformación”.
Un “arco de transformación” apresurado
¿Están entonces los fans enfadados porque Daenerys es una villana cuando se presentó como una heroína? La respuesta simple es “sí”.
La respuesta compleja es que es una villana o una antiheroína, cuyo “arco de transformación” no resulta del todo convincente. En el contexto actual, los espectadores están acostumbrados a admirar a personajes de series de ficción que representan una moralidad relajada como Walter White o Tony Soprano, disfrutando y aplaudiendo incluso sus actos violentos, por lo que no parece que esa sea la causa principal del rechazo de los fans. La cuestión, entonces, es el modo.
En Cómo convertir un buen guion en un guion excelente, manual básico para la escritura audiovisual, de Linda Seger, se explica cómo los arcos de transformación son fases que determinan la evolución de los personajes a lo largo de su historia.
Existen dos tipos básicos: el radical y el progresivo. El primero se produce como consecuencia de una experiencia traumática. Teniendo en cuenta que Daenerys es huérfana, ha sido maltratada por su hermano, vendida en matrimonio, violada, traicionada por todos sus asesores y ha perdido a sus personas más queridas, además de a dos de sus hijos (dragones), parece bastante inconcebible que el rechazo de Jon y la pérdida del amor romántico (“Elijo el miedo”) sea la razón final que provoque un cambio tan fuerte.
Entonces queda la otra opción, que se haya enfocado como un “arco de transformación progresivo”, que además siempre es más recomendable por la empatía que se establece entre espectador y personaje a lo largo del tiempo. No obstante, el espectador percibe que “algo va mal en Daenerys” a partir del capítulo “El último de los Stark” (8×04), a tres capítulos del final, y sobre todo porque otros personajes así lo manifiestan. Como afirma Seger, “lleva tiempo transformar a un personaje”, y para que el espectador entienda la conversión se requieren más contradicciones entre sus deseos principales y secundarios, como veremos a continuación.
La ausencia de contradicciones entre sus deseos
David Corbett afirma en El arte de crear personajes: en narrativa, cine y televisión que un personaje gana complejidad cuanto más entren en conflicto su deseo principal con sus deseos secundarios.
En ese sentido, cuantas más veces el personaje confronte sus deseos contradictorios, mayor será su complejidad narrativa, porque estará diseñado con matices.
Veamos el caso de Eddard Stark, siempre guiado por su sentido del honor, que finalmente miente para salvar a su propia familia, lo que lo acerca a la humanidad y lo aleja del heroísmo perfecto.
También está el caso contrario, el camino de redención emprendido por Theon Greyjoy, cuyo auténtico deseo es sentirse en paz con su propia identidad, pero cuyo instinto de supervivencia lo aleja de esa meta hasta su final heroico.
El deseo principal de Daenerys es el trono, de eso no hay duda, pero el problema es que en esta temporada su deseo secundario de proteger al pueblo (repetido múltiples veces) ha desaparecido por completo. Ni siquiera hay oposición entre deseo principal y secundario, una confrontación que sí hubiera justificado su conversión en villana.
Daenerys no tiene lucha interior, ha dejado de tener matices y es unidimensional, reduciéndose finalmente al estereotipo de “tirana”.
En definitiva, los seguidores, que se han convertido en espectadores audiovisuales exigentes, no se sienten tan defraudados por lo que sucede (la conversión de Daenerys en villana o antiheroína) sino por el cómo sucede (una transformación forzada según la guía básica de la construcción de personajes en guion).
Irene Raya Bravo
Profesora Sustituta Interina Acreditada Ayudante Doctora, Universidad de Sevilla
Publicado originalmente en The Conversation