Otra vez en el vértigo de un diálogo, con sus riesgos y su traumática experiencia. Se ha padecido de esa opción, varias veces, y sin embargo no se asimiló, siquiera, una gota de malicia para sospechar cuando quien te saluda con una mano, esconde justo en su espalda, la otra, apuñando una lanza para liquidarte. Saltan muchas interrogantes tratando de encontrar una explicación racional a semejante reiteración en el error. Se piensa que es una ingenuidad supina. Otros que es un traspiés que ocurre cuándo no se tiene claro el camino que se transita. Lo peor, lo que los maliciosos asesores le sugieren a Maduro decir para rociar descrédito sobre el grupo que gobierna con Guaidó, “que es una jugada arreglada sórdidamente”.
Lo cierto y por lo tanto no deja lugar a suposiciones, es que se sufre otro revés con consecuencias terribles para un país que se encuentra hundido en una catástrofe humanitaria compleja. Cada mes que Maduro se prorroga en la usurpación del poder representa una estela de muertes y desolación para una ciudadanía atrapada en ese holocausto tropical, fenómeno del que se tenía conocimiento y del que se hablaba porque teníamos referencias históricas de ese hecho acontecido en un continente muy lejano y diferente al nuestro.
Nunca es tarde para aprender, ojalá así sea ahora, a costa de tantos padecimientos. Lo indicado seria que Guaidó pase la página y cierre definitivamente ese capítulo dialoguista. Que se recupere la estrategia coherente y se ratifique indubitablemente la ruta con sus tres pasos en orden inalterable: Cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.