En veinte años de oposición, desde los tiempos de la Coordinadora Democrática, antecesora de la también desaparecida MUD, la lucha por la democracia en Venezuela no había exhibido tanta coherencia y fortaleza unitaria como a partir de enero de este año. El liderazgo de Juan Guaidó es aceptado y respetado por la inmensa mayoría de los demócratas venezolanos y la Asamblea Nacional es reconocida como su representación institucional en esta dura batalla. Obviamente, la democracia, por definición, nunca llenará requisitos de unanimidad. Admitimos que hay voces divergentes, pero aisladas y de poco peso específico, que en nada han alterado el curso de la ruta trazada por la AN y por el propio Guaidó.
De allí la suspicacia de las declaraciones del Secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, supuestamente filtradas por infidencia tras una reunión suya con líderes israelíes. Un auditorio, con toda seguridad preocupado por la permanencia en el poder de quienes han agredido a la comunidad hebrea venezolana, moral y materialmente. El jefe de la diplomacia de Donald Trump, inquirido ante la demora en cumplir la promesa de su gobierno de una cercana salida de la dictadura castromadurista, se salió de la suerte responsabilizando a los opositores venezolanos por desunión y la supuesta ambición personalista de todos sus líderes políticos.
Ciertemente, Guaidó y la AN han optado por recurrir a las más diversas vías de lucha, bajo la forma de ayuda humanitaria, subversión o diálogo. Pero eso no justifica la lectura de división o desorden que Pompeo argumentó. Sorprende que el jefe de la política exterior norteamericana no considere las complicaciones reales del caso venezolano, inserto en un entramado internacional que él muy bien conoce.
Mas allá de lo inconveniente y equívoco de esta declaración, sería menester reafirmar ante la opinion pública internacional la fortaleza unitaria de la fuerza democrática venezolana y su disposición a luchar hasta lograr sus objetivos finales.