Cuando busco en las noticias -casi a diario leo y oigo- cómo se violan los Derechos Humanos en Venezuela. Ya son tantos los casos que uno opaca al otro y mientras hay un constante flujo de información las víctimas y sus familias se quedan sufriendo una desesperación que sólo podría denominarla “tortura”.
No son una o dos familias, son cientos que pasan por estas circunstancias y la mía es una de ellas. Las desapariciones forzosas y torturas ya son parte de las noticias diarias, y vamos perdiendo la capacidad de asombro ante la crueldad que hoy día se ha ido denunciando ante el mundo. ¿Será que nos estamos acostumbrando?
Un preso político no tiene derechos, está sujeto a las órdenes que reciben sus custodios a diario, los tribunales no son más que la fachada de una supuesta “democracia”, pero son los últimos en enterarse lo que ocurre con los detenidos y las órdenes que dan no son acatadas por los organismos que tiene bajo su control a los privados de libertad.
¿Cuántos traslados ordenados por tribunales de un preso para recibir atención médica no son cumplidos? Por lo menos el 90% de los casos, para algo tan delicado como la salud, sólo imaginen para el resto de las diligencias. No solo se le violan los Derechos Humanos a un detenido, sino también a todo su núcleo familiar, los aíslan, le suspenden visitas sin motivos y sólo alegan que “son órdenes superiores”, o los trasladan de su centro de reclusión sin notificar a las familias, abogados o tribunales.
Es allí cuando comienza para la familia una desesperación constante de no saber cómo y dónde está su familiar, mientras que llega a la mente una sonrisa maquiavélica de quienes infringen este dolor, no sólo en los detenidos sino a su familia. Les confieso: no es fácil sobrellevar el día a día bajo estas condiciones, la zozobraba te invade, y crece en ti la desesperanza, no se ve la luz al final del túnel. Cuando veo a un familiar solicitando “Fe de vida”, “Atención Medica”, “Reactivación de visita”, recuerdo la grave situación que crece aceleradamente en nuestro país. Y no solo pienso en los presos políticos, sino también en los caídos y sus familias.
Hace unos días se cumplían 2 años de la fatal muerte de Neomar Lander, un joven con espíritu de guerrero que solo quería un mejor futuro, y con él se fueron muchos más con el mismo valor y valentía que le cerraron sus ojos en este tiempo oscuro de nuestro país. Muchas familias enlutaron y aún lloran la partida de sus hijos, hermanos y amigos, y les toca vivir con ese gran dolor mientras esperan justicia.
Cuando pienso en ellos, me veo en el espejo aún viva, respirando, recuerdo que no podemos seguir viviendo silentes antes las injusticias e impunidad, y debemos llenarnos de coraje y fuerza para luchar y exigir justicia. Por las circunstancias de la vida también me tocó pasar por esto, y muchos de ustedes las conocen, pero tuve la bendición de conocer a algunas de las familias de estos jóvenes guerreros, y quedé impresionada que en su mayoría eran chicos de corazón noble, estudiosos, buenos hijos y amigos.
Otro ejemplo es el caso de Juan Pablo Pernalette Llovera, deportista y con una fundación que recogía perritos y gatitos de la calle para buscarle un hogar, además fueron tantos los chicos menores de edad a quien se le quitó la vida injustamente, que se me viene a la mente: Adrián Rodríguez (13 años), Luis Ortiz (16 años), Jean Carlos Aponte (16 años), Rubén Darío González (16 años), Fabián Urbina (17 años), José Francisco Guerrero (15 años), Armando Cañizales (17 años), entre tantos que merecen ser mencionados, pero la lista acabaría con estas líneas y faltaría espacio, eran jóvenes que anhelaban un futuro en su país y por eso luchaban en las calles venezolanas.
Y mientras veo y analizo este panorama, entre presos políticos, caídos y las constantes violaciones de Derechos Humanos me lleno de impotencia y trato de entender ¿cómo para los causantes de tanto daño se les es tan fácil arrebatar vidas y torturar a tantos seres humanos? Solo pienso en la segunda guerra mundial y como los nazis llevaban a niños a las cámaras de gas, mujeres, ancianos, gente que no le había hecho daño a nadie y aún así les tocó vivir un infierno en vida, algo similar a los que a muchos hermanos venezolanos les ha tocado vivir o están viviendo, y me pongo a pensar ¿Dónde está la justicia en este mundo? ¿Cómo estas cosas ocurren antes nuestros ojos y no se toman acciones contundentes?
Sé que no soy la única que se pregunta lo mismo: somos millones que tratamos de buscar esta respuesta, aunque no la vamos a encontrar con facilidad. Pero si yo me lleno de desesperanza y desánimo por no obtenerlas, perdería mis fuerzas para luchar por la justicia y la libertad, solo busco llenarme en la mayor fuente de fortaleza que tengo que es mi Dios que ha estado a mi lado en todo tiempo y mi otra fuente de energía es mi hija, porque ella merece que siga luchando hasta ver a su padre en libertad y crecer en un país libre rodeada de sus seres amados.
Así que a pesar de lo oscuro del panorama que hoy tenemos ante nuestros ojos, busquemos nuestra fuente de energía, porque Venezuela nos necesita fortalecidos para lograr la libertad y la justicia, no decaigamos, no dejemos de luchar porque estoy segura que Dios nos dará la victoria. “Cuando entendamos que no es un día más sino un día menos, empezaremos a valorar lo que realmente importa”.
Valoremos la vida, no perdamos tiempo y fuerzas odiando, sino aprovechemos cada día con la mejor actitud para lograr nuestro objetivo con templanza, Venezuela será libre.
Irene Olazo Mariné