Desde la época griega se nos ha dicho que el político es aquel que vive para los asuntos de la polis, y que, por tanto, se espera que tenga los recursos suficientes para vivir de manera holgada, de modo que la tentación de servirse y aprovecharse de la cosa pública sea limitada o nula. ¿Es esto cierto? Diríamos más bien que es relativo, como todo en la vida, salvo la certeza de la existencia de Dios. La corrupción y la nefastitud no tienen clase social, sino que se relacionan más bien con la esencia misma del ser, en tanto que, si bien la educación familiar influye en buena medida, se dan casos de ovejas negras que mandan al traste años de esmerada y primorosa crianza.
Fidel Castro y el Ché Guevara no eran pobres, ni incultos, eran profesionales, de clase acomodada y además de buenas familias ¿y acaso eso fue garantía de algo positivo para el pueblo cubano y el resto de sus víctimas en centro américa y áfrica? En Venezuela, actualmente hay una sobrevaloración de la clase profesional para los efectos del gobierno: hay quienes hablan de que solamente los profesionales son aptos para gobernar el país. Desde luego dicha postura, por demás razonable, tiene su génesis en el rechazo absoluto que genera Nicolás Maduro en la mayor parte de la población, que achaca la situación del país a su escaza formación académica. Pero se obvia que Maduro, el autobusero, solo es un sucesor… un heredero del desastre cuidadosamente planificado por Hugo Chávez y su camarilla de profesionales altamente ideologizados, como lo fueron, en su momento, Clodoswaldo Russian y Jorge Giordani.
Si bajo el prisma de los méritos académicos debiéramos basarnos para elegir a nuestros dirigentes, entonces en las elecciones presidenciales de 1988 el más “digno de los candidatos” habría sido, sin ninguna duda, el entonces Dr. Edmundo Chirinos, insigne psiquiatra, autor de numerosos libros y que además venía de ser rector de la UCV, la universidad más importante del país. Candidato por el Partido Comunista, aquel intelectual de (por entonces) intachable reputación, parecía ser la mejor opción ¿y lo era? No, por Dios que no lo era, y hoy en día todos lo sabemos.
¿Entonces? A los venezolanos nos urge aprender a discernir entre buenos y malos gobernantes, entre buenos y malos políticos. Definitivamente los méritos académicos deben tomarse en cuenta, pero no como sinónimos de capacitación en sí mismos, sino más bien como señales de que aquel individuo busca perfeccionarse continuamente, trabajando sobre su ser integral como el maestro talla a la piedra. ¿Quieren saber si un hombre está capacitado para dirigir un país? Averigüen primero como dirige su propia vida. Al árbol se le conoce por sus frutos.
¿Cómo obtuvo sus riquezas (si las tiene) y qué ha hecho con ellas: las dedica a acrecentar su ego y a darse placeres, o invierte al menos una pequeña parte en ayudar a los demás desinteresadamente? Pocos son los políticos pobres, pero los hay, y en ese caso, conviene al elector examinar la razón ¿Ha gestionado mal sus recursos económicos o más bien ha sido excesivamente honrado? Como vemos, ser rico no es malo, y ser pobre tampoco, todo depende del caso.
De un hombre o mujer disolutos, sin capacidad de ordenar su propia vida, no podemos esperar que ordenen un municipio, un estado o un país entero. Los venezolanos, los de la sociedad civil en general, y los que hacemos vida en los partidos políticos en particular, tenemos que aprender a elegir con sentido crítico a nuestra dirigencia. Las virtudes morales de occidente deben reflejarse en la vida de esta nueva generación de políticos que Venezuela tanto necesita, caso contrario, estaremos irremisiblemente condenados a repetir los mismos errores de manera cíclica, oscilando entre extremos, sin encontrar la verdadera paz social que tanto necesitamos para prosperar y progresar.
Sin dudas, un hombre o mujer que tenga la firme idea de establecer bases sólidas sobre las cuales erigir su futuro y asentar su vida, resulta mucho más confiable que aquellos que van saltando de isla en isla, eternamente nómadas e incapaces de generar estabilidad emocional en sus propias vidas. Eso, estimados electores, es algo que debe tenerse muy en cuenta a la hora de elegir a la nueva dirigencia.
¿Regalar comida y hacer “actividades sociales” capacita para el gobierno? No, y aquello es simple y llanamente populismo vil y barato. Trampa caza bobos. Aquel es un vicio de vieja data que arrastramos desde la Cuarta República y que el chavismo profundizó en el subconsciente criollo. Ahora es muy común en las campañas de posicionamiento político que los “aspirantes a candidatos” se tomen fotos regalando comida, medicinas y pare usted de contar, con el único objetivo de acrecentar su ego personal… al fin y al cabo, si la ayuda fuese sincera “una mano no debe saber lo que hace la otra”… pero acá, una mano ayuda mientras la otra fotografía y luego publica en las redes sociales… Dicha conducta, además de rayar en el sadismo y el mal gusto, es delatoramente hipócrita. ¡Desconfíen de los políticos que incurren en esas prácticas, sin importar la edad que tengan ni el partido político al que pertenezcan!
Además de lo anterior, deben tomarse necesariamente en cuenta las inclinaciones ideológicas de nuestros políticos, pero eso será materia de otro artículo de opinión.
Dios bendiga a Venezuela.
@VJimenezUres