Las migraciones existen desde que el simio que llegaría a ser el hombre bajó de los árboles, se puso de pie y alzó la vista sobre las anchas llanuras africanas para ir a la conquista de la tierra, saliendo del África profunda, invadiendo Europa y atravesando el Estrecho de Behring para habitar las Américas. Ya había vivido una asombrosa mutación genética cuyos detalles continúan siéndonos desconocidos – Ortega y Gasset hablaba citando a Konrad Lorenz, en su extraordinaria obra sobre Leibniz, de una grave epidemia febril, que desquició al simio convirtiéndolo en el antecesor de nuestra especie – , adquiriendo la habilidad para la socialización: el lenguaje. Que combinado con el descubrimiento y el uso del fuego crearía las condiciones grupales para armar el rompecabezas de lo humano. En el camino se terminó de conformar el género, se crearon las razas y se formó el homo sapiens que hoy somos. A punto de habitar el universo y convertirse en un habitante planetario.
De pronto nuevos descubrimientos arqueológicos dan prueba de esa maravillosa aventura de cientos, de decenas de miles de años hasta dar con el hombre que se ha hecho a la conquista del espacio, ha pisado la luna y se apresta a alcanzar Marte y de allí saltar al confín de nuestro sistema planetario. Desde sus mismísimos orígenes de la especie humana, migración y humanidad son sinónimos. Ya las migraciones se habían hecho irrefrenables.
Pero las nuevas migraciones son productos sociales y políticos, erupciones violentas, subproductos de crisis, guerras y revoluciones, que expanden el cáncer de sociedades pervertidas, privadas de derechos, ultrajadas y ofendidas por caudillos mesiánicos y políticos devastadores. La huida en estampida de grupos humanos acechados por el hambre, la miseria, la enfermedad y la muerte provocada por gobiernos incapaces y en algunos casos, como el venezolano, voluntariamente destructivos y devastadores. Planeados por motivos estratégicos y tácticos perfectamente definidos con fines de dominio territorial. De efectos geoestratégicos inmediatos. Propios de una guerra irregular, asimétrica y prolongada, como la han planteado los grupos marxistas leninista que van al asalto del Poder.
Por primera vez en su historia, América Latina vive el mayor desastre poblacional de sus quinientos años de vida. Y para eterna vergüenza de sus habitantes, es producto del asalto inmisericorde del militarismo venezolano a los hijos de Bolívar. Último fruto de la utopía socialista con la que se encubre la criminalidad política del castro comunismo, en América Latina por lo menos desde el 1 de enero de 1959. En ese sentido, tanto la llamada diáspora venezolana como la onda migratoria de esos cuatro millones de seres humanos nacidos en nuestras tierras, que pronto alcanzará la insólita cifra de cinco millones, deben ser comprendidos en el marco de la confrontación Oriente-Occidente, comunismo-capitalismo. Una cruzada de la lucha entre la esclavitud y la libertad, el socialismo o el capitalismo, el islamismo o la cristiandad. Son resultados de aviesas acciones políticas con fines premeditados. No sólo ni exclusivamente problemas de índole estrictamente humanitario. Deben ser enfrentados y resueltos con medios políticos y/o militares. Pues sirven a objetivos imperiales, políticos, estratégicos. Ya todos esos millones de migrantes fueron inoculados con el virus del castro comunismo en su última versión viral, de cepa estrictamente venezolana: el chavismo. Una deformación mortal de su inmediato antecedente: Bolívar y el independentismo. Sólo sus apariencias inmediatas pueden ser objeto de la ACNUR: sus raíces son estrictamente político-militares.
En cosa de unos pocos años, el espanto ha expulsado de su país, sus hogares y sus familias a cuatro millones de venezolanos, que podría duplicarse en los próximos meses y años. Según estimaciones de probabilidad, tres de cada diez venezolanos querrían irse de su país. Dos ya lo han hecho. De ser un país de acogida de migrantes, que le dieran su configuración poblacional, Venezuela de ha convertido por mor de sus desastres de gobernanza, en un país productor de la mayor ola emigratoria del nuevo siglo. Pervertida la simiente de las migraciones que conformaran nuestro perfil sociocultural, promovida por Marcos Pérez Jiménez para mejorar nuestra carga genética, hoy huyen en estampida sus descendientes, intentando borrar casi ochenta años de historia y desencajar las democracias invadidas.
El efecto desestabilizador sobre sus sociedades vecinas es más que preocupante. Ya resienten el peso de esa invasión indeseada colombianos, ecuatorianos, peruanos, chilenos y argentinos. Exacerbando la xenofobia preexistente y alterando dramáticamente el equilibrio regional. No es la ACNUR, repetimos, el organismo que debiera enfrentar el problema: son las Naciones Unidas y la OEA, la Unión Europea y los gobiernos occidentales, yendo al origen y la raíz del mal: la tiranía venezolana, heredera de la tiranía cubana. Heredera a su vez de la tiranía soviética. El mal del siglo.
Las Américas fueron desde su descubrimiento el Hinterland que serviría de refugio a las crisis migratorias europeas. Provocadas por la pobreza, las revoluciones y las guerras. Pero desde mediados del Siglo XIX y sobre todo durante todo el Siglo XX, sus principales, aunque no exclusivos, centros de acogida fueron los Estados Unidos, Argentina y Venezuela. El grave cambio sufrido por la región es que de ser sitio de acogida, se ha convertido en centro productor y exportador de migrantes. Jamás recibió Venezuela una masa inmigratoria del tamaño de la emigratoria provocada por el castro comunismo venezolano. De naturaleza estrictamente política. Sólo ella puede explicar el desencajamiento telúrico sufrido por la asaltada sociedad venezolana, como sólo el castrismo puede explicar la oleada migrante provocada por el régimen castro comunista cubano. ¿Enfrentarlas con análisis estadísticos y consideraciones sociológicas?
No cesarán los graves problemas de inestabilidad económica, social y política que arrastran consigo los millones de emigrantes venezolanos, sin la intervención activa de las naciones vecinas, y más particularmente de los Estados Unidos y los gobiernos del llamado Grupo de Lima, para desalojar a Nicolás Maduro y su régimen castro comunista. Ya el gobierno Trump ha comenzado a tomar las medidas adecuadas, intentando la asfixia del régimen madurista sin disparar un tiro. Falta que tanto la oposición oficial venezolana como el Grupo de Lima lo respalde sin cortapisas ni medias tintas, para atacar el cáncer en su centro neurálgico. Y el uso de todos los medios disponibles.
Trump y sus principales asesores en el caso, el embajador John Bolton y los encargados especiales para Venezuela, Elliot Abrams y Mike Pompeo, han comenzado la operación asfixia, que podría desembocar en la intervención directa de sus fuerzas especiales para desalojar a Maduro y crear las condiciones para unas elecciones libres, transparentes y democráticas. Restaurando de una vez y tras veinte años de espera, el ansiado Estado de Derecho en el principal y más importante país caribeño. Occidente y especialmente la OEA y el Grupo de Lima deben brindarle todo el respaldo necesario. Pero antes que nada y nadie, debe ser la propia oposición venezolana la que, unida, respalde y se alinee en la línea estratégica diseñada por Donald Trump. Es lo que esperamos.