Colapso frecuentemente inadvertido, las bibliotecas públicas no constituyen referente alguno para el conocimiento y la recreación, menos con el receso escolar o académico. Francamente desactualizadas, personal y usuarios sufren los consabidos percances de la tragedia nacional, asfixiados por la inseguridad personal y el quiebre de los servicios públicos.
Qué recordemos, por todos estos años, sólo una vez el parlamento ha tocado el problema en sus sesiones plenarias y de un modo indirecto. Por 2013, nos correspondió fijar postura en la materia, a propósito de la una solicitud de crédito adicional (https://youtu.be/87uVmIaqdE4), recordando que la diputada oficialista respondió con una versión idílica que incluyó la impresión y distribución de veinte millones de libros y la existencia de las librerías gubernamentales. Sin embargo, deseamos anotar otra circunstancia.
En efecto, los muchos o pocos aportes que recibieron las bibliotecas públicas, tiempo atrás, fue toda la literatura propagandística – política e ideológica – capaz de producir e importar el Estado, con la alta cotización en los mercados internacionales. A la postre, ya sin recursos, hasta el mismo Estado se hizo indiligente para tramitar las más modestas donaciones de los agentes diplomáticos.
Es de suponer, por ejemplo, que la Biblioteca Nacional ha de atesorar toda la producción bibliográfica del país. Por muy adversas que hayan sido las condiciones, la ha habido y, en cumplimiento de la ley, contamos con autores y casas editoriales independientes que remitieron sus ejemplares a la institución, pero no aparecen en las bases de datos, ni en las estanterías.
A modo de ilustración, “Se trata de la libertad”, es una compilación de ensayos y documentos de inspiración liberal (Editorial Galipán, Caracas, 2015), que no figura en la oferta de la Biblioteca Nacional, en el Foro Libertador de la ciudad capital. No puede figurar mientras haya dictadura, pues, era muy antes que la institución – cual aspiradora eléctrica – absorbía en lo posible, todo lo que circulaba en tinta y papel por el país.
Alguna vez, indagando, un viejo lector recreativo y consumado investigador de la Biblioteca Nacional, desde los tiempos que ocupaba la sede de la avenida Universidad, nos comentó que hubo alguna que otra restricción, en contadas oportunidades, a la literatura considerada como subversiva y peligrosa, en los años de la insurrección armada. No obstante, pudo acceder a los libros que sus afanes académicos exigían, añadido un importante material mimeografiado, porque era la regla de los préstamos.
Hoy, creemos, estamos muy distantes de aquélla situación y un libro tan sucinto, editado con.muchos esfuerzos, entendemos, tendrá que esperar el fin de la dictadura para llenar un cupo en las estanterías debía Biblioteca Nacional. Algo inadvertido, en medio de nuestras calamidades.