La Amazonía ha estado en llamas desde comienzos de este año y esos incendios forestales en los primeros 15 dias consumieron 500 mil hectáreas de bosques entre Brasil y Bolivia. Para finales de agosto el fuego ya había arrasado solo en Bolivia más de un millón de hectáres del bosque amazónico, lo que puede convertirse en una grán tragedia nacional, con amenazas de extenderse hacia el Paraguay y Perú. Se estima que entre enero y agosto, se han producido más de 80 mil devastadores incendios, que representan mas del 77% de los producidos el año pasado. Conviene señalar que la Amazonía que habia permanecido intacta hasta 1970, ya para finales del siglo pasado había perdido el 14% de su superficie, acumulando, sólo en 1999 una pérdida boscosa de 17 mil Km2. Sólo en Brasil se señala que se han perdido en los últimos tres décadas cerca de 89 millones de hectáres de esa reserva forestal de nuestro planeta.
Mucho se ha estado debatiendo sobre las causas de esos incendios y de su alarmante proliferación, señalándose que los mismos responden fundamentalmente a la tala y desforestación indiscriminada provocada por agricultores, ganaderos y bandas comercializadoras de la madera que actúan al amparo de la poca atención que han puesto los gobierno para resguardar ese inmenso bosque tropical. Pero además en países como Brasil y Bolivia, los gobiernos han estado promoviendo la expansión de áreas agrícolas y ganaderas y apoyando a grandes consorcios para la explotación maderera, en perjuicio de importantes zonas boscosas amazónicas y de las comunidades indígenas. Se señala que solo en julio de este año se talaron en Brasil más de 2.200 Km2 de bosques, el 278% más que el mismo período del año pasado. Pero bajo presión de intereses agropecuarios, medereros y de la grán mineria, la desforstación, solo en Brasil, produjo hasta finales del año pasado y, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de ese país, una destrucción de bosques que había alcanzado el nivel más alto en la última década, acumulando una pérdida de selva de 790 mil hectáreas. Este proceso destructivo está afectando fundamentalmente a los estados de Paraná, Matto Grosso, Rondonia y Amazonas.
Conviene destacar que, según el WWF -la mayor organización conservacionista del planeta-, la Amazonía contiene más de 40 mil especies de plantas, 427 clases de mamíferos, 1300 especies de aves, 378 de reptiles, más de 400 de anfibios, 3000 tipos de peces de aguas dulces. En esa inmensa región que cuenta con cerca de 34 millones de habitantes habitan unas 420 comunidades indígenas con más de un millón de aborígenes que son los pobladores ancestrales de esa vasta extensión de bosque pluvial tropical. Además, la cuenca del Rio Amazonas es la más grande del mundo, conteniendo el 20% del agua dulce de la superficie del planeta. Por todo lo cual la destrucción de ese inmenso pulmón verde significaría un lúgubre futuro con grave riesgo para la existencia humana en la tierra.
Pero el riesgo de la sustentabilidad de la especie humana en nuestra única casa planetaria no solo está concentrado en la destrucción de los bosques, sino igualmente en la creciente erosión de los suelos, con su pérdida de productividad y el riesgo que eso representa para la seguridad alimentaria; además en la alteración del habitat por el calentamiento global, la contaminación medioambiental, la muerte de los arrecifes de coral, y la sobre explotación de zonas pesqueras que, entre otros impactos, está ocasionando la rápida extinción de peces como el atún aleta amarilla, cuyas reservas han disminuido en más del 90%.
A toda este drama de nuestro ecosistema hay que agregar las frecuentes tormentas y ciclones destructivos y las consecuencias del incremento de las temperaturas -las más altas en la última década- en la elevación del nivel de los mares, producto del derretimiento de los cascos polares del planeta, fenómeno que ya está ocasionando que en paises como Indonesia, en el que en 2018 se produjeron 2000 desastres naturales, el gobierno esté considerando la reubicación de su capital para la isla de Borneo Central, ante las perspectivas de que Yakarda pueda estar totalmente sumergida para el 2050. Pero igualmente y, segun reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático -IPCC-, otras importantes ciudades como Nueva York, Nueva Orleans, Osaka y Cantón en la zona sureste de China, pueden perder grán parte de su territorio para el 2100 si persiste la tendencia del cambio climático y el crecimento del nivel del mar. Extrapolando esos lúgubres pronósticos a nuestro país, no sería exagerado señalar que en ese mismo tiempo la península de Paraguaná se convertiría en la isla de Paraguaná, los Roques y la Orchila serían recuerdos sumergidos en el Caribe, mientras que el Delta del Orinoco estaría convirtiendose en un gigantesco lago.
Frente a estas dramáticas perspectivas, provocadas fundamentalmente por la explotación irracional y con visión crematística de los recursos del planeta, se hace evidente la imperiosa necesidad de un cambio en el modelo de la economía global que, tal como señala Lester Brown(1), ha estado moldeado por las fuerzas del mercado y no por los principios ecológicos. Es lo que este reconocido ecologista, fundador del Worldwatch Institute y presidente del Earth Policy Institute, denomina la Eco-economía, como el modelo de una economía sostenible desde el punto de vista ambiental. Es decir, una economía para el planeta para hecerla compatible con el ecosistema planetario, a fin de asegurar el progreso sostenible de la humanidad en armonía con el entorno ecológico. En síntesis una nueva economía en donde la ecología esté por encima de la economía.
Entre el 2 y 13 del próximo mes de diciembre Chile será el país anfitrión de la próxima Cumbre sobre la Acción Climática ONU 2019. Un evento al que asistirán jefes de estado y delegaciones de 195 países y en el que, según el Secretario General de la ONU, se espera lograr compromisos para impulsar la transformación completa de las economías siguiendo los objetivos de desarrollo sostenible. Las acciones específicas para detener el acelerado proceso que amenza con un armagedón planetario no parecen tener mucho márgen de tiempo para que se concreten. “No hay planeta B”, claman los integrantes de la organización juvenil internacional Friday for Future, que bajo el liderazgo de la jóven adolescente sueca Greta Thunberg están convocando a una huelga mundial para el 20 de septiembre en reclamo para que los gobiernos tomen oportunamente las medidas apropiadas para frenar el cambio climático.
La cumbre de diciembre en Chile debe ser una grán oportunidad para que los líderes de la misma recuerden el llamado que, desde hace más de cuatro años con su encíclica Laudato Si hiciera Francisco -el Papa latinoamericano- para preservar la Casa común, proponiendo un modelo de ecología integral frente al grave deterioro ambiental y al sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas. Sería muy deseable que esos lideres, motivados por el drama ecológico de la Amazonía, respondan positivamente al clamor de Begoglio, que ante esa crísis medioambiental adquiere mayor relevancia, cuando en su Enciclica señala la obligación que tenemos de “dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá”.
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(1) Lester R. Brown, Eco-economía, Fundación Polar. Earth Policy Institute, Caracas, 2003.