Mi sobrino Pedro publica por las redes sociales su listín de pago quincenal que le depositan por ser, tanto profesor de pregrado como de postgrado, en el hospital de San Fernando de Apure, allá en el llano venezolano.
Por ser médico-docente de pregrado le han cancelado esta quincena, poco más de 6 mil bolívares. Mientras que por ser docente de postgrado, algo más de 3 mil bolívares. En total, no llega a 10 mil bolívares su quincena. Que al cambio oficial se traduce en 0,47 centavos de dólares americanos.
Hoy también he leído por las redes sociales lo escrito por un usuario y académico universitario: “He ido a mi universidad. Todo está desolado y en ruinas. Pero lo más terrible es que he visto gente caminando descalza”
También he visto un video de la manifestación de docentes de educación media. En él, un profesor muestra sus rústicos zapatos, hechos con caucho de llantas de automóvil porque no tiene cómo comprar zapatos.
Escribo a esta hora de la madrugada (12:34am.) porque antes la electricidad la habían suspendido por cerca de 6 horas. Eso ocurre todos los días en la ciudad donde vivo, Barquisimeto. En ocasiones hasta dos veces al día.
Mientras escribo pienso en la cantidad de tragedias que cada día, hora tras hora, vivimos quienes quedamos en este campo de exterminio sistemático que llaman república bolivariana de venezuela (así todo en minúsculas), tan marginalizado, humillado y corrompido.
Paso los días como casi la gran mayoría buscando alimentos, junto con mi esposa, quien esta semana se quebró y entró en crisis depresiva. Vivió de niña con su familia el horror de la tragedia de la revolución cubana. Con un padre a quien metieron preso y casi lo fusilan. Teniendo que volver a vivir, cual déjà vu tropical, la misma historia, pero ahora como profesora universitaria teniendo que sobrevivir como repostera y correctora de libros de matemáticas especiales.
Creo que es hora de declarar que hemos perdido esta guerra. Es bueno admitirlo para tomar conciencia de semejante hecatombe social. La marginalidad, la mentalidad parasitaria hecha Estado y régimen, han dominado y controlado todo. Porque aunque superemos este dantesco horror las estadísticas nos indican, profesionalmente, que toda una sociedad ha sido controlada a sangre y fuego. Cerca de 5 millones de ciudadanos han huido de este horror chavista-socialista del siglo XXI. Más del 22% de la población infantil se encuentra en situación de desnutrición severa-crónica.
Más del 75% del parque industrial está desmantelado, en obsolescencia o funciona en precarias condiciones. Más de 30 mil médicos se han ido del país. La producción petrolera ha descendido a niveles históricos, menos de 1 millón de barriles al día. Extensas áreas de bosque tropical en la amazonía venezolana, poco más extenso que el territorio de Portugal, está siendo deforestado por bandas de delincuentes y grupos paramilitares extranjeros, buscando oro, diamantes y metales estratégicos.
Pienso en mí, en mi familia, en mis amigos. En todos los años pasados, cerca de 30 años de trabajo, la mayoría como docente universitario. ¿Qué me sostiene en este momento? ¿Por qué sigo aquí? Viendo este inmenso y siniestro derrumbe social. Escribiendo semanalmente para documentar esta guerra del hambre. Esta hecatombe de destrucción sistemática de una sociedad, de todo un país.
Tomar consciencia de esta derrota es saludable y necesaria para saber sobrevivir. Salir a flote y aprender a valorar lo poco o mucho que hemos obtenido en la vida. Porque en esta guerra nadie ha salido vencedor definitivamente. De hecho, no lo habrá. Todos hemos perdido.
La nueva sociedad que resulte de esta destrucción masiva deberá cargar, arrastrando tras de sí a millones de sobrevivientes minusválidos. Cuerpos enfermos, esqueletos andantes que no podrán sanar jamás sus heridas. Ni físicas, ni mentales, ni espirituales.
Esa carga social de unos seres humanos que tendrán que ser asistidos por un Estado y un gobierno, también empobrecido, que deberá clamar al mundo por ayuda humanitaria mientras sus connacionales en el extranjero, mantendrán la otra carga a fuerza de remesas a sus familiares. Una sociedad que llegó a poco más de 30 millones de habitantes y que estadísticamente se reducirá a menos de 22 millones de empobrecidos venezolanos.
Una fuerza laboral enferma, debilitada, temerosa y llena de incertidumbre. Que no cuenta en la actualidad con seguridad social de ningún tipo, aislada del resto del mundo, sometida al absoluto acoso gubernamental. Mientras su cuerpo académico, reducido al mínimo, lucha por mantener funcionando, precariamente, el Alma Mater.
Lo he repetido una y otra vez. Esta sociedad ya no puede sola salir de esta dominación internacional a la que ha sido sometida. No vale la pena especificar ni seguir reflexionando sobre ello.
Necesitamos ayuda militar externa, urgente, para proteger a la sociedad civil de esta dantesca, sistemática y criminal matanza, por hambre, que se ejecuta en Venezuela.
(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1 P @Camilodeasis