Hay que acelerar el paso, es urgente. La crisis venezolana implosiona todo el continente. Desde hace rato se salió de control puertas adentro y hoy hace aguas en todos los países de América y algunos europeos. Somos millones regados por el mundo. De manera abrupta y descontrolada hemos invadido el ecosistema de muchos, que aunque quieran, se les hace cuesta arriba ayudarnos. Por eso, debemos enfocarnos en atacar la causa, no las consecuencias, porque es ley de vida: el muerto y el arrimado a los tres días hieden.
Bajo ningún concepto justifico la xenofobia. El odio, la repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros es un sentimiento que no puede tener cabida en un mundo avanzado y globalizado como el nuestro. La fusión de culturas es un hecho tangible que data de tiempos inmemoriables y que hoy está amparado en el derecho internacional. Sin embargo, darle cobijo a migrantes o desplazados es más un acto de humanidad y compasión que cualquier otra cosa. Si bien las leyes contemplan su amparo y protección, en la práctica difícilmente puede obligarse a una sociedad a convivir con ellos.
Los brotes xenófobos que se han registrado en Perú son bochornosos, dolorosos, que hablan más de focos de podredumbre enquistados en una sociedad que de quienes se han visto forzados a dejar su país. Y hablo de focos porque no todos los habitantes de los países receptores son malos, pero tampoco todos los migrantes venezolanos son buenos.
Los últimos hechos de xenofobia deben llamar a la reflexión a políticos y ciudadanos a evaluar qué hemos hecho y qué hemos dejado de hacer para provocar que los niveles de miseria y deterioro de la calidad de vida dentro de nuestras fronteras hayan alcanzado tales niveles que han obligado a cientos de miles de connacionales a huir de su tierra.
Colombia da cuenta de la entrada de dos millones de venezolanos, mientras que en Perú, segundo país más afectado con la diáspora venezolana, suman 850.000. Puestos relevantes ocupan también Ecuador, con 300.000 y Chile con 228.000. Según estimaciones de la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, cuatro millones de venezolanos han huido de esta crisis sin precedentes, convirtiéndose en uno de los grupos de poblaciones desplazadas más grandes del mundo. Se estima que de continuar la pugna política interna, a esta escandalosa y preocupante cifra se le sumen dos millones más al cierre de 2019.
Si bien nuestra tragedia es de grandes magnitudes, también es cierto que los sistemas de salud, educación, empleos y servicios públicos de estos países han colapsado. Si ya no tenían capacidad para cumplirle a su gente, imagínese después de recibir una estampida desproporcionada de migrantes que promete con acelerarse aún más ante la inestabilidad política que pareciera no tener fin en nuestro país.
Sin embargo, lo que al mundo no se le puede olvidar nunca es que Venezuela siempre los ha apoyado cada vez que la han necesitado. Entre 1948 y 1961 le abrimos las puertas a 800.000 desplazados de España, Portugal e Italia que dejaban sus tierras por las graves secuelas de la Segunda Guerra Mundial; más adelante, durante el boom petrolero de los años 70, le dimos cobijo a chilenos, argentinos y uruguayos que huían de las dictaduras instauradas en sus países, y en lo sucesivo a peruanos, ecuatorianos, dominicanos y colombianos que escapaban, algunos de grupos violentos irregulares, y otros de la crisis económica que los asfixiaba.
Insisto: nada justifica la xenofobia en ninguna parte del mundo, ni para con nosotros los venezolanos ni para con nadie más, pero debemos estar conscientes de que no podemos pretender endosarle nuestros problemas a terceros. Es impostergable encontrarle una solución definitiva a la crisis política interna. Es absolutamente necesario caminar en la recuperación de la economía y la reconciliación nacional.
Si en Venezuela le abrimos las puertas a todos los que en algún momento necesitaron refugiarse en nuestras tierras para rehacer sus vidas, eso habla más de nuestro noble corazón que de quienes vinieron. Lo cierto es que no todos somos iguales, no todos están dispuestos a ayudar al que más lo necesita, pero debemos reconocer que han sido más nuestros aliados que nuestros detractores, así como también somos más los venezolanos que hacemos aportes importantes a otras culturas y que cada día nos esforzamos por dejar en alto el nombre de nuestro país.
Gladys Socorro
Periodista
Twitter: @gladyssocorro