Con este contexto en mente, lo que sí fue siempre Venezuela fue RECEPTORA DE INMIGRANTES, con una cultura de absoluta bienvenida sin obstáculos que impidieran a nadie, con o sin papeles, dedicarse a la actividad de su elección.
Tan es así, que aquí cualquiera llegaba y apenas pisaba tierra venezolana, tomaba una caja de frutas, chucherías, o alquilaba un tarantin y comenzaba su pequeño negocio en la medida de sus posibilidades económicas. Y NADIE se molestaba en averiguar su estatus migratorio o país de origen, así de simple. Porque, aunque siempre hubo problemas por la calidad de servicios públicos, incluida la atención médica, nuestra infraestructura y talento humano permitía acoger a todos sin distinguir etnia, nacionalidad, religión… Con las mismas limitaciones o capacidades que a uno de acá. Nunca fue parte de nuestra forma de ser el negarle acceso a nuestros servicios, buenos o malos, a nadie.
Siendo esa la cultura, producida por la experiencia en función de lo vivido, quien nunca había viajado fuera de nuestras fronteras, la idea que tenía acerca de la migración, era esa: Bastaba llegar, dedicarse a una actividad que produjese una entrada para ganarse la vida y, en la medida de su esfuerzo y perseverancia, salir adelante.
La tragedia nuestra, es que muchos se han ido forzados por la crisis de todo tipo que experimentamos, porque a unos les ha sido imposible afrontarla dentro del país y, en su desesperación, se vieron obligados a buscar sobrevivir en otros países.
Insisto, siendo nuestra experiencia que bastaba llegar y dedicarse a algo sin ser molestado, fuimos llegando a diferentes países, cada uno con sus respectivas políticas migratorias y problemáticas internas, que no estaban ni preparados ni acostumbrados a recibir tanta gente en tan poco tiempo. Y el venezolano entra en contacto con una realidad desconocida que contrasta con su concepto de qué significa inmigrar. Así, ve que no basta llegar y listo, no, debe cumplir requisitos para los que, unos más, otros menos, no está acostumbrado ni preparado…
No es que seamos irrespetuosos de las normas (aunque debemos recordar que no somos suizos ni ingleses) sino que no está en nuestro ADN frenar a alguien y restringirle sus iniciativas siempre que no involucre acciones ilegales o delictivas.
Finalmente, todo conglomerado humano es una muestra proporcional de su tierra, es un microcosmos. De manera que, lamentablemente, hay una proporción de antisociales que va en ese inmenso grupo emigrante. Claro está, si la colonia venezolana en un sitio era de por ejemplo 18.000 seres y un 5% tenían mala conducta, eran 900 delincuentes, de los cuales un 10% eran violentos (por lo tanto notorios), o sea, 90 choros disueltos entre el resto de la población, no eran notorios.
Si llegan 1.800.000 a Colombia y 1.000.000 a Perú, se cumple la misma ley de las proporciones y si, además, los medios ven que con ese tema venden, se enganchan en una campaña en la que resaltan como caja de resonancia las terribles acciones cometidas por venezolanos y ahí está la receta de la xenofobia, porque también los buenos, que son la verdadera muestra representativa, son invisibilizados o, peor aún, estigmatizados por su sola nacionalidad.
Así las cosas, LO ÚNICO que va a resolver el problema en Colombia, Ecuador, Perú, Chile o en cualquier otra nación donde ya no seamos tan bienvenidos, es terminar con esta tragedia del socialismo del siglo XXI, restaurar la democracia y convertirnos no en lo que fuimos, sino en una versión tropical de Suiza, porque tenemos con qué. Ahí el grueso de ese flujo migratorio se detendrá y la gran mayoría regresará.
De lo contrario, la única seguridad que podemos darle a los países donde esto ocurre, es que va a empeorar.