Un embajador en Venezuela me preguntó si creo que la política estadounidense con mi país es en parte responsable de lo que sucede. Mi respuesta fue tan inmediata y contundente como un rotundo no y considero pertinente resaltar que su apoyo incondicional por resolver nuestra difícil realidad, es la mejor prueba.
Por Thays Peñalver | elnuevoherald.com
Además de llegar tarde a la función como el resto del planeta, los únicos responsables de esta tragedia somos nosotros los venezolanos. No uno, ni dos, ni muchos en la oposición, sino los millones de venezolanos. Culpar a Estados Unidos por el esfuerzo que hacen para entender y ayudar en nuestra compleja situación o a la Unión Europea por jugar a la contraparte del policía bueno sin importarles un bledo nuestra somalización, es realmente incidental, porque el destino de la tragedia estaba escrito ya de antemano y además por mérito propio.
A Venezuela nadie la mató, como bien dijo Mario Vargas Llosa hace 20 años, se suicidó. Y es que el escritor lo definió magníficamente cuando todo comenzaba y no por ser un adivino, sino porque bastaba un repaso de la historia para entender: “que haya o no democracia en Venezuela le importa una higa a la comunidad internacional, de manera que ésta no moverá un dedo para frenar esa sistemática disolución de la sociedad civil y los usos elementales de la vida democrática que lleva a cabo el ex golpista, con la entusiasta y ciega colaboración de tantos incautos venezolanos”.
Quizás aquí, en esto último es donde podría discutir con el premio Nobel porque ni creo que fueran “incautos” ni que Chávez haya engañado alguien. Cuando el tirano en el 2004 dijo que su proyecto se inscribía “dentro de las luchas revolucionarias en la que Carlos Marx (…) el Che Guevara (…) Muamar el Gadafi inscribían el suyo”, apenas un tercio de los votantes firmaron para sacarlo del poder.
Luego se hartó de decir: “En Cuba no hay comunismo, hay socialismo. Venezuela va al socialismo, Cuba y Venezuela son dos revoluciones hermanas”, y algo cumbre: “¡No! No lo estoy imponiendo, estoy llamando a que lo construyamos. Vamos al socialismo”.
Y de nuevo frente a ese drama, apenas un tercio de los votantes se opusieron a semejante bestialidad, apenas un 28% se opuso en su proyecto constitucional de implementar el socialismo y una cifra aún menor a que se reeligiera como un emperador perpetuo. De hecho en la última recolección de firmas, ya cuando el narcotráfico era un hecho, los presos políticos una realidad diaria y cientos de niños eran masacrados, asesinados o heridos en las manifestaciones, el mismo tercio de siempre, apenas el 31% es decir 6.5 millones de los más de 20 millones de electores inscritos estamparon sus firmas para decir ¡Basta Ya!
Pero aunque la comunidad internacional no tiene culpas, eso no excluye la posibilidad de críticas sobre los planes y proyectos internacionales con Venezuela y menos con los que están basados en “hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Y ese es el caso de Venezuela, pues el programa aplicado hasta hoy por Estados Unidos, es en sí una copia del definido en las memorias del secretario George Shultz para Panamá que buscaba por todos los medios evitar una intervención: “… y poner en riesgo a nuestros chicos” por lo que debía “existir algo entre la guerra y no hacer nada”.
De allí que en el justo punto medio entre la guerra y no hacer nada es donde inventaron la creación de un gobierno alternativo (presidente Del Valle), construyeron el apoyo para desconocer el régimen, la amenaza y presión militar para agotar las capacidades de logísticas de las fuerzas de defensa, las sanciones generales para causar una olla de presión económica y privar de dinero al régimen, para que Noriega no dispusiera del dinero estadounidense y así forzar una negociación finalmente.
Pero como pasa en Venezuela hoy, de acuerdo al vicepresidente Bush en sus memorias: “Noriega creyó que todo había sido un bluff y terminó con las negociaciones”. Mientras que desde adentro, el plan fracasó de acuerdo a unos de los cercanos al mando de Noriega, el coronel Roberto Díaz Herrera, porque “los oficiales de alto rango lo agarraron por la parte alta del pantalón, y le dijeron: ‘tú no te puedes ir porque nosotros quedamos mal y esta gente nos friega’ ”. Y si esos eran sus hombres, se podía intuir también que tampoco le gustaría mucho la traición a Pablo Escobar y a los cárteles que lo habían apoyado.
Como bien lo definieron los militares estadounidenses que estudiaron ese proyecto, Noriega no se podía marchar porque “su gobierno era una ‘narcocleptocracia’ (…) una poderosa industria criminal, en la que la mayoría vivía del crimen organizado, o de centenares de empresas privadas que no fueron jamás alcanzadas por las sanciones”. Pero a quienes sí alcanzó fue a la población en general, que de acuerdo a los militares, “dejó de pensar en política y se fundió en una dinámica de supervivencia” mientras que “cifró todas sus esperanzas en la presión y una posible intervención”.
A fin de cuentas el problema no es que se repita la historia, ni que el plan sea bueno o malo, el asunto es que mientras el tercio de Venezuela ruega por un cambio, a la gigantesca mayoría, lamentablemente le da lo mismo. Y eso no lo digo yo, ya la comunidad internacional comienza a darse cuenta y a sospechar con sobrada razón, que buena parte de los venezolanos ya se acostumbraron a lo peor.