Hablemos de Chile primero, ahí gobierna Sebastián Piñera desde hace apenas año y medio, antes de él lo hizo por cuatro años Michelle Bachelet, antes otra vez Piñera y antes otra vez Bachelet y más atrás Ricardo Lagos. El periodo más largo fue el de este último con seis años consecutivos, a partir del cual se ha generado una alternancia rigurosa cada cuatro años. Ahora a partir de las protestas desencadenadas por el aumento de la tarifa del metro, Piñera ha pedido perdón y ha puesto sobre la mesa varias reformas sociales.
En el caso de Argentina, a pesar de una mayor precariedad institucional y una crisis más evidente, el péndulo también se ha movido radicalmente entre el peronismo y el partido de Mauricio Macri, quien acaba de reconocer el triunfo de su oponente poniendo fin a su mandato de apenas cuatro años. Para quien quiera llevar la cuenta bajo el esquema arcaico e impreciso de izquierdas y derechas, solo apunto que los nueve años que suman Piñera y Macri quedan pasmados ante la hegemonía de las izquierdas argentina y chilena en las últimas dos décadas. De cualquier modo quien tenga un mínimo de objetividad tendrá que reconocer que esos dos exponentes de lo que muchas veces se pretende criminalizar con el calificativo de “derecha”, gobiernan sin abusar de su poder, no persiguen a sus oponentes, piden perdón, reconocen sus derrotas y no pretenden mandar más tiempo del estipulado en la constitución. Todo lo contrario a lo que sí pasa en Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, de quien hablaremos ahora.
Evo Morales ha perpetrado uno de los fraudes continuados más descarados contra la voluntad popular, con el fin de prolongar su mandato por cuarta vez consecutiva. Primero intentó cambiar la constitución de su país para establecer esa aberración chavista llamada reelección indefinida, perdiendo el referéndum popular con lo cual quedó rechazada tal pretensión. Pero luego utilizó el Tribunal Supremo que él maneja a su antojo para desestimar la voluntad de los bolivianos interpretando que él tiene derecho a reelegirse indefinidamente aunque lo impida expresamente la constitución y le fuera negado por el pueblo. Fue así como llegamos a la elección presidencial que acaba de ocurrir en la que no se conformó con presentarse como candidato de forma ya torcida, sino que luego de un primer boletín con resultados que eran concluyentes sobre la necesidad de una doble vuelta, mandó a parar la totalización para fabricar dos días después unos resultados que le dieron finalmente ese triunfo manchado del más burdo fraude.
¿Se entiende ahora la diferencia? Una cosa son los problemas de las democracias en países donde los pueblos tienen el derecho a cambiar sin trauma a sus gobernantes y hay alternancia política y límites al poder, y otra muy distinta es el drama de una tiranía que violá los derechos humanos de su pueblo para perpetuar el mando arbitrario de una sola persona. No se trata ya del dilema entre derechas e izquierdas, sino de la objetiva diferenciación entre democracias y tiranías y la necesaria condena a estas últimas en favor de sus víctimas. Por algo no son los chilenos los que cruzan a pie un continente para buscar oportunidades en Venezuela, sino al revés. Así como no fueron los estadounidenses los que se arrojaron al mar en balsa para llegar a Cuba. Y es que los pueblos sí valoran la libertad.
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ
Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana ACADEMIA