Creo no exagerar al afirmar que los sucesos que se observan en Latinoamérica, y concretamente en Chile, están indicando que existe un agotamiento, una insatisfacción del ser humano ante las promesas no cumplidas del liderazgo político. Treinta años antes, en 1989, en Venezuela se abrió un agujero negro en la vida del ciudadano al irrumpir violentamente contra todo lo que significaba políticos y partidos políticos. Cobraba así sentido el sinsentido de la antipolítica. Los resultados están a la vista, veinte años después. Pero ahora, en 2019, se está observando un agotamiento por lo que representa la ideología frente a la realidad social insatisfecha. Las revueltas anárquicas en Chile, más allá de encontrar sentido para algunos en las medianas explicaciones economicistas, encuentran su sinsentido en la negación de todo orden establecido.
Es que la sociedad parece haber llegado a un agotamiento en su idea del mundo, de la misma sociedad donde vive y del entorno que lo circunda. Para esto no existe ideología socialmente aceptable que dé cuenta del atolladero donde hoy se encuentra sumergida la sociedad latinoamericana, con sus matices y especificidades. Porque si bien los sucesos que ocurren, por ejemplo, en Bolivia, Venezuela, Ecuador, México, Guatemala, Haití, Chile, de entrada parecieran ser diferentes, encuentran un denominador común en esto que tratamos. Es irónico indicar –y también sarcástico- que en Chile la clase media se cansó de estar bien, de sentirse satisfecha, mientras los pobres de siempre medraban entre migajas su resentimiento. Mientras en Ecuador reclamaban más bondades del Estado y en Bolivia salían a las calles a denunciar un fraude político. Sería tonto indicar que los argentinos quieren seguir siendo peronistas y por eso anhelan vivir en populismo. ¡No! En todo caso, el mismo sistema democrático heredado de la antigua Grecia ha perdido sentido para gran parte de la sociedad.
Es que el agotamiento, el cansancio mental, físico y espiritual de inmensos conglomerados humanos está indicando que el pensamiento occidental, en general, pareciera estar llegando a un límite. Sea por principios, valores y fundamentos que han perdido sentido para millones de seres humanos, sea porque simplemente ya está entre nosotros otra manera de visión del mundo que es necesario reflexionar y atender. Es acá donde el liderazgo político, a nuestro parecer, se encuentra desfasado y anclado en las viejas, ortodoxas y fanatizadas ideologías que en la práctica, se han desnaturalizado y se usan, como modas y pretextos para imponer grupos que saquean y controlan sociedades. El peligro del agotamiento de las ideologías es la irrupción de las teologías y su visión supersticiosa de la realidad. Esto parece ser lo que está ocurriendo muy aceleradamente.
El espacio ocupado desde finales del siglo XVIII (1796) cuando fue descrita y definida como tal, la ideología, está siendo ocupada por un cuerpo de creencias teológicas que encuentran su forma práctica, en una disímil manera de expresiones religiosas que en su afán de control social, desatarán los fanatismos más sanguinarios por un largo tiempo. Estamos entrando en la noche de los tiempos, de las cavernas ancestrales anhelando seguridades atávicas. Para ello, nada más práctico, frente a las inseguridades y agotamiento ideológico, que reposar nuestras consciencias frente a los eternos dioses. Ya les pondremos nombre y apellido. Mientras eso ocurre, las celebraciones se están desatando. La fiesta de la degradación humana se llena de desafíos frente al vetusto y envejecido orden democrático, sea de derecha o de izquierda, que no sabe por su ignorancia y anquilosamiento encontrar salida a los reclamos de una sociedad que se desnuda y desnuda la realidad. Una realidad que se expresa en cada país de diferentes maneras pero en sus extremos se parece mucho: Explosiva, circense, marginal, vengativa. Desde su cotidianidad encuentra su heroísmo/hedonismo emulando a sus personajes del cine y la televisión. Mientras registra su historia en fragmentos de selfies y los sube a las redes sociales. Este es el cuadro de nuestra actualidad, nuestro afán de libertad es, cuando menos, individual y lo colectivo pasa a ser un acompañamiento de nuestras comunes desgracias. Las grandes batallas ideológicas que se dieron en el siglo pasado, básicamente teóricas, se están ahora escenificando en pequeños reductos.
El pensamiento de este siglo que apenas inicia es prestado. No representa a la realidad y por tanto, las nuevas generaciones y los marginales del mundo, que han sido visibilizados por las tecnologías de la comunicación, sienten que deben asumir su propia historia, su propia idea del mundo, con sus dioses y hasta sus demonios. El dilema del liderazgo político/ideológico, parece ser, controlar la anarquía en nombre de la democracia republicana y arriesgarse a desatar la represión contra los ciudadanos, o permitir la irrupción del pensamiento marginal/anarquizado y desatar los demonios resentidos y dormidos por años. En estos como en otros casos, lo intempestivo y la irrupción de la inmediatez de los acontecimientos nos están marcando la historia catastrófica que se cuenta a cada instante.
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