El arma más poderosa de un pueblo para defenderse de las amenazas ciertas de regímenes autoritarios, es la fe. Ahora bien, esa fe se alimenta a su vez de la esperanza. Porque las ilusiones de que los esfuerzos que se pongan en marcha no serán en vano, son un combustible que hace mover ese conjunto de recursos -fe, esperanza, valor, persistencia, y confianza-, para sentir que pronto se alcanzarán las metas que se procuran en medio de grandes adversidades.
Es la fe del carbonero. En este caso, la fe de los millones de ciudadanos venezolanos que, por más de 20 años, han venido dando la pelea, en condiciones verdaderamente insólitas. Esa ciudadanía luchadora que ha sido probada en todos los terrenos. Así tenemos a los estudiantes que se han fajado en sus centros de estudios, saliendo muchas veces a tomar las calles con la idea sana de protestar contra ese estado de cosas que le arruinan su presente y sobre todo, poniendo en riesgo su porvenir. Esos estudiantes que han dado sus vidas, que padecen el declive de sus instituciones y sin embargo persisten en continuar la lucha, a pesar del tiempo que corre inclementemente, arrastrando como río desbordado sus ilusiones por el futuro.
Es la fe puesta al servicio de una causa justa, como aquella de ir a un Referéndum Revocatorio, o cerrar filas, una y otra vez, para participar en elecciones desventajosas, como lo han sido todos esos procesos organizados con la maquinaria fraudulenta de esta falsa revolución que descaradamente pretende establecer los fraudes electorales como “un derecho revolucionario”.
Lo cierto es que los venezolanos hemos dado demostraciones inconfundibles de valor. De tenacidad. Eso nadie no los puede regatear. Hemos dado la pelea en todos los terrenos. Lamentablemente, también hemos sido víctimas de estrategias equivocadas. Y esos dislates han horadado la confianza de la ciudadanía en sus conductores. Y eso si que es una pieza clave para seguir luchando. La confianza. Porque si lo vamos a dar todo por defender un objetivo común, aún a sabiendas de que se corre el riesgo de perder hasta la vida, lo hacemos, si nos asiste el espíritu y esa necesaria confianza. Porque si hay confianza avanzamos, nos atrevemos y peleamos conscientes de que si no lo hacemos, nunca alcanzaremos la victoria definitiva.
Lo que ocurre es que esa confianza se deteriora cuando se advierten equivocaciones con facturas de manipulaciones. Cuando cunde en la atmósfera el tufo de arreglos o declinaciones a la hora de mantener firme una ruta que ha sido esencial al momento de convocar a la ciudadanía a participar en nuevas jornadas de luchas, con sus inseparables sacrificios y riesgos.
Escribo con áspera franqueza porque me siento preocupado con esa peregrina tesis de que “la solución a la crisis de Venezuela está reducida a designar nuevos Rectores del CNE”. Desde luego que todos los venezolanos, automáticamente pensamos, enterándonos de esas operaciones, que lo que se nos pinta en el horizonte son elecciones. ¿Ajá, pero de qué elecciones estamos hablando? ¿De elecciones parlamentarias? Eso no es lo que se nos dijo el pasado 23 de enero. Recordemos -creo que la ciudadanía tiene ese compromiso tatuado en su memoria- que Juan Guaidó aseguró que lo primero era lograr el cese de la usurpación. Por eso, no se trata de un simple cambio en el mosaico. Se está moviendo la pieza medular de la estrategia que se anunció públicamente, hace ya varios meses.
Estimo que recuperar la confianza de la ciudadanía en nuestras predicas es indispensable. Esa es la fuerza que puede provocar la ruptura definitiva con esta narcotiranía. Ahora bien, sin verdades, sin sinceridad no habrá confianza. Por eso es fundamental plantarse con la mayor franqueza ante la ciudadanía que se pretenda liderar.