El vínculo entre el uso de la energía y la intensidad económica es complejo y muy dinámico, y depende de la etapa de desarrollo que se analice y de la nación que se trate. Sin embargo, uno puede concluir con cierta certidumbre que la tasa de uso de energía es función directa del nivel de desarrollo económico de las sociedades humanas.
Por Luis Pacheco / lagranaldea.com
“La repetición constante de la letanía y las exageraciones ambientales que a menudo se oyen tiene muy serias consecuencias. Nos atemorizan y hace más probable que usemos nuestros recursos y enfoquemos nuestra atención en resolver problemas fantasmas, mientras que ignoramos los verdaderos y perentorios problemas”, Bjorn Lomborg.
En una semana cualquiera, alrededor del globo, 3 millones de personas migran de las zonas rurales a zonas urbanas, 156 millones de seres humanos al año, y si hacemos las matemáticas eso es alrededor 300 personas por minuto. Estas multitudes terminan invadiendo terrenos baldíos y construyendo comunidades ilegales alrededor de las ciudades “formales”, y con poco o ningún acceso a los servicios que la sociedad moderna considera como la base de un bienestar mínimo: Agua, electricidad, salud y comunicación. Hoy día mil millones de personas, 1/6 de la población mundial vive en estas condiciones
Aproximadamente el 54% de las personas en todo el mundo ahora viven en ciudades, en comparación con el 30% en 1950. Las fuentes estiman que esto crecerá a 2/3 de la población mundial en los próximos 15 a 30 años. Más de la mitad de los habitantes urbanos viven en las 1.022 ciudades con más de 500.000 habitantes. Actualmente hay 29 megaciudades con poblaciones de más de 10 millones de habitantes, frente a las 2 de 1950 y se proyecta que crezcan entre 41 y 53 para 2030. Estas comunidades al margen son lo que Robert Neuwirth llama en su libro “Las ciudades en la Sombra”, las ciudades del futuro. Estas comunidades estimulan la entropía, es decir el grado de desorden, de la comunidad organizada a su alrededor, en su legítima búsqueda de libertad, representación política y en última instancia el bienestar personal.
El vínculo entre el uso de la energía y la intensidad económica es complejo y muy dinámico, y depende de la etapa de desarrollo que se analice y de la nación que se trate. Sin embargo, uno puede concluir con cierta certidumbre que la tasa de uso de energía es función directa del nivel de desarrollo económico de las sociedades humanas.
La calidad de vida es también un concepto complejo y significa diferentes cosas para diferentes sociedades o grupos sociales. Sin embargo, uno pudiera proponer que el acceso a servicios médicos y nutricionales como vía hacia una larga expectativa de vida, al igual que el acceso a una buena educación y el ejercicio de libertades individuales, establece una parte importante del bienestar del ser humano.
Es de esperar, entonces, que la emergencia de estas ciudades informales no sólo contribuya al aumento en el consumo de la energía, sino que también contribuyan al aumento en la ineficiencia del uso de las fuentes de energías tradicionales.
Algo más difícil de establecer es el vínculo entre el consumo de energía y los arreglos políticos que garantizan el disfrute de lo que hoy conocemos como los Derechos Humanos. Esto no es de sorprender, ya que las libertades individuales fundamentales, así como las instituciones de participación democrática fueron codificadas por nuestros ancestros muchas generaciones antes de la emergencia del uso intensivo de la energía.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha delineado sucintamente los retos que enfrenta el mundo a comienzos del siglo XXI: “El mundo se enfrenta a dos amenazas relacionadas con la energía. Por un lado, la no disponibilidad de los recursos de energía adecuados a precios razonables, y por el otro el daño ambiental causado por el exceso en el consumo de esos recursos”.
Estas señales de alarma, compartidas universalmente con diversos grados de urgencia, son el anverso de la demanda creciente por energía, y el consiguiente bienestar que las “multitudes” ya descritas consideran su derecho inalienable. Esta es una discusión compleja no sólo porque no tiene una solución única, sino porque su dinámica hace que el objetivo esté en continuo movimiento.
En este contexto, y desde la publicación del primer estudio del Club de Roma en 1972: “Los Límites de Crecimiento”, se ha tratado de establecer la discusión de estos temas dentro de dos conceptos que a primeras luces parecen complementarios, pero que en un análisis más crítico los muestra contradictorios: El concepto de recursos finitos y de desarrollo sustentable.
Los recursos o son finitos o no lo son. Si lo son, la única manera de asegurar que durarán para siempre es no usarlos más, con el efecto negativo que esto tendría en el desarrollo económico de la sociedad humana. No es sólo que debemos parar el crecimiento, sino que para evitar el agotamiento de recursos finitos deberíamos reducir el consumo neto a cantidades infinitesimales. Por supuesto, ni los más fanáticos propulsores de la sustentabilidad estarían dispuestos a ir tan lejos, y en su intimidad aceptan que la humanidad encontrará maneras de balancear la demanda y la oferta de recursos.
Por otro lado, hay aquellos que piensan que tal discusión es banal, ya que para propósitos prácticos el concepto de recursos finitos es falaz desde el punto de vista de la cadena económica de producción, y aunque no lo fuese la humanidad encontraría maneras de sobrevivir sin algún recurso en particular.
El concepto de sustentabilidad es aún más controversial. Wilfred Beckerman (A Poverty of Reason: Sustainable Development and Economic Growth) argumenta que mantener el ambiente tal como se encuentra hoy sería una acción inmoral, dado el agudo estado de pobreza y de degradación ambiental en el cual una gran parte de la población vive. Más aún, el mismo autor argumenta que si el objetivo es mantener el desarrollo de hoy salvaguardando las necesidades de las generaciones futuras, no es posible determinar de una manera clara y robusta ni el sacrificio necesario de las generaciones presentes, ni las necesidades de las generaciones futuras.
“Las poblaciones emergentes de las ciudades del futuro son la fuerza, que, junto a la economía establecida, mueve el mercado de la energía hacia un nuevo horizonte”
Esto nos lleva de vuelta a la cuestión de las poblaciones emergentes y cómo establecer las oportunidades para que la sociedad pueda satisfacer sus necesidades de calidad de vida, tanto física como espiritual, sobre todo cuando la persecución de ese objetivo no puede estar divorciada del uso cada vez mayor de energía.
¿Pero es esta visión posible, dada las aparentes limitaciones que el uso de los recursos naturales parece tener? El calentamiento global y otras barreras amenazan con atraparnos en una discusión circular sin resolución aparente.
Sin embargo, la convergencia de las fuerzas de mercado, ambientalismo e innovación tecnológica presenta la oportunidad de una nueva síntesis hacia delante. Las poblaciones emergentes de las ciudades del futuro son la fuerza, que, junto a la economía establecida, mueve el mercado de la energía hacia un nuevo horizonte: No el horizonte de la búsqueda de la utopía agraria de los intelectuales luditas, sino el horizonte del uso de la tecnología como herramienta de liberación individual y grupal.
Tal como el desarrollo del comercio informal en todo el mundo revela, las poblaciones del mundo no están esperando sentadas por la ayuda de los llamados países desarrollados o esperando por la caridad de los capitostes locales. Estas poblaciones demandan energía, orden, pero sobre todo libertad de aspirar a la modernidad; y estas fuerzas, en conjunción con las nuevas formas de colaborar que la tecnología habilita, están estructurando una revolución silenciosa que soslayará con toda seguridad a los guardianes de la ortodoxia política.
Estas poblaciones demandan el más viejo de los ideales humanos: La libertad de decidir por sí mismos cómo combinar los recursos de la naturaleza y su talento para lograr su bienestar y el de los suyos. Esta es una fuerza casi irresistible, y la interconexión que hoy es omnipresente hace que tal sueño sea posible, más temprano que tarde. Los intentos de gobiernos individuales o de organizaciones multinacionales de tratar de restringir o dirigir la libertad económica del individuo han resultado ser catastróficos, y en última instancia una pérdida de oportunidad inconmensurable, y contra eso también habrá que luchar.
¿Quién suplirá la energía que hará posible ese futuro? Es difícil de extrapolar, pero seguramente será una sorpresa para los que hoy se creen indispensables, solazándose dentro de una ciudadela que los aísla del tumulto de la revolución tecnológica y económica emergente.