El artículo 59 de nuestra Constitución, la vigente, la que existe, establece: “El Estado garantizará la libertad de religión y de culto. Toda persona tiene derecho a profesar su fe religiosa y cultos y a manifestar sus creencias en privado o en público, mediante la enseñanza u otras prácticas, siempre que no se opongan a la moral, a las buenas costumbres y al orden público” (…) además, agrega, “Nadie podrá invocar creencias o disciplinas religiosas para eludir el cumplimiento de la ley ni para impedir a otro u otra el ejercicio de sus derechos.”. Ese artículo fue burdamente ignorado el pasado 5 de diciembre.
Un grupo de líderes evangélicos que respaldan a la dictadura, fueron recibidos por Nicolás Maduro y este, ni corto ni perezoso, ordenó la trasmisión en cadena obligatoria de radio y televisión el culto. Aunque 20 años llevan los activistas LGBTI solicitando reconocimiento de sus derechos, aunque las mujeres siguen esperando respaldo a su lucha contra el techo de cristal y aunque sobre la despenalización del aborto ni siquiera se puede hablar, en cosa de minutos a la cúpula evangélica se le aprueba “el día del Pastor”, “el día de la Biblia” y la creación de una universidad de teología protestante.
El presidente de facto dio su mensaje, en medio de gritos de “amen” y “cristo salva”, diciendo que el es “cristiano de Cristo”, dado que el verdadero Cristo es “Antiimperialista” y, en ese desconcertante evento, más propio de la edad media que del siglo XXI, se llegó a plantear que la biblia sea leída un día al año en todas las instituciones públicas (esto obviamente incluye a las escuelas, liceos y universidades).
La República, la instituida mediante una guerra de dos décadas, arrancada de las manos de la monarquía española, nació de la mano de Bolívar para ser laica. Venezuela fue capaz, gracias a los liberales del siglo XIX, de instituir el matrimonio civil restándole la bochornosa prerrogativa a la Iglesia Católica de ser quien legalizara la unión en pareja (y abriendo las puertas a la existencia del divorcio) que, no obstante, si se mantuvo en otras naciones. En el siglo XX, la mujer dejó de seguir la letra bíblica de la “sujeción al hombre” y no se conformó más con ser su “costilla”, Eva comenzó a votar, a trabajar, a decidir por sí misma y gozar de derechos. Pero, ahora, llegó Maduro y los evangélicos.
Ahora comprendo porque muchos pastores se la pasan diciendo, en cada barrio y caserío de Venezuela, “que solo Dios quita y pone reyes”. Son enemigos de la democracia dado que una persona que decide quitar un “rey” con su voto está inmiscuyéndose en los asuntos exclusivos de dios y eso es música a los oídos de la usurpación. El pacto “divino” está firmado, sellado y “aprobado”.
Mal precedente fue permitir a Javier Bertucci ser candidato y a fundar un partido político (ilegalizando a los demócratas en la misma sentada) en contra de la letra constitucional de exigir como requisito de elegibilidad ser de estado seglar, no lo fue antes del simulacro electoral y no lo fue luego, ahora el resto de los “pastores” seguirán ese camino y constituirán el nuevo ropaje del conservadurismo criollo (machista, pacato, excluyente, antidemocrático y totalitario).
La única cosa rescatable: finalmente se hace pública la sociedad de cómplices. A los demócratas nos debe unir más una renovada bandera: el Estado Laico. Todos son libres de tener sus creencias, pero nadie debe tener el poder de imponerlas al resto, las instituciones públicas son el espacio natural del diálogo, el derecho, la razón, la ciencia y la voluntad general, el lugar de los humanos, dios tiene su lugar, uno distinto, la iglesia (sea católica, protestante o cualquier otra).
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