Navidad 2019
a Lilia
En el mundo intelectual europeo y con mucha resonancia cultural urbana y académica, Nietzsche es un pensador conocido. Excelente escritor persuasivo y provocador y su publicitada “muerte de Dios” encajaba muy bien en nuestra modernidad neo-pagana. Podíamos existir sin necesidad de Dios, algunos lo empezaban llamando “el silencio de Dios”.
Nos asumíamos, gracias al bienestar y la tecno-ciencia, casi omnipotentes e inmortales y el “seréis como dioses” se convirtió en posibilidad real y pretensión generalizada. Como siempre, se olvidaba al “otro-diferente”, al excluido, al marginal, las periferias, al “sufriente” en general y resulta que este es mayoría en el mundo del subdesarrollo, así como la pobreza, pero también es mayoría en el desamparo del egoísmo individualista y en el narcisismo contemporáneo. Cuando despertamos a la “realidad-desagradable” (que siempre llega) enfermedad, vejez, muerte (el camino del Bhuda, lo llamo) o a la violencia cotidiana y global (guerras, terrorismo) o a las tragedias ambientales, cuando el vacío nos rodea y la soledad aparece, entonces “miramos hacia arriba”. La “necesidad de Dios” nos hace vulnerables y es cuando iniciamos la búsqueda de respuestas, en las religiones, creencias diversas o en cualquier charlatanería o superstición.
En la tradición cristiana, el “camino interior” nos lleva a entender que “DIOS está en todos y en todo”. Y que el problema está en nosotros mismos, con nuestro “vacío-lleno” de egoísmo y autosuficiencia, y de allí surge la necesidad, según algunos místicos, de “hacerle un espacio a Dios” como dice Ekhart “vacío de mí, lleno de ti”, usualmente lo llamamos AMOR, en minúscula o mayúscula.