Yoani Sánchez: El ‘pinchazo’ de las estadísticas en Cuba

Yoani Sánchez: El ‘pinchazo’ de las estadísticas en Cuba

Recientemente la prensa oficial anunció que la mortalidad infantil en Cuba durante 2019 había sido de 5 niños fallecidos por cada mil nacidos vivos. El diario Granma subrayó que eso significaba que la Isla seguía teniendo mejores indicadores que muchos países de América Latina y del mundo, pero escondió que el dato representaba un significativo aumento de muertes con respecto al año anterior. ¿Fallecieron más bebés en ese tiempo o el Ministerio de Salud Pública no pudo seguir reduciendo el dato como lo ha hecho a lo largo de los últimos años?

Las razones para este triste aumento pueden ser variadas, desde el deterioro que ha ido sufriendo el sistema sanitario cubano, pasando por la incidencia de los embarazos adolescentes con sus frecuentes complicaciones hasta llegar a los problemas de déficit nutricional en unas madres que han crecido con dificultades para acceder a alimentos fundamentales. Pero, el desinfle de la estadística apunta más a que no fue posible seguir tapando el sol con un dedo.

En el último año, en las redes sociales han sido frecuentes las denuncias por la muerte de niños a consecuencia de complicaciones al nacer, por errores obstétricos y otras negligencias médicas. Las historias de puérperas fallecidas en instalaciones de salud y los reportes sobre las malas condiciones de las hospitales maternos han encontrado en internet un espacio para ser contados, mientras los medios controlados por el Partido Comunista siguen pintando una situación sanitaria muy alejada de la realidad.

Ni siquiera estos cinco fallecidos por cada mil nacidos vivos reflejan la verdad, como tampoco el Producto Interno Bruto que se anunciará en breve representará la realidad de la económica del país, ni el índice de calorías que se consume diariamente en la Isla -según los datos que las autoridades han hecho llegar a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura- tiene nada que ver con lo que se pone sobre la mesa.

Infladas también han sido las estadísticas de trabajadores con empleo -basta recorrer las calles un lunes en la mañana para que el triunfalismo se haga añicos- ni los datos de cobertura de suministro de agua potable, el volumen de las conexiones a internet, mucho las cifras abultadas atribuidas a la producción del sector estatal.

Ese mismo maquillaje de los datos adelgaza los números de la criminalidad, de los feminicidios, de la emigración y la real incidencia de enfermedades prevenibles. Con su empecinada voluntad de hacer creer a la audiencia nacional e internacional que en Cuba se ha implantado el mejor de los sistemas posibles, los medios y reportes oficiales han llevado la burbuja de la irrealidad a un punto en que solo le queda explotar.

Como las falsas aldeas que Gregorio Potemkin levantó a lo largo del río para hacer creer a Catalina la Grande una ficción de prosperidad, las estadísticas cubanas están formadas por el atrezo de la mentira y la exageración. Pero a diferencia de la Rusia imperial, en este caso las máximas autoridades son parte del engaño, mientras que la edulcorada representación de la realidad está orientada hacia la población, los organismos internacionales y la opinión pública.

Una Cuba democrática no podrá convivir con tales falsedades. De manera que la escenografía caerá y nos daremos de bruces contra los verdaderos números que muestran la gravedad de los problemas. La prensa hablará de un deterioro de la vida y de una caída en picada de numerosos indicadores, pero habrá que separar muy bien las dificultades surgidas de un cambio de modelo y aquellas que llevaban décadas ocultas en las sombras sin poder ser mostradas.

En esa Cuba que sin duda llegará también habrá nostálgicos del pasado, como los hay actualmente de la Unión Soviética o de la Alemania comunista. Pero, debe evitarse a toda costa que la posible añoranza de algunos se erija sobre la falsedad de unas cifras adulteradas durante décadas.

Ese “pinchazo” es prácticamente inevitable en un país en el que ha de primar la transparencia y el acceso directo a los datos públicos. Un Gobierno abierto, que mantenga una comunicación directa, permanente y bidireccional entre la administración y los ciudadanos, tendrá que sacudirse sus dos defectos fundamentales: el secretismo y el triunfalismo y junto a eso, presentar los números tal y como son, lo que llevará al desinfle de algunas cifras poco realistas.


Publicado originalmente en 14ymedio el 6 de enero de 2020

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