La erosión de nuestras reservas internacionales, por corrupción e incompetencia, de US$42 millardos en 2011 a US$6,6 millardos en 2019; la hecatombe de la industria petrolera y las empresas básicas de Guayana; el empequeñecimiento de la producción interna, agrícola y manufacturera, y la migración de millardos de dólares (US$ 25 millardos solo en 2012) en connivencia con los responsables del control de cambio durante 16 años, han sido las vertientes del inmenso desfalco y el agotamiento patrimonial de la Nación.
Nuestra economía hoy es el fantasma de lo que era hace veinte años. El ingreso per cápita nominal de los venezolanos se igualó en 2019 con el de Honduras. El régimen, para su sobrevivencia, ante la desmantelada estructura tradicional de la economía nacional, recurre a un andamiaje de actividades piratas, ilegales, en las que el Estado es accionista.
Esa nueva economía estatal incorpora, como fuente de ingreso, el contrabando de oro no monetario, cuyo monto anual se estima en mas de US$ 3 millardos; el contrabando abierto de gasolina que supera US$ 2.5 millardos; el trafico de estupefacientes de origen colombiano de unas 105 toneladas al año; el retorno de capitales fichados por el Departamento del Tesoro estadounidense y la sobre facturación de las importaciones.
Esta diversificación delincuencial de la economía suma recursos que han evitado el colapso del régimen, permite un abastecimiento parcial con importaciones no reportadas, libres de arancel, y es la fuente de los dólares que desprolijamente circulan en nuestras transacciones.
A la balanza externa se agregan las remesas que envían millones de venezolanos, no contabilizada por el BCV, estimadas entre US$ 3 y 4 millardos anuales.
De perdurar este régimen, continuará la caída del ingreso, seguirá achicándose el tamaño de nuestra economía, se reducirá cada día la disponibilidad de recursos y no existe indicio que permita sugerir futuro alguno de bienestar para nuestra sociedad.