Este podría llegar a ser el último 29 de febrero de la historia. Los calendarios vigentes están ligeramente fuera de sincronización ya que el planeta Tierra completa su ciclo de 939 millones de kilómetros alrededor del sol en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Los años bisiestos están diseñados para compensar ese exceso de tiempo.
Dos académicos de la Universidad de Johns Hopkins, Baltimore, Maryland, Estados Unidos, podrían cambiar para siempre la configuración del calendario gregoriano. ¿Por qué? Reemplazarían el actual sistema con una nueva versión: el calendario de Hanke-Henry -por los apellidos de los creadores-, que dura 364 días. Su principal característica es que el año siempre comenzaría un lunes. Por este motivo, las personas cumplirían años siempre el mismo día de la semana y Navidad sería siempre un día domingo.
“El calendario sería exactamente el mismo, todos los años”. Así lo explicó Richard Conn Henry, astrónomo de la Universidad de Johns Hopkins, uno de los desarrolladores de este prometedor sistema.
Así es como febrero tendría siempre 30 días, al igual que enero, abril, mayo, julio, agosto, octubre y noviembre. Por su parte marzo, junio, septiembre y diciembre tendrían 31 días. No exisitirían más los años bisiestos. Sin embargo, “cada cinco o seis años tendríamos una semana extra al final del año para festejar”.
El sistema de calendario vigente hoy fue pensado durante cientos y cientos de años. Alrededor del año 46 a.C. Julio César pidió volver a elaborar para la República de Roma un calendario de 365 días, ideado por egipcios, que incluía un día bisiesto en febrero. Fue mucho más preciso que los calendarios anteriores pero no por ello perfecto: cada año juliano agregaba 11 minutos y 14 segundos adicionales.
Los minutos extra se fueron sumando con el paso de los años. La posición estacional de la Tierra y el calendario comenzaron a mostrar sus diferencias. La fiesta de Pascua se separó del equinoccio invernal y se arrastró hacia el verano. Esto fue motivo de angustia para el Papa Gregorio XIII, que incluso pidió un cambio en la configuración de los días.
La máxima autoridad de la Iglesia Católica Apostólica Romana borró en aquel entonces 10 días. En Italia, España y otros países en Europa el jueves 4 de octubre de 1582 se convirtió “por arte de magia” en el viernes 15 de octubre. El Papa mantuvo los años bisiestos pero disminuyó su frecuencia. Según el calendario gregoriano, un año que es divisible por 100 también debe ser divisible por 400 para pasar a ser un año bisiesto -es decir, 1900 no fue un año bisiesto, pero el 2000 sí- y esto hizo que surja el 29 de febrero.
El resto de los países se tomó su tiempo para adoptar el nuevo y más reciente calendario. Gran Bretaña y sus colonias por ejemplo, no lo adoptaron hasta 1752.
“El calendario gregoriano fue creado por astrónomos, personas que sabían lo que estaban haciendo, y es muy preciso”, sostuvo Henry. “Ese es el problema. No necesitamos un calendario terriblemente preciso. Lo que necesitamos es un calendario que sea adecuado para que los seres humanos ordenen sus vidas”, agregó.
Con la ayuda y los conocimientos específicos del economista Steve H. Hanke, ambos académicos analizaron las implicaciones financieras de contar con un calendario de 364 días. Según calcularon, los costos iniciales de emprender el cambio serían menores que el ajuste del año 2000, que fue de 100 mil millones de dólares.
Tener fechas especiales que sean siempre el mismo día de la semana eliminaría las ineficiencias administrativas en la planificación y programación que tiene el calendario gregoriano. Inclusive, algunas empresas agregan una semana a sus trimestres fiscales. Por ejemplo, una de las empresas insignias de tecnología y telefonía lo hizo en el primer trimestre de 2012 e informó “ganancias muy buenas y fuertes”, analizó Hanke. “Por supuesto, tenían una semana extra de ingresos”. Con este nuevo sistema, los negocios podrían funcionar constantemente en trimestres de 91 días.