China comienza a ver la luz mientras descubre las consecuencias económicas del brote de coronavirus; la Unión Europea (UE) despliega una respuesta tardía y descoordinada en pleno auge de contagios y América, hasta ahora espectadora lejana de la pandemia, abandona su estado contemplativo y comienza a reaccionar.
China, la UE y América son tres escenarios distintos, tres actos diferentes (pasado, presente, futuro) de un acontecimiento de consecuencias imprevisibles para un planeta cuya globalización ha facilitado la rápida propagación de las enfermedades.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 160 “países, regiones o territorios” del mundo han diagnosticado ya casos del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la neumonía COVID-19 y que ha dejado casi 9.000 muertos en todo el globo.
El mundo tal y como se conocía empezó a cambiar finales de 2019 en el centro-este de China, donde se detectaron los primeros casos de una extraña neumonía en la capital de la provincia de Hubei, hogar de unos 11 millones de personas: Wuhan.
CHINA: A GRANDES MALES, GRANDES REMEDIOS
De encubrir el brote a las rígidas restricciones para evitar la propagación. Esa ha sido, a grandes rasgos, la evolución de la epidemia en China, cuyo Gobierno ya conocía en diciembre la existencia de la enfermedad pero no actuó hasta la cuarta semana de enero.
Y lo hizo con el criterio habitual de un país cuya paleta cromática de decisiones salta del blanco directamente al negro: cuarentena para millones de personas, hospitales provisionales exprés, miles de millones destinados a la prevención y la paralización casi total de la actividad.
Pero las medidas parecen haber funcionado. Han frenado en seco las nuevas infecciones, y el pasado día 12 Pekín anunció el fin del pico de contagios.
Este jueves, por vez primera, no se registró un solo contagio local, según las cifras oficiales, y solo hubo 34 casos de los llamados “importados”: viajeros procedentes de otros países.
Esta mejoría de los números ha servido para que, muy poco a poco, las restricciones a la movilidad se hayan ido levantando en algunas ciudades de Hubei e incluso algunos restaurantes y comercios de todo el país hayan retomado la actividad.
LA ECONOMÍA YA SE RESIENTE
La parálisis ha afectado gravemente a las cuentas. Ahora comienzan a conocerse las consecuencias de este frenazo.
La Bolsa de Hong Kong ha pasado de los 25.000 puntos de principios de año a sufrir para mantener los 21.000 a mediados de marzo, mientras que el comercio internacional de China, la llamada “fábrica del mundo”, cayó un 9,6 % interanual en enero y febrero.
Y al menos dos indicadores adelantan un parón económico peor que el acontecido con la crisis económica de 2008: la industria manufacturera china registró en febrero su peor dato desde que comenzó la serie histórica oficial (2005) y esta semana la producción industrial reveló unos datos para los dos primeros meses del año que suponen la mayor caída en 30 años.
Al mismo tiempo, el Gobierno se ha lanzado a una campaña de lavado de imagen en el que presenta a los ciudadanos de Hubei -a quienes el Ejecutivo ha impuesto una draconiana cuarentena sin precedentes- como esforzados mártires a los que el mundo debe dar las gracias.
Esta campaña también trata de desviar la atención del hecho de que el brote se detectara en Wuhan y, en los últimos días, el Ministerio de Asuntos Exteriores ha comenzado a apuntar el dedo índice a EEUU como lugar de origen del virus sin aportar pruebas, a pesar de que el pasado día 1 entró en vigor en China nueva legislación que criminaliza la difusión de rumores.
Pero no todo es pura propaganda y China también ha enviado expertos y material de protección a los países necesitados que así lo solicitan, como Irán, Irak y, más recientemente, rumbo a la UE: a Italia y a España.
LA UE, UNA REACCIÓN TARDÍA Y DESCOORDINADA
Desde su torre de marfil, la UE ha tardado más que China o Corea del Sur en apagar la luz frente a la amenaza del coronavirus. Un retraso fruto de gobiernos indecisos, de la endeble unidad política y de un garantismo legal que le ha impedido avanzar de forma coordinada en el blindaje, perdiendo un tiempo precioso en el combate, según expertos médicos.
Esta misma semana, casi un mes después de que el brote sumiera en la oscuridad a Italia, la Comisión Europea aprobó una directiva que suspende el Tratado Schengen, quizá su mayor éxito.
La directiva prohíbe, durante treinta días, la entrada en el espacio común europeo a los ciudadanos extracomunitarios, e impone estrictos controles a las personas que, de manera excepcional, puedan cruzar la frontera durante ese período. Supone el fin temporal de cualquier viaje no imprescindible sea por tierra, mar o aire a la Unión Europea. Un nuevo “telón de acero”, similar al que dividió el continente tras la Segunda Guerra Mundial, de unas consecuencias económicas y sociales imprevisibles.
Los países más grandes del bloque han empezado a sacar la artillería financiera para frenar el impacto que la pandemia: Alemania ha movilizado medio billón de euros (el 15% de su PIB); Francia, 300.000 millones (el 12% del PIB) y España, 200.000 millones (el 20%).
Entre otras partidas, el Gobierno español, uno de los países más afectados, ha puesto sobre la mesa 18.000 millones de euros de las cuentas públicas para reforzar la sanidad, retrasar impuestos a empresas y proteger a los trabajadores y familias vulnerables, y en torno a 80.000 millones en coberturas de riesgo, moratorias de hipotecas y facturas que pondrá el sector privado.
Las medidas, en consonancia con otras tomadas por la UE, suponen un alivio para el bolsillo de los ciudadanos pero hay expertos que aseguran que se quedan cortas a la hora de afrontar los costes sociales y mentales del encierro.
Los europeos trabajan o estudian desde sus casas y apenas salen a la calle, en una sociedad acostumbrada al contacto y al ocio compartido -especialmente en los países mediterráneos-, que ha desaparecido.
Huérfanos del bullicio habitual, transportes y calles aparecen vacías. Solo se puede ir a trabajar, a comprar o a hacer una gestión inaplazable. No se ven ancianos, ni tampoco niños.
Pero en la UE el confinamiento no ha hecho más que empezar y, con el paso de los días, la tensión y el estrés irán en aumento. Una situación que ya empiezan a intuir desde el lado opuesto del océano Atlántico.
AMÉRICA COMIENZA A TOMAR NOTA
Un presidente en cuarentena, tres países en aislamiento completo, casi todas las fronteras cerradas y miles de estudiantes sin clases: así se enfrenta América a la pandemia que llega ahora a la región.
Las calles se vacían con cuentagotas mientras el continente se prepara para cerrar sus puertas: ya lo hicieron Perú -donde el Gobierno de Martín Vizcarra decretó la cuarentena general- y Venezuela, que este lunes extendió a todo el país la cuarentena parcial que había declarado previamente en siete estados. Este viernes, Argentina entra también en aislamiento “preventivo y obligatorio” hasta el 31 de marzo.
De puertas hacia afuera, las ciudades siguen funcionando a un ritmo desacelerado, pero se les ha impuesto cuarentena a viajeros procedentes de lugares con altos contagios y en casos excepcionales como en El Salvador, donde el presidente, Nayib Bukele, ordenó el aislamiento obligatorio de mujeres embarazadas y ciudadanos mayores de 60 años desde varios días antes de registrar oficialmente su primer caso, este miércoles.
En Estados Unidos, su presidente, Donald Trump, recomendó evitar las reuniones en las que participen más de 10 personas y restringir al máximo sus viajes, pero descartó, por ahora, declarar una cuarentena general.
Por su parte, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau -único mandatario de la región en cuarentena después de que su esposa diera positivo en una prueba de coronavirus-, ordenó el cierre total de las fronteras y sugirió a los ciudadanos permanecer en casa mientras sea posible.
SIN CRÉDITO EN BRASIL Y MÉXICO
Mientras que en Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Paraguay y Uruguay, los gobiernos ordenaron el cierre total o parcial de sus fronteras, en México, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, continuaba hasta hace pocos días sus giras por el país e ignoraba las recomendaciones sanitarias de la OMS repartiendo besos y abrazos entre una multitud de seguidores.
El primer caso de contagio en América Latina se registró en Brasil el 26 de febrero, cuando en el resto del mundo la pandemia ya había matado a casi 3.000 personas.
Sin embargo, el presidente de ese país, Jair Bolsonaro, que ha tenido que someterse dos veces a una prueba de coronavirus porque una decena de miembros de su comitiva ha dado positivo, insiste en que se trata de un caso de “histeria” colectiva.
En tres semanas, una veintena de países de la región han confirmado casos de COVID-19 y los gobiernos han tomado medidas. Aplazar eventos masivos, recomendar la cancelación de clases e impulsar el teletrabajo, cancelar los vuelos provenientes de los focos de la pandemia, aislar preventivamente a viajeros internacionales y prohibir el ingreso de extranjeros a sus territorios.
EL AISLAMIENTO, UN LUJO DE POCOS
Aunque el aislamiento total no parece una decisión fácil de tomar en una región en la que más de 100 millones de personas viven del empleo informal, según la Organización Internacional del Trabajo, la cuarentena será una medida que todos los gobiernos deberán poner en marcha.
“Gran parte de los trabajadores informales depende de la demanda interna que ya se está viendo afectada por los llamados al aislamiento social. Va a ser difícil para los estados cubrir las necesidades de esas personas”, advierte a Efe el internacionalista Mauricio Castrillón Kerrigan.
Mientras tanto, los ciudadanos se amontonan en los supermercados para abastecerse antes de que una orden de cuarentena les sorprenda.
EFE