Digámoslo de manera sarcástica: en China dejaron libre un murciélago que vivía encerrado en un laboratorio, y un chinito lo cazó y se lo comió. Sobre esto puede el lector, si así lo desea, indagar en una noticia (ver: https://youtu.be/FdZr59QC-E8 ) aparecida en la televisión italiana, en 2015, sobre experimentos adelantados por los chinos.
Tan semejante es esa realidad a esta que ahora experimentamos, que sorprende y estremece la razón y el alma. Y es que más allá de las catastróficas consecuencias que desató para la humanidad este desafortunado “desliz chino” con tantas muertes de inocentes, -que para muchos estrategas chinos, …y no tan chinos, son apenas daños colaterales- lo cierto es que ahora resulta una verdadera incertidumbre saber cómo saldremos de este macabro ensayo de la ingeniería genética asiática.
Pensando en un reordenamiento global del poder mundial, es claro que el Estado comunista chino está buscando acentuar su presencia en Occidente y para ello, esta circunstancia de una pandemia mundial, le permite posicionarse aún más, tanto por poseer el arma letal más mortífera, su propia población, organizada y en aumento (poco más de 1.395.380.000 habitantes), como por su creciente industria de biotecnología, aeroespacial, robótica y cibernética.
China emerge de este desastre en mejores condiciones económico-financieras que los EE.UU., la Unión Europea y Rusia. Su población, que para los jerarcas del partido comunista se traduce sólo a números y porcentajes, es un recurso natural renovable. Organizados como sociedad inducida al trabajo colectivizado, y por lo tanto mano de obra de servidumbre a bajo costo, sus valores son impuestos por el Estado, con la planificación política que los convierte en mercancía utilitaria.
Por consiguiente, para el Estado comunista chino y su sociedad, democracia, libertad, individualidad, no son valores ni principios indispensables para su existencia como Estado y nación. El trabajo incesante y la retribución que el Estado, a través de miles de fábricas, concede al obrero, muchas veces apenas con techo y comida, es suficiente para satisfacer a los millones de hombres y mujeres que anhelan una oportunidad para sobrevivir.
Esa espantosa realidad de una sociedad de servidumbre hizo que miles de industrias y trasnacionales de Occidente se instalarán en suelo chino, para abaratar costos y hacer más rentable sus negocios. Por eso el repentino virus chino los sorprendió y de la noche a la mañana, en las bolsas de valores del mundo, las acciones bajaran y en un abrir y cerrar de ojos, fuera el gobierno chino la dueña y señora de esas acciones.
Pero no creo que sea China quien fije después que pase la cuarentena, el rumbo de la humanidad ni menos, de la economía mundial. Pero sí hemos de ver a una China mucho más involucrada y afianzada en todos los escenarios donde se tomen decisiones fundamentales para el devenir de la humanidad.
China, aún con la duda sembrada sobre el origen de este virus y su propagación como pandemia, aparece ahora como un verdadero y real competidor del liderazgo global frente a los EE.UU., la Unión Europea y Rusia, centros tradicionales del poder mundial.
La tecnología de punta, de origen que siempre exhibió el país del norte, junto con la tradición de los valores, principios y religión que usaron durante siglos los países europeos, están siendo desafiados por la cultura global de la China continental. No olvidemos que esa nación conforma en sí misma un continente, un mundo. Tanto por su población como por la férrea organización impuesta por un Estado totalitario y centralizado, a más de ser, por tradición, una cultura imperial.
El resto de las sociedades y países que conforman el llamado mundo occidental, con sus seculares valores y tradiciones, tanto de Europa, América, Oceanía, tendrán que adecuarse a las nuevas estructuras del poder global que tendrá a China como paradigma de nuevas relaciones de poder. Y donde la libertad, igualdad, democracia, solidaridad, entre otros valores, estarán siendo revisados y adecuados a la llamada sociedad de la servidumbre.
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