Abuso del conocido latinazo porque debe ser emblemático para quiénes se formaron como militares. Cuando Julio César cruzó el Rubicón, sabía que no había vuelta atrás y que le tocaría irremediablemente enfrentar las tropas de Pompeyo para poder imponerse en Roma: la suerte estaba echada.
Todo hace pensar que el presidente Trump no se echará para atrás en lo que respecta al despliegue naval frente a Venezuela, antes de ver cumplido su objetivo de sacar a Maduro. Tendría un costo político que haría peligrar su reelección, sobre todo con relación al voto latino en un ”swing state” tan importante como Florida. En momentos en que no las tiene todas consigo por su manejo ineficaz ante la pandemia del Covid-19, difícilmente puede darse el lujo de traicionar las expectativas generadas en tan decisivo espectro del voto. Eso sí, escogerá el mejor momento para su acción, probablemente solo uno o dos meses antes, para evitar el costo electoral de cualquier imprevisto que amargase en el tiempo el éxito de la misión. Esta espera, por demás, dará tiempo a que “madure el entorno de Maduro” y ocurran defecciones, y se recabe inteligencia para reducir el riesgo y los costos de una operación quirúrgica que se cobijaría como el apresamiento de un criminal indiciado por el Depto. de Justicia como narcoterrorista.
La Fuerza Armada venezolana en absoluto está en condiciones de enfrentar tal acción. Años de corrupción, desidia y descomposición la han dejado sin capacidad de movilización, con pocos pertrechos y con la tropa desmoralizada y pasando hambre. Por demás, las líneas de mando con los que dirigen tropas no son de confiar, hastiados como están de los continuos abusos y fechorías de la cúpula.
Esto lo saben Maduro y sus amos cubanos. De ahí que, en sus bravuconerías al estilo Noriega, no hay ninguna “madre de la todas las batallas” –recordemos a Sadam Hussein, quien sí tenía con qué—ni nada por el estilo, sino la referencia a una “furia bolivariana”. Y en una patética carta “al pueblo de EE.UU.” se cae a embustes advirtiéndole que puede verse arrastrado a “otro Vietnam” por Trump. Como agente cubano que es, sigue consiguiendo la manera de enviarles a la isla el gasoil que tanto le falta al transporte de alimentos en Venezuela, pero tiene el cinismo de señalar ahí que no acepta “..un tutelaje internacional que viole nuestra soberanía” (¡!) Naufragando en el mundo ficticio que se ha construido, pone al ministro Casto Soteldo –militar también, ¡cuando no!— a hacer de payaso con la aseveración de que unas tusas de maíz detendrán la marcha de los “tanques invasores” (¡!) Todo indica no harán falta.
¿Y qué cosa es esa “furia bolivariana”? Obviamente no es el “pueblo en armas” como gusta alardear el fascismo. Son bandas paramilitares compuestas por malandros, colectivos, y esbirros de la FAES, DCGIM y del SEBIN. Es decir, la verdadera amenaza es el pandemonio que podrá resultar al encontrarnos frente a unos forajidos sin escrúpulos, valores, ni ley, una vez salga el usurpador del poder.
De ahí la insistencia en la responsabilidad que tienen los elementos sanos de la Fuerza Armada venezolana en estos momentos críticos. Alea jacta est, debe indicarles que la única salida admisible es buscar la manera de evitar el desenlace de lo que, de otro modo, parece inevitable. Es hora de forzar una negociación que asegure la salida de Maduro antes de que los gringos accionen sus medidas, y pueda abrírsele la puerta al Consejo de Estado propuesto. La garantía de una corporación militar cohesionada en torno a una transición democrática pacífica, que restituya los derechos constitucionales y pueda concertar la ayuda internacional requerida para parapetear el sistema sanitario ante la pandemia y poder comenzar la reconstrucción de este país tan devastado, podrá asegurar que se evite la anarquía y el despelote con que Maduro amenaza dejarnos cuando, como es de prever, sale de Miraflores.
¡Que el recogimiento espiritual que suele inducir la Semana Santa los ilumine!