El momento final de la pandemia del COVID-19 no se vislumbra con claridad. Sin embargo, en medio de la angustia de la cuarentena existen dos amplias certezas que pueden alumbrar el camino a seguir: acabará en un tiempo relativamente corto y cambiará el mundo.
La primera viene de la confianza, hoy más creciente que nunca, en la ciencia y la tecnología para atenuar progresivamente su impacto hasta detenerla, una vez se logre producir y distribuir con éxito la vacuna. La idea habla bien del predominio de la racionalidad sobre las sombras, abre espacio al optimismo en medio de tanta tragedia.
La otra procede de la descomunal recesión mundial por la caída de la demanda, el shock de la producción y las consecuencias sociales, políticas y culturales que arrastra. Para bien o para mal el mundo será otro en cuanto al liberalismo de la economía, las tendencias de la democracia, el ritmo y la naturaleza de la globalización y los valores fundamentales del hombre. La aspiración es que esos cambios marchen hacia el bienestar, más no lo podemos asegurar, preocupan los brotes hacia el aislacionismo nacionalista, el neoproteccionismo, el autoritarismo, la xenofobia.
Quienes hoy reflexionan sobre estos temas se inclinan a persuadir a los dirigentes de que la lucha en el mundo contra el implacable enemigo debería moverse en dos direcciones: sobrevivir al vendaval con mucha colaboración y solidaridad, al menor costo en vidas posible hasta detener el impacto del virus; y preparar al mundo en poner las cosas en orden cuando amaine para convivir con su legado.
Decisores y decisiones
La marcha de la lucha presenta serias debilidades de quienes gobiernan enturbiando la salida. La humanidad enfrenta un drama configurado en base a las dudas y decisiones de los principales jefes de estado del mundo y sus gobiernos. Las implicaciones de ellas marcarán el mundo de los próximos años, pudiendo esas marcas ser a largo plazo.
Así ha sido con los acontecimientos cuya conmoción se han extendido geográfica y temporalmente y la pandemia reúne esas condiciones. El mundo en el que todavía vivimos es fruto de la 2da guerra mundial, un proceso moldeado por las decisiones, erradas o acertadas de quienes gobernaban las principales potencias. De Churchill al empujar a Inglaterra a seguir combatiendo, de Hitler al invadir la Unión Soviética, de Stalin al desestimar a los nazis primero y luego con su resolución a combatirlos a cualquier costo, de los japoneses de bombardear Pearl Harbor, de Roosevelt al sumar los EE.UU a la guerra, entre otras.
No sabemos hoy cuáles pudieran ser las consecuencias a mediano y largo plazo de las decisiones de los líderes del mundo. Es probable sea todavía muy temprano para calibrarlas más allá del corto plazo que ha implicado más o menos muertes de las inevitables. No obstante, las críticas y condenas ya se dejan caer en la opinión pública sobre decisiones muy discutibles por ser tomadas por jefes de gobierno que no podrán alegar a su favor desconocimiento, ausencia de información oportuna, ni falta de asesoría o carencia de recursos.
Contra el presidente Xi Jinping y el régimen comunista chino, Mario Vargas Llosa llamó tempranamente la atención por esconder información sobre el virus y reprimir al científico que lo descubrió, en torno a que “nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es.”
Aunque el asunto no parece ser fruto de la naturaleza de los sistemas políticos como lo hiciera ver el escritor peruano. Los críticos de Trump no olvidan la desestimación que hizo del coronavirus durante los primeros dos meses y medio del año, incluida la burla cuando habló en enero de “lo tenemos todo controlado”y el racismo implícito de su tweet sobre el “virus chino”.
A Boris Johnson, primer ministro británico, lamentablemente, fue el propio coronavirus quien le ha cobrado la subestimación que tuvo sobre el peligro representado por la pandemia, al obviar las recomendaciones de cuarentena de la OMS mandándolo directo a terapia intensiva y poniendo en riesgo su vida.
Los casos de Bolsonaro, Macrón, López Obrador, Pedro Sánchez y Giuseppe Conte también confirman que el yerro es humano, no importan los signos ideológicos de derecha o izquierda de sus gobiernos. Crecen las facturas políticas contra todos ellos.
FMI y OMS
La reunión del 3 de abril entre Kristalina Georgieva, directora del FMI, y Tedros Adhanom, director de la OMS, fue una buena señal de por dónde deberían ir las acciones, más no pareció suficiente. De la misma habría de esperarse un plan conjunto de amplia envergadura que se anunciara a todos afianzado en la colaboración y la solidaridad como dos pilares fundamentales en la superación de la crisis y ganar estabilidad.
Por lo pronto, en rueda de prensa conjunta la Georgieva tan solo afirmó: “Nunca en la historia del Fondo Monetario hemos visto que la economía mundial se haya parado así”. Calificó la situación como “la hora más oscura de la humanidad, una gran amenaza al mundo entero, y requiere que estemos unidos y protejamos a los más vulnerables”.Y mostró su disposición a contribuir con las soluciones al señalar que el Fondo tiene una capacidad prestable de 1 billón (un millón de millones) de dólares“y estamos decididos a usar tanto como sea necesario”.
Por su parte, Tedros Adhanom en nombre de la OMSdijo que”el organismo es consciente del costo económico de las cuarentenas pero advirtió que los países que las levanten prematuramente se arriesgan a que el impacto económico de la pandemia sea aún más grave y prolongado.”
Del encuentro entre los dos personajes de más relevancia en materia financiera y de salud mundial en momentos tan álgidos de crisis en los dos sectores se esperaba algo más, pero todo parece haber quedado en una declaratoria de buenos consejos y buenas intenciones. Veremos.
El subdesarrollo es una materia pendiente
La tormenta del COVID-19 no para, avanza torrencialmente. Al día siguiente del encuentro entre la Georgieva y Adhanom, entre el 4 y 5 de abril, el número de contagiados aumentó en 128 mil casos, unos 5.333 por hora, 90 por minuto, 1,5 por segundo.
Son cifras de vértigo, aterra pensar en caso de expansión del virus en La India, África y América Latina con sus servicios sanitarios deprimentes. No hablemos de algunos países como Venezuela.
El crecimiento mostrado en las estadísticas no sólo es producto del alto grado de contagio del virus sino también del mejoramiento de la capacidad para detectar los casos en Europa y Estados Unidos. Esto transmite una sensación sobre el ritmo del contagio que no es exactamente el real y que pudiera aumentar con el perfeccionamiento de los procedimientos de diagnóstico.
Pero en los países en desarrollo de África y América Latina esos mecanismos de detección son casi inexistentes y no tenemos ni idea aproximada de las verdaderas dimensiones de los infectados por el virus en esos continentes.
Por no mencionar la manipulación de la información que pudiera tener lugar por regímenes dictatoriales de muchas de esas naciones como se supone ocurre en Venezuela. Las implicaciones de este hecho son impredecibles.
Esas deficiencias en el mundo subdesarrollado pudieran ser atenuadas si las políticas de los entes internacionales financieros y sanitarios como el FMI y la OMS pudieran presionar hacia la colaboración y la solidaridad, aunque ya sabemos como funcionan esos organismos.
La xenofobia es un crimen
El regreso de cientos, tal vez miles, de venezolanos procedentes de países vecinos es una escena imposible despachar alegremente por no ser una cantidad “significativa” del total de los 5 millones de connacionales caídos en la desgracia de la diáspora ni por la manipulación que de ellos hace la dictadura.
Ese retorno es debido fundamentalmente a la crisis económica generada en esos países por el coronavirus acentuando la xenofobia contra los venezolanos sobre todo en Perú, Ecuador y Colombia.
Especialmente doloroso resulta la declaración de la alcalde de Bogotá, Claudia López, en un vídeo que se hizo viral reseñado por la periodista venezolana Sebastiana Barraez:
“Ya pagamos la comida, ya pagamos el nacimiento, ya pagamos el jardín, ya pagamos la escuela, ya damos empleo. Qué pena que lo único que no podemos cubrir, es el arriendo. Y para eso pedimos un poquito de ayuda del Gobierno Nacional. Un peso, aunque sea, uno, porque todas estas cosas las pagan los impuestos de los bogotanos sin chistar. Llevamos tres años pagando eso, a 450 mil personas de Venezuela”.
La doctora Michele Barry, directora del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Stanford y presidenta de la Sociedad Americana de Medicina Tropical, en una larga entrevista en la cual cuestiona muchas de las decisiones tomadas y en defensa de la colaboración y la solidaridad dejó claramente sentado que “en este mundo globalizado los virus no entienden de fronteras y no pueden ser combatidos con xenofobia. En definitiva, se trata de una amenaza existencial que afecta a toda la humanidad, al Homo sapiens.”
En momentos de graves crisis como la pandemia del COVID-19 las decisiones de los gobernantes mientras más grande sea su poder pueden significar más vida o más muerte. El reto es asumir con acierto y firmeza las decisiones para salvar vidas y dibujar un mejor futuro. En un reciente artículo Henry Kissinger escribió al respecto la siguiente advertencia: “El fracaso podría incendiar el mundo.”